domingo, 27 de noviembre de 2005

El amor gay


“...como para no hablar más que de mí y de ti, o incluso de un nosotros... pero no de lo que realmente sucede entre el uno y el otro.”
Julia Kristeva

Introito mitológico

En un principio eran el macho y la hembra, junto a unos seres esféricos y dobles, plenos de ellos mismos hasta el punto de causar celos a los dioses.
Su forma era circular, tenían cuatro brazos y cuatro piernas, dos rostros sobre su cuello en sentidos opuestos sobre una sola cabeza. Cuatro orejas, dos órganos sexuales y así el resto... Se dividían en tres clases: los hombres, cuyos dos lados eran masculinos, las mujeres, con dos partes femeninas, y los andróginos, con un sexo masculino y el otro femenino.
Estos humanos no amaban ya que en sí mismos encuentran al otro y cuando miran a otro andrógino no ven más que a ellos mismos.
Estos seres poderosos en su plenitud deciden una día escalar el Olimpo y destronar a los dioses quienes, al vencerlos, deciden cortarlos en dos. Desde entonces vagan buscando a su otra mitad.

Introito descriptivo

La mayor parte de las veces que me encuentro con amigos aparece un tema recurrente: la pareja. Tema que divide a todos en varios grupos.
Están los que creen que no se puede vivir solo y que la única meta es “estar con alguien”, situación a la que, eufemísticamente, llaman “estar en pareja”.
Están los otros que ya “salen” con alguien, aunque no aclaran de dónde salen ni dónde se meten.
Están los que “están en pareja” (en general pertenecientes al grupo “quiero estar con alguien”) que van desde los que lograron pasar la barrera del primer mes hasta los que hace años. En muchos la carga parece ser pesada por lo que la comparten con alguien que apoye de afuera.
No olvidemos al grupo al que ni se le ocurre convivir mientras que los de más allá no toleran un minuto sin estar cerca del objeto de sus afectos aunque no necesariamente de sus desvelos.
Hay otro grupo, de los más numerosos, que nunca consigue que el flaco en cuestión les dure más de una o dos semanas y, finalmente, aquellos que no consiguen ni pagando y viven preguntándose “¿por qué?... ¿por qué?”.

“Hoy conocí a alguien...”

Veamos. Querer estar con alguien no es lo mismo que estar en pareja, término este último que implicaría cierto reconocimiento por ambas partes de quién es el otro, a quién acepto como un igual en un contrato basado en el compartir, el diálogo y la confianza mutuos. ¿Esto existe? Supongo que sí, pero es una situación tan rara como una perla negra.

En la actualidad, los gays contamos con una gran variedad de formas de encuentro, algunas clásicas y otras no tanto.
Contamos con los pubs y las discos, que serían lo clásico.
Una reunión en casa de amigos que hagan de celestinos, podría ser otra.
No debemos olvidar los cursos y talleres, excelente lugar para encontrar a nuestro medio limón con la importante ventaja de compartir un interés común, el cual puede ir desde “El telar en casa” hasta “La conformación de los procesos de identidad en la población homosexual: del cenozoico a nuestros días”. Lo cual también nos da una pauta del tipo de conversaciones que tendremos en el desayuno.
Para los osados están los cines “interactivos”, los saunas y los túneles. Aunque estas propuestas suelen ser denigradas por los puritanos del ambiente, aduciendo que en estos lugares la gente solo busca sexo, como si eso evitara el después.
De lejos, una de las formas más ricas la constituye sin lugar a dudas los avisos de contactos, que empiezan con tacto para terminar mostrando el deseo de ser tactado.

Veamos algunos ejemplos:
“Soy un ser sensible que no frecuenta el ambiente. Me gusta leer, el teatro y el cine. Tengo xx años y busco a alguien similar, preferentemente activo, alto y con buen lomo, carilindo y no mayor de xx años.”
(¿Activo para ir al cine, alto para sentarse en las filas de atrás del teatro y buen lomo para sostener el libro?)

“Cansado de solo sexo busco una relación estable, madura y llena de amor. Yo: xx xx xx. Vos: +act que pasivo, buen lomo y verga, hasta xx años.”
(Menos mal que estaba cansado de “solo sexo” sin olvidar que siempre es importante una buena verga para una relación estable y madura.)

Del De profundis wildeano al “síndrome Rosa de Lejos”

En general, lo que la gente (léase “gays”, en nuestro caso) hace es obtener ciertos datos básicos que tranquilice los nervios y permita que la relación fluya.
La información que suele intercambiarse podría resumirse en algunos temas clásicos: ocupación, hábitat, signo astrológico -del que es importante diferenciar si es el occidental o el chino (este último con la clara ventaja de permitir chequear la edad)- y, por supuesto, si están en pareja o no, que tampoco estamos para ser “la otra”, con todo lo que tenemos para dar. No suelen faltar algunas puntuaciones acerca de “nos seremos fieles hasta la muerte” -con los dedos cruzados en la espalda- y ya está todo cocinado para una relación maravillosa entre dos perfectos desconocidos. Relación más propicia para ser proyectada por una carta astral que por dos “adultos”.
Claro, si bien saber algo del otro no es tarea de un día, esto no implica que nos lancemos a vivir el “gran amor” 24 horas después de haber conocido a alguien de quien lo ignoramos todo menos el Xfile referido más arriba y seguir el famoso axioma gay: “Nos conocimos el sábado, alquilamos el martes y nos separamos el jueves”.
Si pensamos que el amor es una construcción de a dos, recordemos que Roma no se hizo en un día. Conocer a alguien más allá de una linda cara o un buen culo tiene sus bemoles, y hay que tomarse el trabajo. Y también hay que acordarse de uno cada tanto, que no seremos maravillosos pero tampoco estamos tan mal y a veces quererse implica elegir con cuidado, aunque eso signifique bancarse el estar solos mientras buscamos.

Eran las tres de la mañana en la discoteca del Olimpo y los dioses estaban de banquete. Penía, la Pobreza Carente, La que no tiene, no fue invitada y espera afuera de la disco. De pronto ve a Poro, el Recurso, que, atontado por el champán, salió a ventilarse y está medio dormido. Poro es hijo de Metis, la Prudencia, y es el cuidador de los caminos, él es los caminos.
Penía aprovecha para tener una transa con Poro, y queda embarazada. Tiempo después dará a luz a Eros, el Amor, quien nacerá con los rasgos opuestos de sus padres y así será camino que no lleva a ninguna parte.
El amor es ante todo un trayecto a recorrer, nuestro camino por excelencia, pero un camino lleno de carencias. ¿Por qué? Porque en definitiva, cuando hablamos de amor ¿hablamos de alguien que no sea de nosotros mismos? El enamorarnos nos hace dolorosamente sensibles a nuestras carencias y necesidades, que antes ignorábamos.
El amor, el amado, nuestro amado, borran la cuenta del tiempo. No hubo anteriores a él, no habrá nadie después.
El encuentro con él, mezclando placeres y promesas, queda siempre en una especie de presente perfecto, sí, pero frágil, ya que el amor por el otro me colma pero al mismo tiempo no me satisface. ¿Nos enamoraremos del amor o de su decepción? Foucault nos dice que el amor gay es un amor que solo se cristaliza en el después... “En el amor gay no hay mejor momento que cuando el amado se va en un taxi para dejarnos a solas con su recuerdo.” “Con su falta”, nos dirá nuestro psicoanalista o, más poéticamente, nos tira Milan Kundera: “El crepúsculo de la desaparición lo baña todo con la magia de la nostalgia...”. Claro que, para poder sentir nostalgia, primero tenemos que quemarnos apasionadamente.

Nuestros amores se agravan por el hecho de no tener códigos amorosos: carecemos de espejos estables para el amor gay, que debe ser reinventado cada vez, con cada amado que se vuelve forzosamente único, en cada momento y, a veces -pocas-, de una vez y para siempre, condenándonos a repetirnos en el otro. ¿Será él? ¿Seré yo? Pero... ¿entonces?
El amor gay se proyecta y glorifica en ese otro que es su objeto y su igual, o bien estalla en pedazos y desaparece al no soportar su reflejo.

El amor gay une inentendiblemente un afuera hostil con una imposible interioridad donde los afectos (propios y ajenos) aspiran a todo. Así estrangulada, la realidad se desvanece y ya no veo a aquel que creí conocer porque solo veo mi reflejo idealizado.
O como dice el contacto: “Soy un ser sensible...”. O, como digo yo: “Estoy tan sensible...”, frase a la sazón favorita de Rosa, nunca más lejos, quien en la telenovela se debatía entre el maestro, su par, su igual, su historia, y el doctor, figura idealizada pero imposible que será despreciada cuando se vuelva accesible. Nadie más gay que Rosa. Eterna, divina, inalcanzable, con su mirada perdida en un futuro que hace rato es pasado. Mientras su amiga Teresa se casa con un par que se convertirá en el chofer de Rosa y ella en su ama de llaves: la realidad solo puede aspirar a lo cotidiano y al límite. En cambio, Rosa... nosotros...

El último refugio de la pasión

Los gays, al no tener “modelos” -afortunadamente-, debemos reinventar nuestros vínculos a cada paso y asumir esa sublime locura. Al mejor estilo de Zeus raptando a Ganímedes, la pasión es gay...

Ardiendo con más fuegos... Animal cansado, un látigo de llamas me azota con fuerza las espaldas.
He hallado el verdadero sentido de las metáforas de los poetas.
Me despierto cada noche envuelta en el incendio de mi propia sangre.” (Marguerite Yourcenar).

Y así tenemos a Rosa, la de lejos, a solas y encerrada en su mansión. ¿Es distante Rosa? ¿O solo es lo que nos muestra, ya que por dentro arde en un fuego sin sentido que le impide disfrutar de su realidad...? Nosotros bien sabemos que debajo de la naturalidad con que actuamos para los demás, todo está dado vuelta.
La pasión solo puede entenderse en términos de un quiebre, rayo, golpe o como se la quiera llamar, que dura un segundo y nos cambiará para siempre, dejándonos intactos en apariencia. Reconozco en el otro la capacidad de satisfacer una necesidad que ni yo mismo sabía que tenía. O tal vez sí...
Poco importa que esté solo, rodeado de amigos, en pareja. El amor pasional es eso: locura que nos dará los mejores momentos, medio lúcidos, medio sacados, que tendremos jamás, porque ¿quién recuerda una relación anodina que solo nos movió el cuerpo?
En cambio, cuando realmente hubo pasión, todo se nos moviliza, aún en el recuerdo. Tal vez por aquello de “donde hubo fuego...”
Siempre se relacionaron los estados pasionales con cierto destino trágico. Romeo, Tristán, Aquiles y Patroclo, etc., etc., que siempre terminan en la morgue por amar sin medida a sus elegidas/os, o, tal vez, por mostrar que los varones también podemos sufrir por amor, como si hubiera un sino que empuja a los hombres a sufrir, como castigo por caer en estados pasionales y dar rienda suelta a sus amores, alejándose del sacrosanto amor “matrimonial” o de las permitidas escapadas que no son más que el reforzamiento de aquel. Claro que todo esto sucede en el aburrido y tramposo esquema hétero.

Nuestra cultura tiende (tendemos) a leer en todo hombre que declara su amor o se muestra apasionado, una declaración de feminidad.
Mi pasión jamás es loca; a lo sumo, perversa. Hablo de mí frente a otro que no habla, lo anulo con el peso de mi amor como él me anula a mí con su presencia.
Mi amor es lo único que cuenta, por eso los otros, los que no lo viven, lo adscriben a los locos; por eso, la pasión es femenina. Las mujeres, por atreverse a expresar sus sentimientos, han sido las grandes locas de la historia. Por eso, un hombre que muestra su amor, es femenino.

Pasión significa padecer... no otra cosa que un estado de exaltación, de descontrol. Eros es apasionado. Emerge súbito y dispara sus flechas sin medir consecuencias, produciendo una herida que nos hará “padecer” la maravillosa exaltación por otro que no sea yo mismo, ¿O será por mí?
Esto, sin embargo, es relacionado con la muerte: Eros me lleva a la muerte a través de la cruel agonía de poner todos los huevos en la canasta del otro. Eros mismo muere por sus propias flechas.

La sublime aventura

El amor es un castigo. Somos castigados por no haber podido quedarnos solos.” (M.Y.)

Para algunos, el mejor control de la pasión fue y es, sin lugar a dudas, el matrimonio y su correlato de fidelidad eterna, partiendo del supuesto que abroquelado a otro/a no quedará lugar para nadie más. Qué mejor correlato de la pasión que la ilusión de ser uno con el otro y, al mismo tiempo, ¡qué trampa! Porque, convengamos, cuando nos enamoramos como bestias no hay estado en que sintamos con más doloroso desgarro el no ser uno con el elegido sino que somos nosotros (uno) tratando de agarrar desesperadamente algo del otro que siempre se nos escapa.
Viviremos a partir del flash pasional sujetos al otro sin poder tenerlo, todos nuestros actos estarán dedicados a él que, esquivo, está más lejos que nunca, precisamente por estar dentro nuestro: todo lo haré por él.

“No hay amor desgraciado: no se posee sino lo que no se posee. No hay amor feliz: lo que se posee, ya no se posee.” (M.Y.)

Hay toda una retahíla de escritos que ligan la homosexualidad con la muerte. Prefiero pensar que los homosexuales somos eternos adoradores del amor y por lo tanto salvaguardas de la pasión, nos lleve esta donde nos lleve, incluso a la muerte. Aunque esto último me parece una exageración de los que hablan desde afuera... de la apasionada gaytud.
En todos los relatos de profundo enamoramiento de mis amigos héteros siempre escucho esa gota de realidad razonada, de no perder el límite. Finalmente, la compostura y el amoldamiento: “tantos años”, “amo a otro/a pero los chicos, la familia...”
Entre mis amigos gays en cambio, ¡qué desmesura!
Enfermos cuando no son amados, prefieren agonizar en las llamas del amour fou.
Jorge conoce a alguien en un sauna y cuando los cuerpos se quedan quietos ambos sienten que no quieren separarse y empiezan a hablar en un diálogo infinitamente repetido desde siempre y, a medida que la charla avanza, un fuego distinto empieza a consumirlos: son las brasas del abrazo más el placer de la palabra compartida. Pasión del reencuentro. Conmigo, con el otro.
Mario está tranquilo, sentado en un cine porno cuando alguien se le acerca y le pide permiso para besarlo. Seguirán juntos muchas horas, muchos días después... Pasión a secas.

Creo firmemente que todo amor entre gays es, casi por definición, pasional, que se mueve -gracias al aprendizaje de nuestra diferencia- con plasticidad sin caer en los extremismos, que se encuentra más allá de los juicios morales y es, en cambio, profundamente ético.
El sino de los sujetos que se dicen morales es desintegrar y dividir: esto o aquello, lo bueno o lo malo. Siempre en una dicotomía de blanco o negro. En los sujetos éticos, en cambio, qué sublime aventura la de deslizarse por la diversidad de los grises...
Los primeros amarán racional y limitadamente, mientras que los segundos admitirán los excesos de la contradicción (“no tengo esperanzas, pero aun así...”), vivirán en una continua elección, aun las que parezcan más tontas: “él me dio su teléfono, ¿deberé llamarlo?, ¿cuándo?” (¿... tontas?).
Los actos morales tienen la pobreza de las esencias. Todo discurso moral está urdido de declamaciones -pensemos en las continuas apelaciones católicas a la moral y en nuestro buen amigo el papa Wojtyla-.

Huyo de vos, hacia vos. Soledad... Yo no creo como ellos creen, no vivo como ellos viven, no amo como ellos aman... Moriré como ellos mueren.” (M.Y.)

Apasionado, mi verdadero lugar no es ni el otro ni yo mismo, sino la relación que sostenemos, etérea o sólidamente construida sobre las brasas que nos consumen en un desmoronar de cenizas o también frágil como la burbuja en que nos refugiamos.
No puedo hablar de él con nadie ya que toda narración será falsa y dolorosa y solo tendrá valor para mí que, conciente de mi torpeza, tampoco puedo explicarme a mí mismo ante los demás que asisten mudos a una transfiguración que solo se entiende cuando se vive.

“¿A dónde huir? Tú llenas el mundo. No puedo huir más que en ti.” (M.Y.)

Si, como dije alguna vez, una segunda piel se nos forma en nuestro ser diferentes, todavía habrá una tercera que formaré con cada uno de quienes me apasionen a lo largo de mi vida: todas y cada una de ellas serán deliciosamente sensibles, sus puntos dolorosos modificándose a cada paso que el otro dé, ante cada palabra que no sea para mí, ante cada mirada que no me dirija. Y para cada pasión un sentido: con este será la voz, con aquel la mirada, con otro el tacto...
Todo incidente será el resultado de una cadena de acontecimientos. La pasión no admite la casualidad, y esto nos hace dolorosamente sensibles a su presencia, a su ausencia, al menor gesto.

Rodeado por otros solo me importará su ausencia. Si él está, estaremos solos. Toda otra actividad no es más que distracción.

Walter entra a la disco y queda absolutamente flechado cuando ve a un flaco que está apoyado contra una de las barras. No se anima a hablarle, pero no puede dejar de mirarlo y siente que algo se le quiebra dentro cuando el otro le devuelve la mirada.

Pasión a distancia.

¿Qué importa cómo sea él? Mi pasión, todas mis pasiones, no distingue modelos (aunque los elija bien). Para los otros la elección será sorprendente, para mí es totalmente lógica... Por supuesto, las pasiones tienen su propia lógica y sus propios tiempos.
La pasión no tiene después, es puro presente; padezco de un presente en el doble sentido de obsequio y de tiempo. El otro es un regalo siempre presente.
¿Por qué la pasión gay? ¿Por qué no la pasión, a secas?
Porque contra todo lo que se dice (solo sexo, promiscuos, etc.), los gays vivimos en la eterna búsqueda del otro que nos colme, que nos contenga. Nos hacemos solos: crecemos solos, somos crudamente concientes de ser diferentes en una cultura globalizada que todo lo nivela por aplastamiento, pero nos hacemos para ese otro que esperamos. No hay relato gay en que no aparezca ese anhelo.
Lo que la sociedad no soporta no es que cojamos con otro tipo sino la pasión y el placer que ponemos en juego en cada cogida, por intrascendente que esta sea. ¿Cómo saber si este no será...? Y esa intensidad no es tolerada en un mundo anodino, donde el descontrol de la pasión está mal visto, a menos que sea en el televisor. Como con Rosa con su pasión de lejos, sola e incomprendida, los gays somos el último refugio de la pasión que se desata aunque deba aparentar el estereotipo que es, en definitiva, nuestra única herida.

DEACOM - Revista NEXO / Buenos Aires 2005

Todas las citas de Marguerite Yourcenar
son del libro”Fuegos”, edit. Alfaguara, 1992.

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