Arte, cultura y sociedad desde una optica un poquito gay... es decir, una mariconada!
jueves, 1 de diciembre de 2005
Grandes putas del cine
El impacto de Nicole Kidman en Moulin Rouge ha despertado en Feinmann un mundo de sensaciones, pero sobre todo una imperiosa necesidad de rendir homenaje a las más célebres cortesanas del celuloide. Urgido por recordarlas a todas, Feinmann va de Garbo y la Taylor a Julia Roberts y Kidman, para descubrir el destino que Hollywood le depara a las más putas: la simpatía de la Academia y una muerte que las vuelve puras.
Greta Garbo en La dama de las camelias
"Puta sin tuberculosis es puta, pero no tanto", suele decir un amigo mío y piensa, siempre que lo dice, en La dama de las camelias y en el tango "Griseta". La divina Garbo instala ese modelo de mujer pálida, consumida por la cruel enfermedad del romanticismo, pero acaso más consumida por sus pecados que no han cesado ni cesarán hasta el día del escupitajo final, si se me permite decirlo así. Uno la ve a la "divina" y muy prostituta no da. Era un poco gélida la Garbo. Le salía mejor decir "Quiero estar sola" que "Quiero coger". La primera frase la dice asiduamente en Grand Hotel, la segunda no la dice en La dama de las camelias, pero se supone que debía decirla pues era ese oficio, el de coger por dinero, el que ejercía. Sin embargo, antes que una puta, antes, incluso, que una prostituta, la Garbo se ve aquí como una cortesana.
Pero Garbo era Garbo, sabía hacer las cosas, les entregaba cierta eternidad. Su modelo de prostituta ha permanecido. Es la mujer que desborda sabiduría, conocimiento de la vida. Es protectora y capaz de enamorarse. Es frágil pero soporta en secreto su condena. Tose y se lleva el pañuelo a los labios, disimulando. Así, su enamorado, Armand (Robert Taylor), no se entera de esa condena y la ama como si ese amor fuera a durar siempre. La historia es triste y establece la dura condena que la ficción descarga sobre las prostitutas: el verdadero amor les está vedado. Garbo muere en brazos de Armand y su muerte es uno de los instantes más sublimes del cine.
Para el tango son, además, francesas. Puta, francesa y tuberculosa son casi lo mismo. "Ando con una francesa", expresaba clase y poder para un porteño. Francesa era sinónimo de cortesana. Y una cortesana es una puta fina, es decir, una puta francesa. Pobres prostitutas. Condenadas a morir sin conocer el amor verdadero, o a sufrir -.si lo encuentran- la condena de no poder gozarlo.
Marlene Dietrich en El ángel azul
La película de la Dietrich es de 1930, es anterior a la de Garbo, pero no me interesa la cronología sino el diseño del personaje en cuya búsqueda estamos. Ese personaje es la prostituta y pocas lo encarnaron con la agresividad de Marlene en la película de Josef von Sternberg. Ella, Marlene, se llama Lola Frohlich y le dicen Lola-Lola. Tumultuosa y sexual, habita entre la niebla decadente del cabaret de la República de Weimar. Cierta noche, la ve y la escucha cantar un profesor que tiene el mismo nombre que Kant, pues se llama Immanuel, Immanuel Rath. Todo el film gira en torno al conflicto entre lo racional y lo irracional. El ángel azul se filma tres años antes del ascenso de Hitler al poder y narra la humillación de la inteligencia, de la cultura, de la razón por lo irracional, lo vital, lo corporal, lo sexual. Lola-Lola es bellísima, tiene lujuria para cantar, para moverse y -como si fuera poco- se mueve con las piernas de Marlene Dietrich, que, lo sabemos, son maravillosas. Rath cae literalmente a sus pies. Pero ella -que es mala como el pecado- lo desprecia, lo somete, infinitamente lo humilla. En el final, el profesor llega al aula vacía de la Universidad, se sienta al pupitre desde el que dictaba sus clases, se aferra a él y queda así, muerto. Recuperar su dignidad fue morir.
Lola-Lola no es el Mal, es el Pecado. Que no son lo mismo. LolaLola es la tentación, la lujuria, la exaltación de la corporalidad, el sexo como libertad y como júbilo. Lola-Lola es, en suma, más fascinante que el profesor Rath. O encarna cosas sin las cuales (sin la experiencia de las cuales) no puede decirse de ningún hombre que sea inteligente.
Y desde aquí entender que esa cabaretera, esa cantante que dice "estoy hecha para el amor de la cabeza a los pies", expresa la eterna seducción que la barbarie tiene sobre la inteligencia. La seducción del vértigo, de lo irracional, de lo prohibido, de lo que se niega, de lo que se teme, de lo bárbaro entendido como lo Otro, como lo ajeno a la conciencia. Así, en su figura final, Lola-Lola es el inconsciente freudiano y el racionalista profesor Rath prefirió morir antes de enfrentarlo, antes de asumirlo, antes de admitir que Lola-Lola era él.
Madonna en Evita
La interpretación tradicional de las prostitutas es la que las perdona -purificándola- por medio de la muerte. Pensemos en la película de Parker-Madonna. Nadie duda de la unidireccional lectura que el film hace de Eva Perón: una chica de pueblo que utiliza su cuerpo para arribar al poder. En suma, una prostituta tramada por la ambición. Su primera "conquista" es la del cantante Agustín Magaldi, a quien usa para llegar a Buenos Aires. También se insinúa que la madre de Eva (Doña Juana) regentea un burdel en el originario pueblo de Junín. Evita creció en un prostíbulo. Evita llega a Buenos Aires y su ascenso inescrupuloso sigue su rumbo. Su cuerpo es siempre su instrumento. De esta forma, conquista a empresarios radiales para hacerse actriz y a militares para acercarse a su meta más ansiada: el coronel Perón. En una fiesta, junto a uno de estos militares (un peldaño más en su carrera vertiginosa e impúdica), la encuentra Agustín Magaldi, quien ha animado la reunión con algunas de sus viejas canciones. Evita le dice: "Veo que tu número no ha variado demasiado". Magaldi le echa una ojeada al milico que la acompaña, luego la mira y dice: "Veo que el tuyo tampoco". O sea: "Nena, seguís siendo la misma puta de siempre". Todos estos episodios están subrayados por un curioso personaje que interpreta Antonio Banderas. El tipo habla pestes de Evita durante todo el film: es una arribista, una ladrona (se roba la plata de la Fundación), una represora, una dictadora, una demagoga, una enemiga de la gente decente y de la democracia. No obstante, la acusación que permanece del principio al fin es la de "prostituta". Es mala porque es puta. Y se acabó.
Pero Evita (como adecuadamente deben hacerlo las putas en los folletines) se muere. No de tuberculosis, de cáncer. Y no sólo se muere, sino que agoniza. Largamente la vemos morir. Tan largamente como a la Garbo en La dama de las camelias. Y ya se sabe: la muerte purifica todos los pecados. Hasta los de las prostitutas. Hasta los de Eva Perón. Así, durante la escena del sepelio, Banderas o Juan Pueblo, se acerca respetuosamente al féretro y... lo besa. El Pueblo ha perdonado a la Evita-Puta porque la Evita-Puta -tal como corresponde a una puta hecha y derecha, que sabe saldar sus deudas- sufrió como una perra y al final se murió. Que descanse en paz. Ahora es buena. La puta buena es la puta muerta.
Lo que el viento se llevó y El Gatopardo
Nadie recuerda a Ona Munson. En un mundo que no recuerda a Kafka o a Melville o a Berg puede aceptarse sin mayor dolor el olvido de Ona. Sin embargo, hizo la prostituta de Lo que el viento se llevó. Ona Munson hace Belle Watling, la rumbosa prostituta de Atlanta, amiga de Rhett Butler, el amor imposible de Scarlett O'Hara. Belle Watling es la prostituta buena, generosa, que ha hecho dinero y sabe dar cobijo. Rhett Butler (Clark Gable) busca en su destellante prostíbulo satisfacción a sus desbordes vitales. Rhett nunca puede tener a Scarlett: ella siempre amará a Ashley Wilkes. Pero ahora hablaremos de Belle Watling. La prostituta que se ennoblece por la caridad.
Rhett se divierte en el prostíbulo de Belle. Hasta le regala uno de sus hermosos pañuelos de bolsillo. Belle es abundosa, vital, se desborda una y otra vez. Nadie la quiere, nadie la acepta entre la gente decente de la aristocrática ciudad de Atlanta. Cierta noche, en medio del inminentedesastre, de la inminente derrota, Belle se allega al Hospital donde agonizan cientos de soldados sureños. Quiere dar dinero. La desdeñan, la echan. Alguien, sin embargo, la llama: es Melanie Hamilton (Olivia de Havilland). Melanie no sólo representa la exquisitez de la mujer sureña, también está urdida por una bondad infinita. Le pregunta a Belle para qué ha venido. Belle dice que quiere ofrecer una suma de dinero para el hospital. Alguien, coherentemente, le grita: "¡No queremos su dinero!". Melanie impone silencio y le dice a Belle que sí, que ella aceptará su dinero, y que aprecia su bondad. Belle dice que no lo hace porque es buena sino porque es una buena confederada.
Belle diseña otro aspecto de la prostituta en el cine: se la termina aceptando porque es generosa, porque contribuye a una buena causa y porque, también, entrega diversión y vitalidad a un Rhett Butler que no puede encontrarlas en otro lado. Es la prostituta que consuela a un héroe solitario, que sufre de amores no correspondidos. Belle prefigura a otra entrañable prostituta que entregará (en un film tan inolvidable como Lo que el viento se llevó, pero superior) Luchino Visconti. Todos sabemos que -.en El Gatopardo, 1963- el príncipe Fabrizio Salina (Burt Lancaster) besaba, todas las noches, en el lecho matrimonial, a su muy católica esposa. Todos sabemos que luego ella se santiguaba. Sin embargo, cierta noche, amparado por un cura cómplice, el príncipe sale de su casa, recorre algunas callejuelas, se separa del cura y continúa su marcha hacia una puerta en la que golpea imperativo. La puerta se abre y aparece una mujer hermosa, sensual, con un pelo negro que le cae en cascada y unos ojos que brillan desbocados de lujuria. Echa sus largos brazos al cuello del príncipe y con una voz susurrante y espesa dice: "Principone mío". El príncipe Fabrizio entra a la casa y todos sabemos que esa noche nadie se va a santiguar por causa de sus besos.
Elizabeth Taylor en Una venus en visón
La Taylor tiene una gran escena en este film. La escena es grande porque es valiente, porque es inusual que una estrella se anime a hacerla. Pero Liz quería ser mala en esta película. Acaso el negocio de la película radicara en eso y todo estaba planeado, cómo no. Liz había hecho cosas terribles en la realidad. Entonces Liz hizo dos cosas: se enfermó (siempre estaba enferma la Taylor), le hicieron, creo, una traqueotomía y luego filmó Butterfly 8 (Una Venus en visón), film que dirigió Daniel Mann basándose en una novela de John O'Hara. Liz, aquí, se llama Gloria Wandrous y está en busca de esoque las mujeres yanquis llaman "Mr. Wright" y parece que no existe. En tanto busca a "Mr. Wright", Gloria Wandrous se entretiene como call girl. La gran escena es esta: enfrentada a Laurence Harvey (quien intenta ser "su" hombre en la peli, sin conseguirlo), le narra un hecho de su infancia. Su padre la violaba. Tenía un padre obstinado por el incesto que la violaba sin cesar. Todos creemos que Liz llorará con inabarcable dolor. Así también lo espera Harvey, dispuesto ya a abrazarla y darle consuelo. Entonces Liz grita: "¿Y sabes algo? ¡Me gustó! ¡Me gustó! ¡Todas y cada una de las veces que lo hizo me gustó!". ¿Qué tal? El papá la violaba y ella, ahora, confiesa descaradamente que le gustó. O sea, era puta desde chiquita la muy puta. La Academia, entonces, le dio un Oscar. Puta con Oscar, puta redimida.
Annie Girardot en Rocco y sus hermanos
Rocco tiene una desmesura trágica avasallante. Y la tragedia se encarna en Nadia, la prostituta que hace Annie Girardot. Annie era joven y terriblemente sensual cuando hizo Rocco. Tenía en la cara todo el dolor del mundo, pero también la furia, la inteligencia y el deseo de amar verdaderamente a alguien. Su amor será Rocco Parondi (Alain Delon, jamás como aquí) y ese amor será trágico, imposible. No hay retorno para Nadia. Es tarde y siempre fue tarde. El hermano de Rocco, Simone Parondi (Renato Salvatori, gigantesco en manos de Visconti, genial director de actores), la humilla ante Rocco, violándola con su pandilla de lujuriosos pendencieros. Ella, ahora, no se siente digna de Rocco. Vuelve a su profesión. Pero Simone no logra olvidarla y va en su busca. La encuentra en un paraje frío y desolado. Nadia llega con un cliente. Lo ve a Simone. El cliente huye. Nadia se recuesta contra un poste, esperando a Simone. Simone se le acerca con un puñal en su diestra. Ella abre los brazos, recibiéndolo. Será el orgasmo final, donde la muerte es parte del infinito placer. Y será, también, la inmolación. Simone la acuchilla. Ella cae, se arrastra por el barro y empieza gritar no quiero morir, no quiero morir.
Mira Sorvino en Poderosa Afrodita
El de prostituta es uno de los papeles más codiciados por las actrices. A una prostituta siempre le pasan más cosas que a una secretaria, a un ama de casa o a una profesora de literatura. Así las cosas, hacer de prostituta -como hacer de freak, de idiota o tarado conmovedor y en constante lucha contra la desgracia- suele ser un camino al Oscar. Mira Sorvino se lo ganó por Poderosa Afrodita. Woody Allen golpea su puerta y Mira abre. Le dice: "Vos debés ser mi cita de las seis y media". "Sí", dice Woody y entra. Luego ella le dice que tiene una cara especial, triste. Y define: "Tenés la cara de alguien que hace seis meses no se liga una buena mamada". Woody acepta, algo así, en efecto, le ocurre. Mira se larga a hablar de su profesión. Lo suyo, dice, es ser actriz. No hace mucho que lo descubrió, pero ahora, sin vueltas, está segura. Woody le pregunta cuándo fue que se dio cuenta, en qué momento. Mira se entusiasma y se desboca en la descripción: "Oh, sí, en qué momento. Bueno, estaba haciendo una película pornográfica. Y un tipo me la daba por detrás mientras yo se la mamaba a otro. Y ahí, ahí sí, ahí me dije: ¡Oh, Dios, lo mío es la actuación!".
Jodie Foster, la más joven de todas
Jodie tenía catorce años cuando hace Taxi Driver. No hay quien no recuerde su prostituta-niña. Esa frágil y perversa Iris Steensman sometida por el bizarro pimp que es Harvey Keitel. Pero, en ese año de 1976, Jodie hizo dos prostitutas. Y las dos fueron formidables. Una, Iris, que se dispone a abrir sin hesitación de ningún tipo el cinturón del letal justiciero De Niro para propinarle una fellatio. Y la otra es la Tallulah de Bugsy Malone, película discutible, de la que se podrá decir lo que se quiera menos que Foster no estaba maravillosa y cantaba con enorme sensualidad "My name is Tallulah".
El papel de Iris en Taxi Driver consagró a Jodie y casi le da un Oscar. Lo dicho: en el cine, rinde ser prostituta. Los jurados de la Academia son muy sensibles a sus peripecias.
Jack el Destripador contra todas
Se sabe: Jack el Destripador era impotente o su madre había sido prostituta. Tal vez las dos cosas. El tipo las odiaba. Una película sobre Jack garantiza ciertas cosas: el clima neblinoso del Londres victoriano, cantinas con canciones alegres, callejuelas estrechas, miseria social y prostitutas despanzurradas. Muchos, secretamente, gozan con estos matarifes de mujeres. Es así: el mundo está lleno de misóginos e impotentes. Y cada mujer que Jack destripa es una víctima ofrecida al altar de esa modalidad de la, digamos, condición humana. Se encuentra cierta abyecta justicia en el escalpelo del destripador: que paguen esas malas mujeres, esas putas impuras. ¿O acaso Jack mataba a las señoras de la burguesía victoriana?
Clint Eastwood cabalga para salvarlas
El pueblo se llama Big Whiskey. Una pandilla de tipos malos le tajea la cara a una prostituta. Sus compañeras ofrecen una recompensa para quien haga justicia, ya que el sheriff del pueblo, un tipo que se llama Little Billy Daggett (Gene Hackman) y es un malvado de aquellos, no se ha preocupado por encarcelar a los responsables. El veterano Eastwood, que necesita esa recompensa, monta otra vez a caballo, convoca a un par de viejos amigos y cabalga hacia el pueblo. Pasarán muchas cosas. Pero Eastwood, finalmente, matará a Little Big Daggett y hará morder el polvo a quienes ultrajaron el rostro de Delilah, la joven, desdichada prostituta. Como todo verdadero cowboy que ha hecho justicia en un pueblo, Eastwood, en el final, decide irse. Y entonces ocurre algo excepcional. Porque Clint, en el centro de la calle del pueblo, antes de irse, sosteniendo un rifle insoslayable, les grita, amenazadoramente les grita a todos: "¡Y no molesten más a las putas!". Y ahí, recién ahí, se va.
Otras grandes, impecables putas
Compréndame: le dicen "el oficio más viejo del mundo", ¿cómo no habría el cine de estar profusamente habitado por ellas? Compréndanme: ¿cómo dar cuenta de todas? Compréndanme: a las que olvide (a las que necesariamente olvide) no será por considerarlas menos putas que a las otras, será porque necesitaría un libro, un largo ensayo, un tratado para cobijarlas. Ha sido tan transitado el oficio y es tan venerable y antiguo que hasta María Magdalena, famosa prostituta que trabajó primero en un best-seller (La Santa Biblia) y luego en muchas películas, lo ejerció en los tiempos originarios de la edad cristiana. Fue Martin Scorsese, sin embargo, el que más la hizo lucir, ya que en La última tentación de Cristo la Magdalena se da muchos gustos. Se apropia de Barbara Hershey (que estaba bellísima en este film) y con esas formas opulentas y lujuriosamente diseñadas de Barbara se apropia del mismísimo profeta de Nazareth y le hace pasar un rato formidable, motivo por el cual el film de Scorsese sigue prohibido en este país tan, tan, tan católico que la mujer del Presidente aún derrocha los escasos fondos de nuestro escaso Estado para hacer pesebres en la Casa de Gobierno. La estirpe de María Magdalena se prolonga, se prodiga en cientos de películas y bellas mujeres. Elijan: Susan Hayward en La que no quería morir, donde no sólo es puta Susan sino ladrona y mentirosa y fiestera y amiga de muchos malos muchachos, razón por la cual la meten de cabeza en la cámara de gas y luego le dan un Oscar que (seamos justos) Susan merecía hacía rato, sólo que no había advertido la simple, desnuda verdad: aún no había hecho de puta.
Bette Davis en Mujer marcada, donde la Davis, con su habitual intensidad, hace un tipo muy transitado de prostituta: la amiguita de los gángsters. Todas esas chicas, todas esas chicas, insisto, todas esas pibas que andan con los tipos del hampa, como la misma Cyd en el ballet tipo-Mickey Spillane de Brindis al amor, como Jean Hagen en La jungla de asfalto, como Gloria Grahame en Los sobornados, como Rita Hayworth en Gilda, como Jane Greer en Retorno del pasado, como Judy Holliday en Nacida ayer, como Jean Wallace en Gángsters en fuga, como tantas otras, todas esas chicas, insisto, son, con perdón, putas, y que nadie pierda el tiempo en demostrar lo contrario.
También es puta Theresa Russell en Prostituta, en medio de los sórdidos excesos de Ken Russell. También lo es Brooke Shields en Pretty Baby, notable film de Louis Malle. También Dolly Parton en La mejor casita de placer en Texas (a Dolly no le falta con qué hacer de prostituta). También Jane Fonda en Mi pasado me condena (Klute), un film en el que Jane estuvo como nunca, se ganó -¡desde luego!- un Oscar y dejó para todas las antologías del cine la secuencia en que está con un cliente, ahí, en la cama, co -según se suele decir- giendo, y jadea, y jadea y ya la presentimos llegando a un orgasmo espectacular y, de pronto, ella, siempre cogiendo y entre opulentos jadeos, mira el reloj... porque está apurada y otro cliente la espera. También la novia de Gypo Nolan, el desgarrado, patético delator dublinense de, precisamente, El delator, ese inmenso film de John Ford en el que Gypo entrega a su mejor amigo para sacar a su novia puta de las calles de esa Dublin llena de niebla y de miseria. También Michelle Pfeiffer en Los fabulosos Baker Boys, donde hace -.maravillosamente- de Susy Diamond, una ex call girl y cantante que se une a los dos perdedores hermanos Baker, se enamora de uno, de Jack (Jeff Bridges), y le dice que no la pasaba bien trabajando de call girl, salvo cuando la llevaban a las convenciones de fabricantes de jabón porque los tipos, por lo menos, "eran limpios". También Kim Bassinger en Los Angeles al desnudo, donde hacía de puta tipo-Verónica Lake, se lo levantaba a Russell Crowe, nada menos, ese machazo de California, y se ibacon él en un raro final feliz para una chica de éstas, felicidad que se prolongó en la siguiente entrega de premios de la Academia, ya que (adivinaron, sí) Kim Bassinger, que es una tronca fenomenal, también se ganó un Oscar haciendo de, digamos, chica promiscua.
También Betty Boop, que, como Marilyn, nunca fue santa. También Rita Hatworth en Lluvia, donde hace la Sadie Thompson, y donde el tema era el recurrente del hombre (un cura en este caso, José Ferrer) que quiere liberar a la prostituta de su pecaminosa existencia. (No consigue nada el cura: Sadie Thompson lo seduce, lo lleva al pecado y el pobre tipo se suicida.) También Giulietta Massina en Las noches de Cabiria, y también Shirley Mac Laine en la creativa remake de Bob Fosse, Sweet Charity, donde Shirley y Chita Rivero y Paula Kelly gloriosamente cantan y bailan una canción que dice una plegaria laica que suelen decir muchas prostitutas: "Tiene que haber algo mejor que esto". También Julia Roberts y Laura San Giacomo en Mujer bonita, donde la prostitución es un cuento de hadas y una gran mentira, porque no es, definitivamente, eso. Y también, por último, por concluir esto de algún modo, Nicole Kidman, bellísima, en Moulin Rouge, tan puta y tan tuberculosa como la Garbo en Camille, cosa que nos permite totalizar, cerrar el círculo y decirles adiós o mejor, ya que jamás podremos despedirnos, hasta luego, hasta cualquier momento y gracias por el viaje.
José Pablo Feinmann
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1 comentario:
Como amamos a estas putas!
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