sábado, 21 de febrero de 2009

De otro planeta


Como presidenta del jurado del Festival de Berlín, acaba de entregarle el Oso de Oro a una película peruana que aborda la violencia de género. En los cines locales todavía se la puede ver desafiando los límites que impone la vejez en El curioso caso de Benjamin Button. Ultimos capítulos, apenas, en la historia de Tilda Swinton, la actriz de la estampa andrógina, la mujer que inspiró a Derek Jarman —actúa en siete de sus ocho películas— y que ahora alienta un documental para recordarlo y honrarlo, la que ha sabido desafiar el sistema de géneros en cada uno de sus roles... Tilda Swinton, esa chica que no se anima a afirmar sin dudar que es realmente una chica, habló en exclusiva con Soy de lo que fue y lo que vendrá.

Dicen que Derek Jarman la eligió para su película Caravaggio por su aterradora semejanza con las mujeres que aparecen en los cuadros de ese pintor. Pero también es posible afirmar que Tilda se asemeja a las mujeres de Cranach, de Botticelli o de Vermeer, quienes a su vez no se parecen entre sí. “No es que yo tenga nada muy especial, de hecho soy idéntica a muchas personas de mi familia en Escocia, hasta diría que soy mi padre sin bigotes”, bromea ante la insistencia de los comentarios sobre su estilo andrógino (y freak también). Lo cierto es que un don enigmático y al mismo tiempo amable reside en esta estampa, cuerpo y rostro lavado, que ha convertido a Tilda Swinton desde el encuentro con Jarman en 1985 en un icono top de la moda andrógina, en una referente de la libertad queer, especie de celebración andante de lo ambiguo. Si luego de trabajar en siete películas con Jarman aún le faltaba salir del caparazón local británico, en 1992 le tocó protagonizar Orlando de Virginia Woolf en la versión de Sally Potter. Desde entonces, el cuestionamiento de géneros e identidades fijas que parece encarnarse en su figura, tomó carácter internacional. Resulta muy difícil no ver algo de lo que planteaba Virginia Woolf en su personaje capaz de mutar cuando Tilda Swinton hace de bruja blanca en Las crónicas de Narnia o cuando interpreta al ángel en Constantine, de Francis Lawrence. Y lo mismo ocurre cuando aparece en tramas mucho más realistas, como en la película Julia, de Erick Zonca, donde hace de alcohólica, o en el rol de amante de Ewan McGregor en Young Adam. A lo largo de su brillante trayectoria en el cine europeo, que últimamente incluye una promenade por Hollywood, ha participado en numerosos films decididamente queer, o que plantean una temática Glttbi, lo que no parece ser a esta altura una mera casualidad sino parte de una militancia personal y estética contra los límites que encierran las vidas, las inteligencias y los cuerpos. Acaba de terminar de filmar en España una película de Jim Jarmusch junto a Bill Murray y Gael García Bernal. También tiene en el tintero un proyecto con Marilyn Manson como director de un film sobre Lewis Carroll y trabaja actualmente en la creación de una fundación, que cuenta con el respaldo de la World Cinema Foundation, entidad dirigida por Martin Scorsese, y cuyo objetivo es regalar un paquete de películas a los niños que cumplan 8 años y medio para introducirlos en el mundo del cine.

Esta mujer de 48 años, sin rictus de cirugías ni de maquillaje, pero tampoco del paso de un tiempo cruel, llega a la cita con un despampanante tapado bermellón que nunca se quitará durante la entrevista y ante cada pregunta se rasca la cabeza, como quien se propone buscar las palabras justas con el método más rudo y elemental. Cuando le preguntan cómo nació su relación con Jarman, sobre quien el año pasado realizó un notable documental, rechaza por completo la palabra musa, porque le resulta demasiado pasiva. No sólo para ella sino para él. Prefiere aventurar que tal vez fuera su extraño parecido con una mujer pintada en un cuadro de Caravaggio, el verdadero motivo de lo que fue una amistad, una conversación interminable hasta la muerte del director en 1994. Si la palabra musa no le gusta para su relación con los directores de cine, la palabra modelo le queda chica para la inspiración que significó Tilda en varios modistos de alta costura y sobre todo en la dupla de Viktor & Rolf, cuyas camisas andróginas le deben mucho al torso de Swinton.

Si dejamos afuera la palabra musa, ¿cómo se define?

—Me considero más bien una suerte de modelo del artista, porque así es como me enseñaron a trabajar. La performance más emblemática para mí es la del burro en la película Au hasard Balthazar de Robert Bresson. Ese es mi objetivo, es mi santo grial. Tratar de ser tan animal como ese burro.

¿Con qué criterios elige sus roles?

—Nunca elijo los roles, elijo a la gente. Esto tiene que ver con el hábito que desarrollé en los comienzos de mi carrera. Todo empieza con una conversación, luego de ahí salen los proyectos y, por último, veo qué voy a hacer en la película. Para mí el rol en sí mismo es lo menos importante.

¿Cómo surgió la idea del documental titulado Derek sobre Derek Jarman?

—La idea surgió de una conversación que tuve con los dos productores del documental, Colin McCabe e Isaac Julien. Decidimos realizarlo porque, durante nuestros viajes por el mundo para hablar con estudiantes de cine, nos dimos cuenta de que nadie sabía quién era, y de que tampoco se podían conseguir los DVDs de sus películas. Y esta ha sido una gran frustración para mí en los últimos diez o quince años. También hicimos este documental para honrarlo y para rememorar la época en la que él hizo sus películas.

¿Qué tenían de especiales los tiempos de Jarman?

—Eran tiempos en que nos quejábamos porque era difícil hacer películas y por el clima político, sobre lo difícil que era ser un artista de la resistencia cultural contra Margaret Thatcher o Ronald Reagan. Aunque, en realidad, las cosas funcionaban mejor en esa época porque había financiación para el cine, cosa que ya no existe. Te daban un poco de dinero y tenías la seguridad de que ibas a recibir más para los próximos cinco proyectos, entonces el artista tenía la posibilidad de desarrollarse. Ahora todo se rige por el mercado, hay un organismo que está supervisado por la lotería a la que sólo le importa generar ganancias. Les interesa más el dinero que la cultura. Y creo que esto está relacionado con el colapso de la televisión. Antes había una industria televisiva digna, no se hablaba de la industria del cine y por eso se podían hacer mejores proyectos.

¿Cómo definiría el legado de Jarman?

—Su impacto es muy particular. Fue un activista cultural, y no sólo me refiero a su actividad política sino también a su lucha contra el sida y las doctrinas represivas del gobierno británico. Jugó un papel muy importante en la resistencia cultural, incluso a nivel internacional. Y como artista británico fue muy significativo porque formó parte de una larga e ilustre tradición en el mundo del arte. Inglaterra, como todos los países pequeños, es muy buena para enterrar a sus más grandes artistas. Derek es un ejemplo maravilloso de un artista internacional que logró prevalecer y tener un impacto también en su propio país.

La película Orlando presentó con una potencia inigualable la ambigüedad de los géneros, lo lábil de los compartimentos preestablecidos. ¿Cómo ve usted esta cuestión?

—El film está basado en el texto clásico de Virginia Woolf, que fue escrito hace mucho tiempo. Yo pienso que, como en cualquier posibilidad de transformación, uno también puede jugar con el cambio de género. Mi idea de identidad de cualquier tipo es que no estoy segura de que realmente exista. He examinado esta idea de forma lateral desde que hice Orlando y otros films que tocaban el tema de la transformación de género. Por ejemplo, últimamente estuve pensando sobre lo que significa ser madre. Cuando se es madre, ¿se pierde todo o se puede retener una identidad multifacética? Toda esta idea de transformación y de género me interesa como actriz. Es un tema muy personal: yo puedo decir categóricamente, como lo hace Orlando en el film, que probablemente soy una mujer.
¿Probablemente?

—No sé si alguna vez voy a poder decir que soy una chica, por mucho tiempo me sentí como un chico. No lo sé, quién sabe. Voy cambiando.

Hay una escena en la que Orlando experimenta la muerte y luego decide transformarse en mujer para poder dar a luz. ¿Qué significado le encuentra usted a esta escena?

—Orlando trata del espíritu. Me acuerdo de que cuando filmamos esa película pensaba que el film era sobre la transformación, porque ésa era mi tarea como actriz. Pero ahora creo que el objetivo de Orlando no era cambiar sino continuar siendo la misma persona. Hace poco vi el film nuevamente y me conmovió esa sección de la película en particular, la parte de la transformación, la escena de la batalla, porque soy hija y hermana de soldados. Pienso constantemente sobre qué hace eso al espíritu, tener que tomar el tipo de decisiones que tienen que tomar los soldados.

¿A veces la coherencia se encuentra en el cambio, en la transformación?

—Orlando tiene la ventaja de poder transformarse, no todos tenemos ese privilegio. Pero pienso que el personaje intenta ser coherente con su espíritu, es decir, para lograr mantener unido su espíritu decide transformarse en una mujer.

Más de una vez ha interpretado roles masculinos. ¿Sabe por qué será?

—Para mí es natural hacer esos roles. Me gusta caminar por la cuerda floja, balancearme de un lado a otro dentro de la identidad sexual y de género. Aún no me han crecido las tetas, ni se me han ensanchado las caderas. Lo intenté en la película Julia, pero luego se me fueron. Creo que Julia es una personificación de una mujer y no una mujer.

¿Hasta qué punto esta idea de transformación forma parte de un experimento con usted misma? ¿Hay límites?

—Sí, hay límites. Por ejemplo, como te comenté antes, soy madre y me interesa mucho lo que le ocurre a una persona cuando es madre o padre. Yo sé algo de lo que puede o no ocurrirte cuando sos madre. La idea es darle una vuelta de tuerca. Darse cuenta qué parte de vos perdés y con qué partes te quedás.

Además de la maternidad y la paternidad, ¿qué otro tipo de transformación física la preocupa?

—El envejecimiento. En la película grandiosa de David Fincher, The Curious Case of Benjamin Button, tengo un papel pequeño de una mujer que vive toda su vida en un estado de lamento porque tuvo la oportunidad de nadar a través del canal cuando tenía diecinueve años, pero no lo hizo, y desde ese momento se arrepiente de no haberlo hecho. Cuando es vieja lo hace y logra dar vuelta su vida haciendo lo que siempre quiso hacer. Y eso es muy inspirador. A medida que envejezco me doy cuenta de que existen ciertos conceptos que nos limitan de tal forma que determinan el orden de las cosas que uno debe hacer.

¿Por ejemplo?

—Si no te divertiste lo suficiente en la adolescencia, podés hacerlo con cuarenta o sesenta. La gente está pensando constantemente que es demasiado tarde para hacer ciertas cosas. ¿Por qué? Percibir la vida de esa forma me inquieta. Mis hijos tienen once años y ellos me transportan a esa edad. Ahora estoy pensando en cómo es tener once años.

Tuvo el privilegio de trabajar con los mejores directores. ¿Cómo logró obtener tanta libertad de elección?

—Estoy de acuerdo, me encuentro en una posición privilegiada. Empecé a trabajar en un ambiente muy especial con Derek Jarman, con el que colaboré ocho años y estuve en siete de sus películas. Era como estar en un jardín de infantes, tuve la oportunidad de desarrollar cierta sensibilidad y una forma de trabajar. Cuando Derek se murió en 1994, me quedé sin mi mayor colaborador. Afortunadamente para esa época ya había trabajado el tiempo suficiente y la gente me empezó a contactar para ofrecerme proyectos. Esa fue mi bendición.

Y como Jarman, trascendió las fronteras de su país de origen...

—Recientemente he tenido una aventura rara en Estados Unidos. Ha sido un viaje extraño, no sólo porque estaba lejos de casa sino porque trabajé en el sistema de los estudios, que es un lugar muy exótico, misterioso e interesante. Pero esta aventura está llegando a su fin y ahora estoy trabajando más en mi casa. Aunque el hecho de que Hollywood esté contratando a gente como Andrew Adamson para hacer el film Narnia o Francis Lawrence para hacer Constantine o Spike Jones para Adaptation es una buena señal.

El año pasado dirigió e inauguró en Escocia un festival de cine llamado “Ballerina Ballroom - Cinema of Dreams”. ¿En qué consiste? ¿Qué tiene de especial?

—Fue una fiesta. El año pasado alquilé una sala de bingo que se encuentra en mi pueblo, Nairn. La alquilé pensando en transformarla en un cine con funciones para los sábados, a modo de prueba. Quería mostrar mi colección de DVDs, cualquier película que no fuera el tipo de películas que muestran en los multicines. Poco después, Mark Cousins (crítico de cine) y yo finalmente decidimos testear la idea y hacer un festival en agosto. Colocamos un pequeño anuncio al público vía Facebook y vinieron seis veces más personas de las que habíamos calculado que podían entrar en la sala, y se transformó en una especie de evento internacional y fue fascinante. Mostramos Las amargas lágrimas de Petra von Kant, de Fassbinder, y fue la mejor proyección privada que vi de esa película en mi vida.

¿Por qué?

—He visto esa película varias veces en universidades y en cinematecas, en donde todo el mundo hace comentarios del estilo “este film es sobre esto o aquello”. En cambio, en nuestro festival los espectadores eran mujeres de avanzada edad y gente que nunca había visto un film de Fassbinder, fue una experiencia intensa para el público, pero al día siguiente volvieron para ver Miss Marple. También proyectamos El arbolito que canta y suena, de Francesco Stefani; Cantando bajo la lluvia; La bota, del director iraní Mohammad Ali-Talebi; y 8 y 1/2 de Fellini. Una de las razones por las que funcionó tan bien este festival es que nadie sabía bien qué estaba haciendo. La entrada costaba 3 libras, pero si traías una torta o usabas una pieza de ropa que estuviera relacionada con el contenido de la película, podías entrar gratis. Como resultado hemos creado el proyecto “Cinema of Dreams” (“Cine de los sueños”), que es una especie de festival de cine ambulante. El gobierno escocés nos pidió que llevemos este concepto a Pekín el mes que viene para mostrar películas escocesas. Vamos a seguir haciendo este festival, aunque no sabemos exactamente cómo.

¿Tiene planes para nuevas películas?

—Ultimamente se me ha estado acercando más gente para ofrecerme papeles. Ahora estoy trabajando más en Europa otra vez. Trabajé con el cineasta francés Erick Zonca, con Luca Guadagnino en Italia, con Béla Tarr en Hungría. El próximo film que voy a hacer es con Lynn Ramsay, una directora escocesa. La filmación va a empezar más adelante este año, espero. Es una adaptación del libro titulado We Need to Talk about Kevin (Tenemos que hablar de Kevin), que fue una novela polémica sobre una madre que tiene dudas sobre su rol de madre. Es un tema duro, pero Lynn Ramsay es un talento extraordinario de Escocia. Ha hecho dos películas, Ratcatcher (Cazador de ratas) y Morvern Callar, y no ha filmado en siete años.

Parece algo contenta cuando habla de volver a Europa. ¿No se siente bien trabajando en Hollywood?

—No me considero parte de ese sistema y tampoco me ha causado ningún sufrimiento. Soy una turista allí. Es un lugar muy interesante para visitar, pero yo soy de otro planeta.

Vera von Kreutzbruck, desde Berlín
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lunes, 16 de febrero de 2009

Una lesbiana en Ciudad Gótica


Los trajes ajustados, la ropa interior colorida y los antifaces siempre hicieron que la imaginación popular vinculara la actividad superheroica con el paisaje gay: son un lugar común los chistes sobre Batman y Robin. En plena era del cambio-Obama y tras la década de represión-Bush, la DC Comics –empresa que creó al hombre murciélago, a Superman y a la Mujer Maravilla– decidió modificar al personaje Batwoman –no confundir con Batichica– y hacerla abiertamente lesbiana. El proyecto, que tiene como desarrollador al guionista de la firma Greg Rucka, es en realidad de 2006, cuando el personaje de Kathy Kane –una rica heredera que se dedica, inspirada por Batman, a combatir la delincuencia– fue introducido en la historieta 52. En una entrevista concedida al sitio especializado Comic Book Ressources, Rucka advierte que el rumor de que esta Batwoman –personaje creado en los 60– era lesbiana, surgió en un artículo del New York Times que, en realidad, estaba plagado de inexactitudes y tomaba como fuente al ejecutivo de la DC Dan DiDio. “Citaban cosas que él no dijo nunca, y de pronto todos los fans decían que 52 era la historieta del personaje gay, lo que no era cierto.” Sin embargo, respecto de la historieta que saldrá a partir de junio en los Estados Unidos –en el número 854 de la revista Detective Comics y con el título Battle for the Cowl–, Rucka confirmó: “Sí, es lesbiana. Y además es pelirroja. Las dos cosas son características del personaje; nada más que debería ser juzgado por sus propios méritos. Si alguien tiene problemas con eso, es cosa suya, no mía. Mi trabajo es escribir la mejor historia posible para un personaje que todos ven sensacional y que merece ser protagonista de su propia historieta”.

Esta encarnación de Batwoman, pues, implica la primera aparición de un personaje abiertamente homosexual en el mundo de la historieta mainstream. Aunque desde hace años varios otros personajes han sido “sospechados” de orientación homoerótica. Existe un sitio, Gay League, que promueve la historieta con personajes gay y discute la orientación genérica de muchos otros. Claro que ninguno es una estrella “grande” o protagonista de alguna serie. La lista de personajes arco iris puede chequearse en http://www.gayleague.com. El mundo se prepara para un traje con capa arco iris.

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domingo, 15 de febrero de 2009

El comandante del Castro


En 1978, Harvey Milk, el activista gay más importante de los Estados Unidos, fue asesinado en San Francisco junto al entonces alcalde George Moscone, y el crimen marcó y despertó a una generación. Ahora la importancia como militante por los derechos civiles del político llega por fin al cine comercial de la mano de Gus van Sant, el director de Mi mundo privado y Elephant, que en su regreso al cine mainstream lo eligió como protagonista de su film biográfico Milk, que compite por el Oscar a Mejor Película y cuenta con una enorme actuación de Sean Penn. Aquí reproducimos fragmentos de uno de los discursos más famosos de Harvey Milk, que se conoce como “Hope”, es decir, “Esperanza”, pronunciado poco antes de su muerte.

Mi nombre es Harvey Milk y vine a reclutarlos.

¿Por qué estamos aquí hoy? ¿Por qué están aquí tantos gays? ¿Qué está pasando?

Quiero explicarles por qué es importante que haya candidatos gays y que se elijan gays. Hay una razón y es muy importante, y creo que si mis amigos y votantes que no son gays la entienden, también van a entender por qué me presenté tantas veces, hasta llegar.

Hay una gran diferencia, una diferencia que sigue siendo vital, entre elegir a un amigo de los gays y elegir un gay. Los gays fuimos calumniados a nivel nacional. Nos emplumaron, nos acusaron de pornógrafos, de ser abusadores de menores. No alcanza con tener amigos en el poder, por más buenos amigos que sean.

La comunidad negra lo entendió hace tiempo: los mitos contra los negros sólo pueden ser contestados por líderes negros elegidos por el voto, para que la comunidad negra sea juzgada por esos líderes y no por sus criminales. Los hispanos no pueden ser juzgados por los mitos o los criminales. Los asiáticos no pueden ser juzgados por los mitos o los criminales. Y ya es hora de que los gays no seamos juzgados por los mitos o los criminales.

Como todos los demás grupos, tenemos que ser juzgados por nuestros líderes y por los que salieron del closet. Si somos invisibles, quedamos en el limbo, gente sin familia, sin padres, sin hermanos ni amigos, sin profesiones. Un buen porcentaje de esta nación queda así compuesta por estereotipos de potenciales abusadores de menores. La comunidad negra ya no es juzgada porque tenga amigos sino por sus legisladores y líderes. Tenemos que darle a la gente la oportunidad de vernos por nuestros legisladores y nuestros líderes. Un gay elegido puede marcar la agenda, ganarse el respeto del país en general y de los jóvenes en nuestra propia comunidad que necesitan ejemplos y esperanza.

Los primeros gays que elijamos tienen que ser fuertes. No se pueden conformar con sentarse en última fila. No pueden conformarse con que les den las sobras. Tienen que estar por encima de la trampa y la dádiva. Tienen que ser, por nuestro bien común, independientes e incorruptibles. La frustración que sentimos es porque no nos entienden, y los amigos no llegan a sentirla. Pueden verla en nosotros, pero no pueden sentirla. Porque un amigo nunca salió del closet. Yo me acuerdo cómo fue mi salida del closet y cómo me encontré con que no tenía modelos.

Y no puedo olvidarme de qué cara tiene alguien que perdió la esperanza. Sea gay, sea viejo, sea un negro buscando un empleo que no está, sea un latino tratando de hacerse entender en una lengua que le resulta extranjera. Y hablo en primera persona porque estoy orgulloso, orgulloso de estar aquí frente a mis hermanos y hermanas gays, orgulloso de ustedes. Es hora de que tengamos varios legisladores que sean gays y estén orgullosos de serlo, que no se queden en el closet. Creo que un gay no tiene que evadir sus responsabilidades y tener miedo de que lo saquen de su puesto.

Los gays de aquí y de todo el país, los jóvenes que están saliendo del closet y escuchan a la derecha religiosa por los medios, lo que necesitan es esperanza. Ustedes tienen que darles esperanza. Esperanza de un mundo mejor, un mañana mejor, un lugar adonde ir si las presiones en casa se hacen insoportables. No sólo para los gays sino también para los negros, los latinos, los viejos, los lisiados... Si ustedes ayudan a elegir más gays, les estarán mandando una clara señal a los que se sienten afuera, una señal de que es posible avanzar. Si un gay puede, las puertas están abiertas para todos.

Harvey Milk

Vida y obras
Harvey Milk fue el primer hombre gay elegido para un cargo público en los Estados Unidos; fue supervisor en San Francisco (una suerte de concejal) en 1977, cuando era alcalde George Moscone, después de tres intentos fallidos. Sus intensas campañas, su estilo confrontativo y simpático le ganaron la calificación de “populista gay” y de “alcalde del Castro”, barrio donde inició su carrera cuando ya tenía más de 40 años. En sus 11 meses en funciones logró, entre otras cosas, hacer pasar una ley que prohibía la discriminación laboral por orientación sexual, y más tarde aplastar en elecciones a la Iniciativa Briggs (o Propuesta 6), que exigía prohibir que las personas homosexuales fueran maestros o profesores (una campaña de la derecha religiosa que agitaba la bandera de asimilar homosexualidad con pedofilia como fantasma más importante).

Harvey Milk y el alcalde Moscone fueron asesinados el 27 de noviembre de 1978 por otro supervisor, Dan White, un joven ex policía y ex bombero. Durante la noche del crimen, la ciudad vivió una impactante vigilia con velas que demostró –por si hacía falta– el afecto de la comunidad por el supervisor, y lo mucho que había cambiado la ciudad de San Francisco, desde entonces ejemplo mundial de tolerancia. Dan White fue llevado a juicio, y tuvo una condena efectiva de apenas 5 años; sus abogados sostuvieron que el ataque de ira había ocurrido por un abuso de comida chatarra (!!!) que habría disminuido sus facultades racionales. La absurda condena y la más absurda defensa iniciaron una revuelta en el Castro que se extendió al resto de la ciudad y pasó a la historia como “Los disturbios de la noche blanca” (White Night Riots): 3 mil personas pelearon hasta el amanecer con la policía, y la ciudad de San Francisco sufrió un millón de dólares en pérdidas materiales. Dan White se suicidó a los 39 años, poco después de salir libre de prisión. La vida y la militancia de Harvey Milk fueron documentadas en The Major of Castro Street (1982), la biografía escrita por el periodista gay Randy Shilts (autor de la impactante y clásica investigación sobre los primeros años del sida Y la banda siguió tocando) y The Times of Harvey Milk, documental de Rob Epstein que ganó el Oscar en 1984. Después de años de idas y vueltas, Gus van Sant logró llevar la historia al cine mainstream con la biopic Milk, que se estrena la semana que viene y compite por el Oscar a Mejor Película. La actuación de Sean Penn como Milk es medida, impecable, valiente. Lo acompaña un elenco sobrio que forma un conjunto casi ideal: James Franco y Diego Luna interpretan a dos de sus parejas en diferentes momentos de su vida, Josh Brolin se carga la difícil tarea de interpretar al asesino Dan White, y el joven Emile Hirsch impresiona en su creación de Cleve Jones. El crecimiento de ese personaje, de jovencito prepotente y callejero a militante y compañero de Harvey Milk (que lo formó en la política) está narrado con gran inteligencia. Cleve Jones fue, años después, el creador de la San Francisco Aids Foundation y del NAMES Project AIDS Memorial Quilt: un gigantesco tapiz conformado por miles de más pequeños paneles-tapices personalizados hechos de ropa, peluches, perlas, plumas, telas, sábanas o cualquier otro género. Cada uno lleva el nombre del ser querido que ha muerto víctima del sida y lo confeccionan parejas, amigos y familiares. El tapiz completo hoy pesa 54 toneladas y es el objeto de arte popular y colectivo más grande del mundo. Rob Epstein también hizo un documental sobre este proyecto, Common Threads: Stories From The Quilt y ganó su segundo Oscar, en 1989.


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sábado, 14 de febrero de 2009

Flechazos


Lea el título dejando que el suspiro enamorado se escape de su boca. O diga ay, así como si se escapara sangre por la herida de un amor perdido. Ay, amor; con la cansada complicidad que dan los años compartidos. Ay, con la añoranza de lo que todavía no se ha conocido. Ay, amor, con el miedo que da la certeza de que todo pero todo puede ser arrasado por su potencia. Lea el título como quiera o como pueda, pero sobre todo lea las historias que siguen. Y si se escapa un lagrimón, que sea en honor de San Valentín.

Quien busca, encuentra

A pesar de que la única luz en la sala era el resplandor de la película sobre las butacas vacías, y de que el avance furtivo de uno sobre el otro los terminó arrastrando al cubículo de un baño en donde ni por un segundo repararon en las frases que otros habían escrito en la madera cuarteada junto a números telefónicos y nombres propios que no eran sino excitadas contraseñas; a pesar de que no se habían dicho sus nombres y de que algo de la urgencia que en lo oscuro entrelazaba genitales los había acompañado a ese lugar en donde un tubo fluorescente que funcionaba mal les permitía ahora mirarse a los ojos y saber que se gustaban, uno le dijo al otro: “Yo vengo acá a buscar el amor de mi vida”.

Entonces Claudio, que estaba casado y que vivía en Santa Fe, y que había venido a Buenos Aires a un congreso de ginecología, tragó saliva, cerró los ojos y recibió de Aldo su primer beso. Pero no el primer beso que esos dos muchachos se daban esa noche en esa fortaleza en que circunstancialmente se había convertido ese cubículo de un baño cuya sordidez no escapaba a las generales de la ley de cualquier cine porno, sino el primer beso que él le daba a un hombre. A un hombre que un segundo antes había tenido la enternecedora desfachatez de hablarle de amor en un lugar como ése. “Me pareció raro, me causó gracia, pero no le hice ningún comentario. Y también fue raro que lo dejara besarme. Si bien no era la primera vez que iba a un cine porno, ya que hacía más de un año que había empezado a sentir deseos hacia el mismo sexo, aunque siempre que me querían dar un beso les corría la cara. Es más, ni siquiera hablaba en esos lugares. Para mí todo era muy fugaz, muy impersonal, y lo único que hacía era ver, a veces tocar, pero no terminaba de sentirme parte de esa sexualidad porque creía que, en mi caso, era algo pasajero. De hecho, cuando me casé yo no fantaseaba con hombres. Con mi mujer estuvimos cinco años casados y durante los primeros tres yo estaba completamente seguro de lo que sentía. Hasta que lo conocí a Aldo y ahí fue que cambió todo.”

Los dos revuelven el café que se han servido en la mesa del living, casi el único mobiliario del departamento al que acaban de mudarse en el barrio de Caballito. Y cuando Claudio cuenta que aquella noche de mayo de 2006, cuando salieron del cine, fueron a un hotel a hacer lo que no habían hecho en ese baño, Aldo salta y lo corrige: “A un telo fuimos. Llamemos a las cosas por su nombre”. Antes, Claudio había iniciado el relato diciendo que había sido “en un lugar gay” donde se habían conocido. “¿Un lugar gay? ¿Pero qué tipo de lugar? ¿Una discoteca?” “Un lugar gay...”, repite, ante una pregunta que no se sospecha indiscreta pero que su rictus de incomodidad así la pone en evidencia. Pero Aldo, que parece más desprejuiciado, y que en un momento dado trae de la habitación una carpeta que en realidad es un álbum de recuerdos en el que han ido juntando papelitos escritos en bares, entradas de cine, pasajes de ómnibus y hasta el envoltorio de un preservativo, no tarda en despejar el pudoroso eufemismo. “Encontrar el amor en un cine porno es muy significativo. Cuando me crucé con Claudio, antes de que se planteara la situación de tener sexo express, como se acostumbra en ese tipo de lugares, le dije: ‘No, pará. No vayamos tan rápido’. Entonces salimos y caminamos un montón, desde Suipacha y Corrientes hasta Combate de los Pozos y México, donde quedaba el telo. Un trecho en el que tuvimos tiempo hasta de arrepentirnos.”

Era la noche de un lunes, y una cena en una pizzería fue lo que le siguió a un encuentro sexual que para los dos fue por demás apasionado. Y acaso por los nervios que aún no se habían disipado del todo y por los recelos obvios de hombre casado, Claudio le había dado a Aldo un celular que no era el suyo y hasta le había dicho que se llamaba Lisandro. Habían quedado en encontrarse dos días después a la salida de un teatro, a una hora determinada, y la confiada certidumbre de que Aldo iría comenzó a desvanecerse cuando ya habían pasado dos horas y Claudio todavía lo seguía esperando. “Durante todo el día yo había tratado de contactarlo para decirle que no iba a poder ir, pero me saltaba que el número no correspondía a un abonado en servicio. Entonces nunca le pude avisar, no fui y nunca nos encontramos. Y para colmo de males él tampoco tenía mi teléfono, porque circunstancialmente yo estaba sin celular. Después de todo, él era un tipo casado y vivía en Santa Fe, ¿qué ilusiones me iba a hacer yo con un hombre casado?”

Al término del congreso, Claudio volvió a Santa Fe, deprimido por no saber qué hacer para contactar a Aldo. Y fue tal el impacto que éste le había producido, que a partir de allí decidió dejar de tener relaciones con su mujer justificando su bajón con cuestiones laborales. “Sabía que se llamaba Aldo Fernández y que vivía en Valentín Alsina. Y si bien antes de irme de Buenos Aires busqué y rebusqué en la guía telefónica y llamé a varios de los ochenta mil Fernández que figuraban, me fui sin saber nada de él y totalmente deprimido. Me había hecho mucha ilusión de volver a verlo, y ese fin de semana me lo pasé maquinando cómo hacer para encontrarlo. Y ahí fue que se me ocurrió la idea de contratar un detective.”

Con los pocos datos que tenía (estaba al tanto, además, de que Aldo trabajaba en una editorial en la calle Florida y que estudiaba comunicación social en la UBA), Claudio llamó a una agencia de investigación privada creyendo jugarse así una última carta. “Pero mirá que estos datos son poco concretos... Fernández hay miles”, dice que le dijo el detective, quien para su enorme sorpresa lo llamó una semana después para informarle que creía haber localizado al susodicho. “Cuando me llamó, estaba medio dormido y no me acordaba quién era”, comenta Aldo. “Hola, ¿Aldo? Soy Lisandro.” “¿Quién?” “Lisandro...” “Perdoname, pero no me doy cuenta quién sos...” “Ah, bueno, si no te acordás, no importa. Lo dejamos así, no hay problema.” “¡No, pará! Estaba dormido. Dejame pensar un poco.” Entonces se acordó y le sobrevino el susto. “No entendía cómo había conseguido mi teléfono y pensé que podía ser un loco. Me empecé a preguntar qué querría conmigo y me imaginé un montón de cosas. Para colmo era la época de lo secuestros. Le pregunté cómo había conseguido mi número y al principio no me quería decir, pero cuando me dijo que había contratado un detective me pareció re tierno. Eso no quitó que yo tuviera mis reparos ante su insistencia de volver a vernos. De hecho, cuando vino a Buenos Aires, todos mis amigos me decían: ‘¡No vayas, no vayas! Está enfermo’.”

La noche en que se volvieron a ver Aldo cuenta que Claudio estaba muy lindo, vestido con un saco sport y una bufanda de colores. Y que después de cenar fueron al mismo telo de la primera vez, y que esa fue la primera vez en que un hombre se aventuró adentro suyo. “La relación ahí comenzó a ser formal, y yo a los quince días viajé a Santa Fe. Claudio se separó en septiembre de su mujer y para entonces ya estábamos enamorados. El 18 de junio van a ser tres años que estamos juntos... Qué rápido que pasa el tiempo, ¿no? Si hasta parece mentira.”

De los pies a la cabeza

“Las chicas trans siempre nos creemos poco merecedoras del amor genuino. Nos sentimos más un pedazo de carne deseado que merecedoras del amor”, dice Ariana Cano mientras Tomás, su pareja desde hace siete años, le hace mimos a un perrito retacón que va y viene por debajo de la mesa y que ella insiste en identificar como su hijo. En su casa del barrio de Villa Crespo, Ariana, que es conductora de radio, acaba de terminar la transmisión de un programa que sale una vez por semana en una radio de Uruguay, y cigarrillo en mano se dispone a repasar su historia de amor no sin antes desplegar sobre la mesa su álbum de fotografías. “Con Tomás nos conocimos un 29 de diciembre de 2001. Yo había estado tres años en la India, donde experimenté una transformación de vida muy fuerte, y al poco tiempo de mi vuelta a Buenos Aires mi papá murió de cáncer. Entonces con mi vieja decidimos ir a pasar año nuevo a Brasil, para tomar un poco de distancia, y no va que cuando estamos en Retiro y me dispongo a subir al ómnibus nos topamos en la puerta. El se corre y yo me corro, y otra vez los dos lo mismo. Hasta que le digo: ‘Bueno, nene, decidite’, y ahí recién me cede el paso. En la frontera, él escucha que yo hablaba portugués y me pide que lo ayude a cambiar dinero. Hicimos el cambio, empezamos a charlar y ahí te diría que comenzó todo. Fueron veinte días de vacaciones en los que compartimos un montón de cosas. Y si bien a mí mamá al principio Tomás no le gustaba y yo insistía en que no era otra cosa que un amor de verano, me terminé quedando con él seis meses en Brasil, mezcla de vacaciones, trabajo y luna de miel adelantada.”

Tomás, que es peluquero, cuenta que antes de conocerla a Ariana venía de tener sólo historias heterosexuales. “Imaginate: familia paraguaya, súper machista. Yo mismo era un mataputos, de esos que dicen que a los putos hay que ponerlos todos en la isla Maciel y prenderlos fuego. Más allá de que eso no me significaba un problema a la hora de relacionarme con gente gay en mi laburo. Pero de pronto la conocí a ella. Yo estaba lejos de todo, no conocía a nadie, estaba en otro país y me dije: ‘¿Qué puede pasar?’ Si no le decía a nadie que me había encamado con una travesti, ¿cómo iban a enterarse? Eso fue lo que pensé en un primer momento, aunque no me generó ningún conflicto sentirme atraído por ella. Me enamoré y punto. Lo vi por ese lado.” Y ahí Ariana agrega: “Le pasó lo que le pasa a cualquier homofóbico: se dejó curar. Porque el homofóbico tiene tanto miedo de ser lo que ve, que lo agrede. Acá tenés un caso”.

Pero en esos primeros veinte días que pasaron juntos en Florianópolis, lejos de lo que podría imaginarse, no tuvieron sexo. “Al principio, nos pasaba que los dos nos gustábamos pero no nos decíamos”, dice Ariana. “Salíamos, caminábamos por la playa de la mano, pero no pasaba nada.” ¿Cómo que no pasaba nada? “Sí. Hasta el 20 de enero no nos encamamos. Ni un beso, nada. Veinte días de la mano, comiendo juntos, durmiendo juntos, pero ni un beso. No sabemos bien por qué. Entablamos una conexión muy espiritual de entrada.”

Esa conexión es la que Tomás confirma cuando dice que lo que lo enamoró de Ariana fue “su alma, su persona”. Más allá de que enseguida aclara, quizá temiendo el descrédito por cursilería, que también se enamoró de “su terrible cola”. “A mí lo que me enamoró de él es su bondad. Sentís su bondad todo el tiempo”, dice Ariana por su parte. “Es muy buen amante. Sexualmente, lo mejor que conocí. Y eso que conocí mucho, eh. Hoy por hoy, cualquier tipo te garcha, pero nadie le dice a su novia, como le dijo él en su momento: ‘Che, mirá, estoy saliendo con una trava’ ¡Y tenía sólo 24 años! ¡Era muy chico!” Hoy Tomás tiene 31 y Ariana 40, y esa plenitud sexual que ella dice haber conseguido con él le permitió superar ciertos pudores. “El fue el primer hombre delante del cual yo pude desnudarme por completo porque a las transexuales, por lo general, a diferencia de las travestis, nos da mucha vergüenza tener un pito. En nosotras es como un defecto físico y nadie, obviamente, quiere mostrar sus defectos. Por eso tener sexo puede ser todo un tema. El me enseñó a manejarlo, al extremo de que hoy me puedo pasear desnuda por mi casa tranquilamente, algo que antes era para mí impensable. Empecé a descubrir esas cosas, y hacerlo me permitió empezar a sentirme una persona más completa. Dejé de ser yo de la cintura para arriba, y empecé a ser de los pies a la cabeza.”

Hacerse compañía

Se conocieron chateando. “¡Cuándo no!”, podrán decir algunas. Pero vale aclarar que no lo hicieron en una de esas salas en que la búsqueda de sexo puede encararse bajo seudónimos tan poco sugerentes como “la más lechuda” (sic) o “perra casada” (basta entrar a cualquier sala de chicas para extraer, cual objets trouvés, ejemplos de una larga lista que incluye nombres más discretos como “Mamá46bi” o extravagancias del tipo “GayBuskNoviaLesbiana”), sino en una de esas aburridas salas de trivias en las que uno se mete a contestar preguntas y a poner a prueba su cultura general porque anda desvelado y no enganchó ninguna película en el cable. Así, entre preguntas mortales como “¿quién fue el segundo hombre en llegar a la luna?” o “¿qué longitud tiene la prueba del maratón?”, Laura y Soledad empezaron a charlar hasta que el moderador amenazó con echarlas, ya que conversar iba en contra de las reglas generales de esa sala. Pero ahí mismo ellas intercambiaron sus direcciones de msn y se quedaron hablando hasta bien entrada la madrugada. Y si bien Soledad, a la cuarta o quinta línea, le dijo que era gay, Laura acusó recibo bastante más tarde. “Yo había tenido una sola experiencia homosexual, así como al pasar, y me consideraba heterosexual. Pero después, con el transcurrir de los días, cuando empezamos a hablar y a conocernos más, empecé a sentir la necesidad de verla y de saber cómo estaba. Cada vez que me metía al msn, lo primero que hacía era fijarme si su nombrecito aparecía conectado.”

Y ya que toda historia de amor muchas veces se forja y robustece gracias a los obstáculos que le salen al paso, vale decir que la instancia cibernética del idilio que en un principio ninguna se atrevió a confesarle a la otra no se debió a la timidez o a la fobia social de alguna de las dos sino al hecho de que Laura vivía en San Nicolás y Soledad en Villa Celina, partido de La Matanza. “Nos conocimos en marzo de 2006, unos meses antes había muerto mi papá, y yo andaba bajoneada, y un día le dije que me quería ir a un lugar donde no hubiera nada. Ni televisión, ni teléfono, ni radio, ni turistas, nada”, cuenta Soledad. “Y entonces me dijo: ‘¿Y qué te parece Pergamino?’ ‘¿Pero qué hay en Pergamino?’ ‘Nada. ¿No querías un lugar donde no hubiera nada?’ Y así quedamos en encontrarnos, supuestamente un punto intermedio para las dos, aunque yo terminé viajando cuatro horas y media y ella cuarenta minutos apenas.” A lo que Laura agrega, luego de jurar y perjurar que el error de cálculo no fue a propósito: “Cada una, en su interior, se moría de ganas por conocer a la otra. Y ese sábado fuimos a comer, anduvimos paseando, y cuando llegó la hora de irnos y estábamos a punto de sacar los pasajes, Soledad me dijo: ‘¿Y si nos quedamos a dormir?’ A todo esto, todavía no había pasado nada: habíamos ido a un laguito, nos sentamos ahí, pero ninguna se había animado a dar el primer paso. Y le dije que sí, más allá de que al otro día entraba a laburar a las 2 de la tarde en un local de videojuegos donde era cajera. Nos fuimos a un hotel que estaba a una cuadra de la terminal y nos dieron una habitación con dos camitas: tampoco daba para andar pidiendo una cama doble cuando todavía no nos habíamos dado ni siquiera un beso”.

Al otro día se levantaron y cada una regresó a casa con la firme intención de volver a verse. Y mientras Soledad terminaba en Villa Celina con una noviecita que había conocido unas semanas antes, Laura le decía a su madre que era bisexual “para suavizar la noticia”. Así empezaron los viajes periódicos de Laura a Buenos Aires, que fueron apuntalando una relación que lidiaba con el escollo de la distancia. “Nos conocimos en persona un 24 de marzo, y la próxima vez que nos vimos fue para Pascua. Laura después empezó a viajar cada quince o veinte días, y a los seis meses nos compramos los anillos y decidimos que se venía para Buenos Aires.” “Las despedidas eran terribles”, apunta Laura. “Yo venía un viernes y me iba un domingo o un lunes. Y ese domingo o ese lunes eran muy angustiantes. Cada vez que íbamos a Retiro decíamos cuándo sería el día en que por fin no tuviera que ir allí para despedirme sino para ir a San Nicolás a visitar a mi familia. Para colmo, nos despedíamos con un abrazo y un beso en el cachete, pensando que podía haber algún conocido que si nos veía en la estación podía contarle a mi mamá que su hija estaba en Retiro a los besos con una mina.”

Soledad y Laura cumplen tres años de relación en marzo, y ya llevan más de dos conviviendo. Y si ya están planeando tener un hijo con el aporte paternal de su mejor amigo gay es porque a la vida se la imaginan juntas. “Yo supe que quería estar con Soledad cuando me di cuenta de que era una persona con la que podía hablar durante cinco horas sin aburrirme. Eso fue lo que más me gustó de ella: saber que si el día de mañana llegamos a los 70 años y no tenemos otra cosa para hacer más que conversar, vamos a disfrutar de hacernos compañía.”


El amor, esa potencia

“Se tolera que dos chicos vayan a acostarse juntos en la misma cama, pero no se les perdona si a la mañana siguiente se despiertan con una sonrisa en los labios, si se toman de la mano. Lo insoportable no es que partan en busca del placer sino el despertar dichoso.” Con esta frase, dicha en una entrevista de 1978 y recogida por Didier Eribon en Reflexiones sobre la cuestión gay, Michel Foucault deja ver lo que para él entraña la homofobia en un mundo en que la relación lineal entre sexualidad y represión ha quedado sin efecto (el poder no ordena callar la sexualidad, nos dice, sino que insiste en multiplicar el discurso que la sostiene y en inventar clases de sexualidades “perversas”). Pero algo que también expone esa frase es cómo el amor homosexual, “el estilo de vida gay, y no los actos (homosexuales) en sí mismos” vienen, felizmente, a embrollar las cosas. “Fabricar otras formas de placeres, de relaciones, de coexistencia, de lazos, de amores, de intensidades”, es lo que el filósofo francés opone tanto a la idea de una posible subversión sexual —candente en la década del ’70— como a la creencia de que los gays son, antes todo, sujetos sexuales. Y es allí donde el estereotipo de los jóvenes que se encuentran en la calle, se seducen, se ponen la mano en el culo y a los quince minutos ya están teniendo sexo, es desarticulado cuando Foucault pone en evidencia “todo lo que puede haber de inquietante en el afecto, la ternura, la fidelidad, el compañerismo, a los que una sociedad un poco aseada no puede conceder un sitio sin temer que se formen alianzas, que se anuden líneas de fuerzas imprevistas”.

En el amor existe la posibilidad certera de volvernos visibles. Y si el sexo no es tan intranquilizador es porque siempre ha sido mucho más cómodo tenerlo en una cama y entre cuatro paredes. Que todavía esperemos a que se apaguen las luces en el cine para tomarnos de la mano es un signo inequívoco de que la esfera pública sigue siendo un lugar más o menos incómodo para demostrarnos afecto. Por eso, que el año pasado una pareja de gays y una de lesbianas hayan elegido el Día de San Valentín para reclamar en Chile por la discriminación que sufren las minorías sexuales con un maratón de besos que duró ocho horas y que tuvo lugar frente al Palacio de La Moneda, habla a las claras de que en el amor hay una potencia política que es incontenible.


Patricio Lennard
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domingo, 8 de febrero de 2009

EL LARGO BRAZO DE LA INQUISICION


Sin duda amparada por la corriente de fundamentalismo que sopla sobre la Iglesia desde el trono de Benedicto XVI, la comunidad lefebvrista del Verbo Encarnado sometió a toda clase de violencias a una empleada por considerar que padece la “patología” del lesbianismo. Un caso de mobbing por el que nadie se rasga las vestiduras.

La historia parece haber transcurrido en plena Edad Media y estar vinculada con lo que algunos denominaron “la Santa Inquisición”. Sin embargo, el escenario es bastante más actual, sucedió en Rosario y en pleno siglo XXI. A Rosana Martínez la echaron de su trabajo ya que las autoridades del colegio Verbo Encarnado, donde se desempeñaba como personal administrativo, aludieron que su supuesta condición de lesbiana era un motivo más que suficiente. La cara más visible de este grupo enjuiciador es Héctor Di Mónaco, directivo del Colegio de Abogados de esa ciudad y que además está al frente del área de Derechos Humanos de esa entidad. Di Mónaco es el representante legal de la cuestionada institución educativa.

De acuerdo con los testimonios de Susana Treviño, abogada laboralista, presidenta de la organización Mobbing Argentina y representante de Rosana, Di Mónaco no puede seguir en esas funciones luego de haber calificado al lesbianismo como “una patología” en el marco del juicio laboral entre la mujer cesanteada y el colegio que él patrocina. Treviño explicó a Las 12 que la escuela adujo para el despido el presunto lesbianismo de la empleada. “Al contestar la demanda, Di Mónaco calificó como ‘patología’ esa supuesta condición sexual que motivó la cesantía.” “Esto es inaceptable, sobre todo porque él preside el Instituto de Derechos Humanos del Colegio de Abogados”, afirmó la letrada con visible indignación.

La vida de Rosana transcurría normalmente entre las paredes del colegio vinculado con el Opus Dei y que pregona en su portal de Internet el desarrollo activo de “un humanismo cristiano”. Allí se desempeñaba en un cargo administrativo desde 1993. Luego de su ingreso en la institución educativa, la mujer había comenzado a manifestar la intención de ordenarse como religiosa además de continuar con sus tareas habituales. Rosana manifestó en su declaración que creyó identificarse con la humildad y solidaridad de la cual hacía gala el colegio, pero hoy se arrepiente de su “ingenuidad”. “Tiene una vocación mística, hasta el día de hoy asegura que su fe sigue intacta”, agregó su asesora legal.

Ese deseo de ser una congregada a tiempo completo hizo que comenzara una relación de amistad con una hermana de la orden que ya trabajaba dentro de la institución. Desde ese momento, las acusaciones por parte de la administradora y del representante legal jamás se detuvieron. Entre otras cosas, la “culparon” de mantener relaciones homosexuales con la religiosa. “Me arruinaron la vida, ese ambiente laboral estaba envenenado”, señaló Rosana en su declaración

El maltrato se volvió una constante y también la quita de tareas y hasta el encierro en sitios “resguardados” del colegio, donde no pudiese ser vista por la comunidad educativa que circulaba a diario por la escuela. “Es increíble ver el deterioro en el que cayó Rosana, el desequilibrio psíquico que empezó a tener e hizo mella también en su cuerpo, ya que bajó visiblemente de peso (20 kilos en total), perdió el pelo al punto tal de tener que ocultar su calvicie con un turbante y se hicieron cada vez más fuertes los dolores musculares y óseoarticulares por la tensión constante que vive a diario”, resumió Treviño.

“Esto es como un tribunal de la Inquisición, un tratamiento típico de la caza de brujas, vos sos así, sos diferente, te estigmatizo y te quemo”, contó esta abogada que se especializa en mobbing, término utilizado para caracterizar al cada vez más frecuente hostigamiento laboral en cualquiera de sus múltiples formas.

“La gran palabra que engloba todo esto es violencia, se ataca por violencia, por ver algo diferente, ya sea por ser lesbiana, mujer, o porque trabaja mejor que el resto y se destaca y como no entra en los cánones típicos, se ataca a esa persona como sea.”

Para Rosana, las salidas siguen cerradas. Después del prolongado litigio, recibió por parte del Verbo Encarnado una cifra de dinero que su representante legal considera “ínfima para reparar los daños que aún sufre pero que aceptó por su situación apremiante”. Sin trabajo, deprimida, además debe luchar contra los fantasmas. “Logra encontrar algún empleo, pero cuando llaman al colegio para pedir referencias, la lapidan y adiós trabajo”, sintetizó Treviño. Su caso, sin embargo, busca sentar jurisprudencia que prevenga y evite la violencia laboral. “Lamentablemente, en estos casos, las víctimas afectadas son muchas más mujeres que hombres”, puntualizó.

Clarisa Ercolano
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jueves, 5 de febrero de 2009

El Papa consagra obispo al sacerdote que culpó a la homosexualidad del huracán “Katrina”


Joseph Ratzinger, el Papa católico, ha nombrado obispo a Gerhard Wagner, el sacerdote que dijo que el huracán Katrina, que devastó Nueva Orleans en 2005, fue un castigo divino a la ciudad por sus costumbres inmorales y su tolerancia hacia la homosexualidad. Wagner será, por el momento, obispo auxiliar de Linz, en Austria.

El nuevo obispo católico, que para demostrar su afirmación insistió en que el huracán se habia cebado especialmente en clubes nocturnos, burdeles y clínicas abostistas, ya había alcanzado previamente cierta notoriedad por acusar a las novelas de Harry Potter de “satánicas”.

La consagración del nuevo obispo tiene lugar, por cierto, pocos días después de que Ratzinger admitiera de nuevo en el seno de la iglesia católica al obispo revisionista Richard Williamson, que defiende públicamente que el Holocausto no existió. Williamson, que además de antisemita es ultraconservador (se opone, por ejemplo, a que las mujeres vistan pantalones o estudien en la Universidad) había sido excomulgado en 1988 por haber sido consagrado obispo de forma irregular por el arzobispo cismático Marcel Lefebvre.

Vaticano – (Dos manzanas)

La nueva tercera vía: Los homosexuales que han marcado el camino de la política


Islandia es el primer país en elegir a una lesbiana como jefa de gobierno. Hoy, dos gays lideran las encuestas electorales en Francia y Alemania. Un nuevo capítulo en la política europea.

El domingo pasado los diarios islandeses salieron a la calle con una primicia. Jóhanna Sigurdardóttir, la hasta entonces ministra de Asuntos Sociales, era confirmada como primera ministra después de que los partidos de izquierda se pusieran de acuerdo en el nombramiento. Como es natural, la noticia se difundió por todo el mundo. Pero los medios internacionales añadieron un nuevo detalle a la información: era la primera persona declarada públicamente homosexual en asumir la jefatura de un gobierno.

Este dato no causó revuelo alguno en su país; de hecho, los medios de la isla se enteraron de la orientación sexual de su nueva jefa de gobierno por las noticias del exterior. “Con quien duerme la primera ministra en las noches no está dentro de la lista de prioridades de las personas”, le dijo el periodista Ingo Sigfusson a la cadena británica BBC.

La reacción de los islandeses no es de extrañar. Desde 1940 se anularon todas las leyes que discriminaban a los homosexuales, y en 1996 el matrimonio entre personas del mismo sexo dejó de considerarse como delito.

El ascenso de Sigurdardóttir al poder no obedece a una decisión desesperada ante la grave crisis económica que decapitó la economía islandesa. Mientras el gobierno saliente del conservador Geir Haarde capoteaba sin éxito la abultada inflación, el debilitamiento de la moneda y la gigante deuda bancaria, la entonces ministra era el único miembro del gabinete con un índice de popularidad positivo: 70%.

Desde su designación, Islandia parece haber encontrado una nueva esperanza para su futuro. La historia de la nueva gobernante es todo un ejemplo de persistencia y tenacidad (ver recuadro), pero también es una prueba contundente: la orientación sexual (al igual que la raza) de sus candidatos es un tema poco relevante para los electores del siglo XXI.

Del odio al liderazgo

Los años 60 marcaron la historia de los Estados Unidos. A la par que miles de jóvenes se enlistaban para derrotar al comunismo en Vietnam, la contracultura se tomaba el país. El sexo y las drogas dejaron de ser un tema tabú, así como la defensa de los derechos civiles.

Fue cuando Harvey Milk dejó un cómodo trabajo como analista de Wall Street y probó suerte junto a su amante Jack McKinley en la ciudad de San Francisco, reconocida por sus múltiples comunidades para homosexuales.

A los pocos meses de su llegada, Milk encontró su vocación política y fue convirtiéndose en un referente dentro de los suyos. Su estilo de hacer política, comparado con el teatro, le valió para postularse a varios cargos de elección popular, aspiración que concretó en 1977 al ser elegido concejal de San Francisco. Se convirtió así en el primer homosexual en alcanzar un cargo de elección popular en el país del norte.

Uno de sus primeros logros fue la aprobación de una ley que prohibía la discriminación por razones de orientación sexual. Pero su carrera política, y su vida, terminaron nueve meses después de su posesión, cuando uno de sus colegas le disparó cinco veces.

Milk se convirtió en un ícono de la comunidad homosexual y de la defensa de los derechos civiles en E.U. En su honor se filmó el año pasado la cinta Milk, del director Gus Van Sant, nominada a ocho Premios Oscar. Pero éste no es el único caso de agresión o persecución a un servidor público cuya orientación sexual sea conocida públicamente.

Ole von Beust, alcalde de Hamburgo, tuvo que revelar públicamente su orientación sexual después de ser chantajeado y presionado por Ronald Schill, vicealcalde de la ciudad. El escándalo hizo que su popularidad se elevara, siendo reelegido por el 47,2% de los votos en las elecciones de 2004.

Algo parecido le ocurrió a su colega Klaus Wowereit, quien en la campaña por la alcaldía de Berlín en 2001 le dijo a la prensa local: “Soy gay y estoy bien así”. Tras ganar en las urnas, se supo que la revelación fue realizada para evitar un escándalo mayor en las páginas amarillistas alemanas.

El actual alcalde de París, Bertrand Delanoë, corrió con peor suerte. Fue acuchillado en 2002 por un hombre que, una vez capturado, confesó: “No me gustan los políticos, y menos los gays”.

Tanto Wowereit como Delanoë lideran hoy las encuestas para llegar a la jefatura de gobierno de Alemania y Francia. Ellos, junto con Sigurdardóttir, serían los protagonistas de un nuevo capítulo en la política europea.

Una líder paciente

En 1994, una vez supo que había perdido el liderazgo de los socialdemócratas, Jóhanna Sigurdardóttir exclamó: “Mi momento llegará”. Sus palabras se convirtieron en un referente para los islandeses en los tiempos de crisis.

Esta mujer de 66 años obtuvo su diploma de Comercio en una universidad local. Su primer trabajo fue en el aire: se desempeñó como azafata de la aerolínea estatal por nueve años, convirtiéndose después en líder sindical.

Su carrera política inició en 1978 al ser elegida al Parlamento islandés. Desde entonces ha ocupado el Ministerio de Asuntos Sociales y Seguridad Social en dos ocasiones.

En 1994 abandonó a los socialdemócratas para fundar el Movimiento Nacional.

Tiene de dos hijos de su primer matrimonio. Actualmente está casada con la periodista y dramaturga Jónína Leósdóttir.

David Mayorga – (El Espectador)

La mejor para lo peor

Mientras los diarios del mundo la presentan como fenómeno o emblema de futuras igualdades —“la primera ministra lesbiana de la historia”—, Johanna Sigurdardottir se dispone a enfrentar la crisis mundial que ya explotó en Islandia, un país donde la sexualidad de la ministra querida por una amplia mayoría no es tema de discusión, ni de asombro. ¿Dónde queda Islandia? ¿Cómo hay que hacer para llegar?

El país del frío

Hasta hace apenas seis meses, según calificación de las Naciones Unidas y de otros organismos internacionales, Islandia era uno los mejores lugares para vivir. De hecho, ayer nomás, en 2007, la ONU lo calificó como el país más de-sarrollado del mundo, y el coeficiente GINI, que mide la desigualdad, determinó que Islandia estaba primero entre los países con menor diferencia entre pobres y ricos. Un país próspero y tolerante, sin ejército, que edita más libros per cápita que cualquier otro Estado del mundo. Un país privilegiado. Aunque quizás un territorio complicado para quienes detestan el frío: en la isla nórdica, muy cercana al Polo Norte, un verano excepcionalmente caluroso alcanza picos de 14 grados. Una vez, sin embargo, sufrieron 30 grados: fue en el estío de 1939. Un mal invierno, por su lado, puede llegar a 38 grados bajo cero. Islandia también puede ofrecer dificultades para las personalidades gregarias, dada la vida social escasa: todo el país tiene apenas 320 mil habitantes, y 120.000 viven en la capital, Reykjavyk. La mayoría de la población vive en la costa, porque el interior, pura arena y montañas, es inhabitable. ¿Y qué más se sabe de Islandia? Se sabe de la belleza de sus géiseres y del nerviosismo de sus volcanes, que sin embargo producen la energía geotérmica que permite la calefacción de cada hogar islandés por un costo bajísimo. Se sabe que Jorge Luis Borges amaba su literatura medieval, sus sagas, y al poeta, historiador y político Snorri Sturluson (tradujo la primera parte de su Edda Menor al español con el título de La alucinación de Gylfi); que dedicaba los fines de semana al estudio del islandés y que escribió para la isla poemas como “Islandia”, de Historia de la noche (1977): “Qué dicha para todos los hombres/ Islandia de los mares, que existas./ Islandia de la nieve silenciosa y del agua ferviente. Islandia de la noche que se aboveda/ sobre la vigilia y el sueño”. Es el país natal de Björk, y logró imponer sobre los oídos internacionales a grupos excéntricos como Sigur Ros. Hasta octubre del año pasado, todo lo islandés parecía único, remoto y flotando sobre la placidez del bienestar nórdico.

Pero mientras los países centrales veían caer bancos y la crisis crediticia amenazaba con alcanzar números negativos nunca vistos, desde Islandia llegó una señal de alarma que indicó la gravedad de la crisis financiera: el primer ministro Geir Haarde anunció casi tímidamente que su país estaba en bancarrota y que necesitaba ayuda. En Gran Bretaña, país que tiene fluido intercambio económico con Islandia, el premier Gordon Brown tomó una decisión muy criticada: usando una ley antiterrorista —aparentemente, el único instrumento legal al que podía echar mano para su objetivo—, congeló los fondos del banco islandés Landsbanki. Eso, según los islandeses, profundizó aún más la crisis, además de ofenderlos con la acusación absurda de terrorismo. Time resume así la caída, que incluye en su Top 10 de colapsos financieros de 2008: “Tres grandes bancos, 300.000 habitantes y liquidez cero. No es tan frecuente que la riqueza de un país desaparezca de un día para el otro. Pero sucedió en Islandia cuando su moneda, la corona, entró en caída mientras los inversores se esfumaban. Sus billones de dólares de deuda en euros se volvieron impagables. En el medio quedaron atrapados ahorristas británicos y alemanes, que habían sido atraídos por las altas tasas ofrecidas por los bancos islandeses. El FMI proveerá 2,1 billones en préstamo, y otros 2,5 vendrán de las arcas de Finlandia, Suecia, Noruega y Dinamarca. Islandia incluso está hablando con los rusos para pedir ayuda”.

A la crisis económica le siguió, como suele suceder, una crisis política, acompañada por 16 semanas ininterrumpidas de protestas callejeras de islandeses que pedían la renuncia del gobierno. El primer ministro finalmente renunció a su cargo el 26 de enero pasado. El Parlamento islandés, llamado Althingi, entró en sesiones y formó un gobierno minoritario de transición, integrado por el Partido Socialdemócrata y el Izquierdista Verde. La nueva primera ministra, en el cargo hasta abril —cuando se vuelva a llamar a elecciones–, es Johanna Sigurdardottir, de 66 años, la más veterana del Parlamento, la ministra de Desarrollo y Seguridad Social en funciones (había ocupado el cargo con anterioridad entre 1987 y 1994), abiertamente lesbiana, en unión civil (en Islandia, la ley formalmente brinda derechos idénticos a los del matrimonio, incluido el de adopción) con la dramaturga y periodista Jonina Leosdottir desde 2002. Así, desde el 1º de febrero, se convirtió en la primera jefa de gobierno abiertamente lesbiana del mundo (el primer ministro gay fue Per-Kristian Foss en Noruega, quien lideró por un período muy breve un gobierno interino en 2002). La población islandesa no está haciendo mucho escándalo acerca de la orientación sexual de la nueva líder, que cuenta con una aprobación del 73 por ciento y fue reelecta para el Parlamento en ocho ocasiones desde su primer ingreso en 1987. Dicen que confían en ella, que es coherente y que es una especialista en cuestiones sociales, justo lo que el país necesita con, por ejemplo, una caída del empleo impactante: de 0 a 7 por ciento de desempleo en apenas cuatro meses.

Su momento llegó

Johanna Sigurdardottir es una conocida de los islandeses, tanto que las palabras que usó cuando no consiguió presidir el Partido Social Demócrata en los ’90 —“mi momento llegará”— se convirtieron en una frase común entre la gente, usada para pedir paciencia. La historia de la primera ministra es de una de militancia intensa: durante los años ’60 tuvo una importante actividad sindical en el gremio de los trabajadores de transporte aéreo (fue azafata), mientras estaba casada con un banquero (con quien tuvo dos hijos). En 1978 ingresó al Parlamento por el Partido Social Demócrata: ese mismo año se formó la Organización Nacional de Lesbianas y Gays, que se llama Samtokin 1978 en conmemoración a la fecha de ingreso de Sigurdardottir. Por supuesto, la organización es aliada de Sigurdardottir, quien sin embargo siempre trabajó por los derechos de las minorías en un arco más amplio que el de la militancia Glttbi. Es predecible a esta altura: Islandia es uno de los países más tolerantes con las minorías sexuales en el mundo. El mes pasado se llevó a cabo una conferencia sobre temas Glttbi en la isla y su título era: “¿Existe todavía el closet?”.

Muchos de sus compañeros llaman a la primera ministra “el socialismo encarnado”; ellos decidieron que se hiciera cargo del gobierno no sólo por su aceptación popular (un verdadero milagro en la crispada sociedad islandesa) sino por su buena relación con la Izquierda Verde. Ha prometido recrear un estado de bienestar con urgencia. De su trabajo en estos escasos meses depende que, en la primavera europea, pueda ser elegida definitivamente para el cargo. Su tarea será ardua: tiene una población enojadísima que perdió ahorros, trabajo y pensiones, y que la apoya con una enorme expectativa, verdadera arma de doble filo por la posibilidad alta de decepción. Mientras los diarios del mundo anuncian a la “primera ministra lesbiana de la historia”, los islandeses no parecen impresionados. Sigurdardottir jamás ha dado una entrevista sobre su vida privada o su sexualidad. Y, según los profesionales de la prensa islandesa, esto es normal. O como escribió Iris Erlingsdottir en el popular blog de periodismo y opinión Huffington Post: “‘Nadie se refiere a Johanna como una persona gay’, me dijo un amigo islandés esta mañana. ‘Ella no habla del tema, pero no lo oculta en absoluto: su condición consta en las páginas web oficiales del Parlamento y del ministerio, sólo que a nadie le importa, como a nadie le importó cuando en 1980 fue elegida presidente de Islandia Vigdis Finnbogadottir, mujer y madre soltera. Johanna es inteligente y no les tiene miedo a las dificultades. La gente sana y razonable no se preocupa por el color o el género de la gente. Sólo quieren a los mejores para hacer un trabajo complicado. Y ella es la política más prestigiosa y experimentada del país”.

Mariana Enríquez
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domingo, 1 de febrero de 2009

El coleccionista de escenas argentinas


Sociólogo, escritor, pero por sobre todas las cosas amante del cine, Adrián Melo es el editor responsable del libro Otras historias de amor. Gays, lesbianas y travestis en el cine argentino. Obsesivo de la belleza masculina, el hombre se hace cargo de que una mirada gay existe y de que ésta es capaz de encontrar oro en el barro más ambiguo.

La palabra amor también aparece en otro título tuyo (El amor de los muchachos. Homosexualidad y literatura) ¿De dónde y adónde va tanto amor?

–La palabra amor en los dos libros no está referida específicamente a las relaciones homosexuales. O no solamente. Con los dos trabajos quise dejar expuestos dos amores míos: la literatura y el cine. Lo que me gusta de Otras historias es que a través de cada artículo escrito por autores bien diversos se confirma esa capacidad del cine de producir pasiones, liberar sentimientos y deseos. El cine es para mí un espacio donde las personas descubren sus gustos, sus ideales de belleza y otras cosas. Y en estas imágenes de las viejas películas del cine argentino, muy de soslayo, hay toda una visión de las sexualidades diferentes, que el libro trata de recuperar y poner en evidencia.

¿Qué director, qué película te despertó ese amor?

–Mi amor enloquecido y obsesivo empieza sin dudas con las películas de Carlos Hugo Christensen. Todo es lúgubre, todo es claroscuro, no hay muchas alegrías… Te diría que la única alegría te la puede dar esa escena en la que Mirtha Legrand, en La pequeña señora de Pérez, sueña con unos efebos danzantes; o cuando Carlos Cores y Olga Zubarri juegan semidesnudos en El ángel desnudo.

¿Y entonces?

–La incomprensión, el desencuentro, el deseo prohibido, todo esta allí como latente y a punto de ser dicho en clave de melodrama o policial. En Safo con Mecha Ortiz, en El ángel desnudo… No se puede decir que sean historias sobre la homosexualidad, pero sí que se puede hallar ahí un compendio de las imágenes, prejuicios y posturas morales de todo el siglo XX frente a la homosexualidad masculina. Y no se dice ni se ve nada, todo hay que buscarlo. A mí me encantaba ese comienzo típico de él, por ejemplo, donde se ve apenas una puerta entreabierta.

Las décadas del ’40 y del ’50 parecen desconocer por completo alguna relación que no sea la pareja ideal o la pareja infiel. ¿Qué se puede rescatar de allí?

–Mucho. Christensen y Saslavski me parecen mucho más interesantes que otros que vinieron después porque a mí por lo menos, me resulta más inquietante cuando las cosas no se dicen, o porque no se pueden decir o porque ni siquiera se pueden pensar. Prefiero la ambigüedad que resulta, es cierto, de un contexto horriblemente represivo, antes que decir absolutamente todo como pasa en Plata quemada. Porque paradójicamente, estas películas proponen relaciones entre identidades no tan definidas, los lazos no son claramente clasificables. Aparecen muchas relaciones amistosas, que uno no sabe muy bien qué son, los límites no se llegaban a traspasar, pero tampoco se puede ver dónde empiezan, dónde terminan. Y te aclaro que en la vida real soy igual, y no sólo en las relaciones con hombres. Me atraen, me interesan las mujeres que no lo dicen todo. La gente que por alguna razón no puede terminar de definirse, de expresar algo, me resulta atractivo lo que se descubre entre líneas.

El silencio y el recuerdo suelen hacer mejores a las películas también…

–Mirá, te digo esto solo. Hace poco me fui a comprar una película de Christensen justamente por la escena de la puerta que te digo. Y cuando la empiezo a ver, la escena del principio no estaba. No te voy a decir que la soñé, pero que la sacaron sí, y no se por qué, pero no estaba. ¡Justo esa escena!

¿Podrías afirmar, al menos en tu caso, que existe un modo gay de mirar cine?

–Puedo afirmar que esa cosa que algunos poseen y que se llama “duda”, yo nunca la tuve. Lo que siempre tuve es una cosa muy obsesiva por la belleza masculina. Casi un alquimista, un coleccionista que siempre está buscando la pieza que supera y completa a la anterior. Quiero decir que siempre he ido a buscar cuerpos hermosos al mirar una película. Y que entonces yo he visto películas no tan buenas en clave de esta belleza.

¿Hay algún género predilecto donde vas a buscar?

–¡No! Yo he buscado bellos cuerpos en Titanes en el Ring, he descubierto actores secundarios en series norteamericanas. En el cine nacional, te nombraría a Los isleros, una película intrascendente donde aparece un hombre bañándose que me impactó, sobre todo porque no había mucha cultura de mostrar torsos

desnudos. Para mí esa escena es una irrupción en lo que no se muestra, una sorpresa grata.

En tu libro se hace una revalorización de Pocholo, el personaje gay de Tres berretines (1933), una especie de precursor del estereotipo del marica gracioso. ¿Por qué te parece que vale esa reivindicación?

–No es un artículo mío, pero yo acuerdo completamente en que está bueno el tema de la visibilidad por más que apareciera a través de un personaje después trillado y burlado. Porque de todas formas era un personaje simpático, en el que la gente podía encontrar elementos positivos y aceptar. Quizás se aceptaba desde un lado lateral, es cierto, pero también pienso que este tipo de personaje, esta gente, con su comicidad ayudaban a alegrar la vida de la gente y eso es un valor, me parece bien.

El problema es que luego se hizo una costumbre…

–Sí, de todos modos la pregunta que yo me hago es por qué en el cine y en la televisión también primó esta imagen de comedia mientras que en la literatura prevaleció la figura del homosexual trágico, al punto que la idea de final feliz en una historia de amor surge no por exigencia del guión sino por exigencia de un autor o un director que la hace a conciencia. Pensemos que era 1971 cuando Forster escribe a propósito un final feliz para su novela Maurice.

¿Y en el cine argentino?

–Bueno, aquí se cumplió con esa exigencia en Adiós Roberto, donde el director entendió que debía darle un final feliz. Aunque cuando la pasaron por Canal 11 se lo borraron. Pero eso es un detalle, es otra historia.

¿No hay ninguna película que detestes o que te revele?

–Bueno, sí, las de Fernando Ayala me resultan tremendas por su homofobia impresionante. Recuerdo ahora por ejemplo el afiche de la película sobre los hermanos Schoklender, Pasajeros de una pesadilla, donde ponían algo así como “¿Puede la homosexualidad del padre influir en la conducta de su hijo?” o algo por el estilo. Ha habido, sí, películas en las que el homosexual era criminalizado, era un degenerado, mucha mala leche.

¿Y las películas de Olmedo y Porcel?

–Bueno, ahí te tengo que decir que me pasa algo similar a lo del personaje de La insoportable levedad del ser, que miraba las fotos de Hitler y le hacían recordar a momentos de su infancia. Quiero decir, están muy ligadas a una epoca de estar sentado en casa mirando películas o yendo al cine, para mí todo esto esta relacionado con el placer de mirar y con una niñez formada así.

¿Cómo se te ocurrió la idea de hacer este libro?

–Primero, porque no hay nada escrito. Y hay mucho por escribir. Hablando con amigos que luego participaron con sus artículos, como Diego Trerotola o Alejandro Modarelli, acordamos en esto y en darle forma. Luego empezaron a llegar artículos muy buenos de gente interesada en el tema. Pero en segundo lugar, y principal, porque además del placer de mirar y de recordar escenas de películas, lo que más me gusta es contarlas.

Muchas se las cuento a mi mamá. Bueno, muchas cosas uno las hace por su mamá, para que se sienta orgullosa. Como escribir un libro.

¿Tu mamá te inició en el cine?

–Bueno, es mutuo. Al principio ella me llevaba, luego le he llevado yo.

¿Y lograste que se sienta orgullosa?

–Por supuesto. Y a pesar de.

Liliana Viola
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Soy Sandra


Aunque alguna vez juró que no cantaría en castellano ninguna canción escrita en inglés, desde que tradujo con su voz poderosa “Soy lo que soy” habilitó el himno más caro a la comunidad queer local. En los ochenta hizo el coming out más estrepitoso del que se tenga memoria junto a Celeste Carballo. Después se llamó a silencio, pero cuando canta sus clásicos el amor fluye sin necesidad de aclaraciones. Es Sandra Mihanovich, la chamana.

Martes, misa. Misa como corresponde, en día de brujas y de frente a una chamana vestida de blanco. Una de pelo suelto y voz poderosa, capaz de encontrar en sus fieles la caja de resonancia perfecta de un mensaje emotivo y cifrado en guiños tan cómplices como abiertos a la interpretación personal. Los martes —quedan dos, por lo menos— Sandra Mihanovich oficia su ceremonia de temas clásicos y entonces es posible seguir las canciones como a piedritas dejadas en el camino para poder desandarlo en busca de una juventud intacta, un amor verdadero, una declaración después silenciada; historia argentina, en definitiva, historia de la vida privada que los martes en el Maipo es comunión.

Algo hace Sandra que convoca a la manifestación del amor. Esta misa es para quien tenga cerca una boca en la que perderse aunque los recuerdos que se disparan desde el escenario remeden otros besos. Una boca que besa bien pueden ser todos los besos. Pero como boca que besa no canta, Sandra de eso no habla, ni habló, ni hablará. Es cierto que pudieron adivinarse sus labios perdidos en los de Celeste Carballo en la tapa de ese disco mítico que fue Mujer contra Mujer. Un exabrupto propio de años convulsionados, del fin de una década, la de los ‘80, que pedía, al menos, actitud. Y cualquiera que haya sido adolescente entonces sabe que esa actitud que las chicas tuvieron fue más desafiante que cualquier otra tomada por las estrellas fugaces del rock. ¿Cómo describir lo que significó esa patada al closet sin apelar al propio recuerdo? Vamos, un poco de memoria, cualquiera puede hacerlo y después rendirse frente a la evidencia: la tapa de ese disco fue un hito y no sólo para las lesbianas. También para las que ni siquiera soñaban con que ser lesbiana era posible, para las que fantaseaban, para las que fantaseaban pero se esforzaban por tener novio, para los gays de provincia, para los de la ciudad, para los que estaban solos, para quienes no alcanzaban a leer entre líneas en las letras de Virus o en la actitud drag de Freddy Mercuri. Las chicas pusieron el cuerpo y la memoria emocional de haber visto el afiche por primera vez alcanza para saber por qué acá, en noche de martes, hay una misa en curso. Una misa amorosa que sobreentiende lo que no se diga y también lo que se dice en murmullos.

Porque murmullos hay, muchos, antes de que el show empiece. Se escuchan nombres como contraseñas: María Elena Walsh, María Leal, Rita Cortese, Susana Rinaldi, Leda Valladares. Ninguna certeza sobre por qué se las nombra, las conversaciones no se escuchan completas, pero la cronista anota lo que oye. Y entre lo que oye también está Mónica. Mónica, de Mónicaycésar, la madre de la chamana, la señora bien de opinión recatada y jopo al costado que según la hija es marca de fábrica de su herencia genética. Mónica está ahí, en el centro de la platea, ubicada sin aspavientos hasta que la hija la delata mientras enseña cómo a pesar de los oficios de su peluquero Rolo —a quien agradece— el jopo se acomoda, digno pelo de la hija de su madre. El ambiente familiar es propio de la ceremonia, un artificio que Sandra trabaja a conciencia aunque su familia sea siempre la de origen y los perros con los que convive. “Mis chichos”, dice ella en su página web, en el apartado llamado “Mensajes de Sandra”. Allí ella se comunica igual que lo hace desde el escenario: hablándole a gente que la quiere, que la sigue, que la escucha aunque cante con ella. En sus mensajes, Sandra cuenta que sus “chichos” corren felices por el nuevo parque, que las empanadas que pidió por teléfono eran ricas aunque no conocía este delivery de provincia, que va a extrañar al almacenero de su antiguo barrio, a su carnicera, a las plantas que dejó en la casa donde fue tan feliz durante ocho años hasta que tuvo que mudarse. Lo hace con el encabezado “yendo a lo personal”, después contar en clave íntima las noticias sobre su vida profesional y de mechar, de tanto en tanto, algún comentario sobre la inseguridad. Es mamá, ha contado ella, la que le enseñó a interesarse por “la política”. Y también, se lo ha dicho en un reportaje a la cronista, la que le enseñó a callar lo que a nadie le importa.

¿Y a quién le importa lo que ella haga? ¿A quién le importa lo que ella diga? A las chicas y los chicos —así los llama ella desde el escenario “sin importar la edad”— que se abrazan y se besan con una emoción propia de quien decide caminar dentro del túnel del tiempo hacia la ingenuidad de los primeros amores les basta con el cancionero. Es cierto que probablemente hayan leído en su página de su amor por “Boquita”, de su placer por seguir los campeonatos de primera aunque esté muy lejos de casa, y que tal vez, sólo tal vez, lean en esa pasión un guiño aunque cualquiera sabe que el gusto por el fútbol no indica más que eso. Puestas a leer guiños, cualquier cosa podría serlo: la musculosa que luce al final del show como promesa cumplida de un strip tease, la luz que cae blanca sobre su cabeza cuando canta a Eladia Blázquez, el trajecito también blanco del principio, el no declarar más familia que la de origen salvo por sus perros... ¿haber convertido en uno de los hits más importantes de su carrera el tema que antes había inmortalizado Gloria Gaynor, “I am what I am”? O “Soy lo que soy”, según Sandra, el himno con que año tras año termina y explota la marcha del orgullo gay, lésbico, trans y etc. Sí, lo va a cantar. Y también va a explicar por qué lo canta: “Porque hace muchos años descubrí lo bueno que es ser lo que uno es”. ¿Qué, Sandra, qué? “Lo que se les cante el culo ¿me explico?”.

Y así llegará el final, con ese me explico que puede desilusionar un tanto a quien no le alcance la memoria emotiva para recordar que esta chica de 50 fue alguna vez una cheta que cantaba en inglés y sólo en inglés, que llenó el estadio Obras ella solita cuando recién amanecía la democracia y cualquier cosa era rock nacional, que giró por todo el país con Celeste Carballo a sabiendas que todos y todas sabían y justamente por eso. Que es la hija de su madre, a la que tanto le debe y de la que tanto aprendió. Pero esos que podrían de-silusionarse no están en misa. La misa es para quienes gritan con alma y vida que la aman, que está más linda que nunca, que no necesita decir nada más porque la mística del entre nos licua las palabras. Y porque su sola presencia habilita también esos besos lésbicos que aquí, en noche de brujas, por una vez son mayoría.

Marta Dillon
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