domingo, 3 de mayo de 2009

La maja macha


¿Alguna vez tu mamá te descubrió revolviéndole el placard cuando eras chico?

–¡Sí, claro! Montones de veces. De hecho, como ella trabajaba –era maestra–, tenía una chica que me cuidaba y le llegó a tener prohibido que yo me vistiera de mujer. Porque ya de pequeño disfrazarme era mi juego favorito. Hacer shows con la fregona en los que usaba el plumero como si fuera un micrófono. Algo que cualquier niño ha hecho alguna vez, aunque quizá no con tanto desenfado como yo lo hacía. Pero bueno, eso mis padres lo justificaban diciendo: “nos salió artista”. Y era la excusa por la cual ese tipo de juegos estaban más o menos aceptados.

No se escandalizaban...

–La verdad que poco. De hecho, vestirme de mujer no era algo que yo hiciese a escondidas. Lo que no quiere decir que no me diera cuenta de que alguna diferencia había entre esos niños de mi edad que soñaban con llegar a ser astronautas o futbolistas, y yo, que encontraba divertido hacer teatro vestido de dama. Si hasta mi abuela me festejaba cuando a la hora de un show que aquí sería como el de Susana Giménez yo me ponía a imitar las coreografías delante de la tele. “¡Ay, pero mira qué gracioso el niño!”, le decía a mi abuelo. “¡Tiene las piernas más bonitas que las bailarinas!” Y mi abuelo bufaba.

Y tu papá, ¿qué decía?

–Mi padre es una cosa curiosa, porque él era artista, hacía espectáculos de humor, salía de smoking y hacía chistes, muchos de ellos machistas, y en uno de los números aparecía vestido como Lola Flores y la imitaba. Y yo a veces cogía la ropa de mi padre para vestirme y recuerdo oírlo despotricando: “¡Ay, este niño maricón! ¡A ver si se deja de una buena vez de tanto mariconeo!” ¡Pero yo estaba haciendo lo que le veía hacer a él! ¡Lo imitaba, en algún sentido! Por eso él no me puede recriminar nada: porque mi veta artística, en gran parte, a él se la debo.

¿Y cómo te iniciaste en el transformismo?

–Hubo una etapa en la que el transformismo quedó ahí, en la infancia. Cuando eres pequeño no tienes tanta conciencia de lo que está bien y lo que está mal, y cuando entras al colegio y notas que eres diferente o que se ríen de ti, no te queda otra que recatarte un poco. Obviamente no me iba a jugar al fútbol con los machos de mi clase, pero por lo menos disimulaba. Yo tengo 29 años y la libertad que hay ahora con el tema gay no es ni de lejos la que había entonces. Ahora los gays más jóvenes no salen del armario porque nunca han estado dentro. En España, hoy ves chavales de 13, 14, 15, 16 años que son gays y tienen su novio y van de la mano por la calle como si fuera lo más natural del mundo. Pero cuando yo viví la adolescencia la cosa era muy diferente. A casi todos les tocaba tener una etapa “hétero”, y en esa etapa estudié teatro y tenía novia, hasta que a los 20 años rompí con todo, me hice gay y me fui a Madrid para ser artista. Y como todo buen actor en sus comienzos empecé poniendo copas detrás de una barra. Con la salvedad de que era en un local de Chueca en el que había, claro, shows de transformistas. Pero yo veía esos shows y me parecían tan malos... Porque el transformismo no es sólo vestirse de mujer y hacer playback de la cantante que admiras. Entonces me dije: “¿Y por qué no probar aquí?”. Y así fue que di el salto de la barra al escenario.

Pero me imagino que alguna mano te habrán dado esos transformistas, por más malos que fueran...

–Sí, desde ya. Además yo no tenía nada, ni siquiera unas medias de lycra. Nada de nada. Por lo que una noche me acerqué a uno que imitaba a Isabel Pantoja y le pedí si no me podía prestar algún vestidito de mi talla. Y me dijo: “Sí, cómo no, mañana mismo te traigo uno”. Pero me tuvo como tres semanas con idas y vueltas, y me daba largas, y me daba largas”. Hasta que un día se vino con un vestido horrible, que hasta tenía quemaduras de cigarrillo, pero que entonces para mí era lo más bonito que había. Aunque ahora pienso y me digo: “¿Pero cómo fui tan tonto? ¿Por qué directamente no fui y me compré uno?”. El caso es que me prestó ese vestidito y con ese vestidito me subí al escenario. Y una vez que ya me había hecho un nombre y tenía una cierta fama, supe que ella se andaba jactando de ser mi madrina artística, de que me había abierto las puertas del show y me había ayudado a dar los primeros pasos. Aunque sin duda la peor mentira de todas fue que para mi debut me había prestado un vestidito hermoso.

En tu caso, ¿la ropa es sólo tu uniforme de trabajo? ¿Ni medio gramo de fetiche?

–No, para nada. No hay nada que tenga que ver con un fetiche sexual en la ropa, y muchos menos con sentirme mujer. No hay una necesidad en mí de travestirme, sino necesidad de público, de espectáculo. Nacha La Macha es un personaje que me inventé, y porque es una señora se viste como tal. Ella nació de mi admiración hacia divas del espectáculo como Rocío Jurado, Lola Flores, Concha Velazco, Rocío Durcal, o por artistas como Los Pimpinela, que de chico me gustaba imitar desdoblándome, haciendo de hombre y de mujer yo solo.

¿Te ha pasado muchas veces que se te acercaran hombres atraídos sexualmente por tu personaje?

–Sí, me ha pasado mucho eso. Y en esas situaciones actúo en consecuencia, dependiendo de cuánto me guste el chico que se acerca. Pero, bueno, es parte de la magia del transformismo. Aunque es tal la veracidad que logra el personaje de Nacha que es capaz de despertar deseo en hombres que no son gays y que se sienten atraídos por la mujer que están viendo. Y eso es un halago por partida doble, porque no sólo me siento admirada sino que también me doy cuenta de que lo que hago lo hago muy bien en razón de que me ven como una mujer sexualmente apetecible.

¿Y eso no te ha obligado a hacer el amor vestido de Nacha?

–¡Ay, es tan incómodo acostarse con todo eso encima! Imagínate con la peluca, el corsé, las tetas de relleno, las pestañas postizas... No es algo que haga habitualmente, no. Además, como te decía antes, en el tema sexual no soy nada fetichista. Y acostarme como Nacha me obliga a seguir actuando.

¿Y qué de los noviecitos que después de conocerte se enteraron de que tu trabajo era éste?

–Pues hay de todo. Al principio, sufría bastante cuando me enfrentaba con los prejuicios típicos que los demás tienen de los transformistas: que somos mujeres las 24 horas, que somos unas locas, que en la cama nos gusta ser pasivos. El gay siempre estereotipa al macho y su mayor meta es llevarse a la cama o ponerse de novio con el más masculino. Si eres loca, estás mal vista y te rechazan. Y yo he vivido muchos rechazos de ese tipo. Tuve un novio argentino en Madrid a quien de entrada no le aclaré a qué me dedicaba y con quien estábamos muy enamorados, pero que cuando se lo dije me respondió que hubiera preferido que fuera taxi-boy, actor porno o que vendiera droga. ¡Cualquier cosa menos eso! De ahí que cuando conozco a alguien no me guste que sepan de mi vida artística, por lo menos al principio.

¿Vos te enamorarías de otro transformista?

–¡Sí, por qué no! Imagínate si nos fuéramos a vivir juntos: ¡lo que sería ese placard, Dios mío! De hecho, yo vivo con otro transformista, que no es mi pareja sino uno de mis mejores amigos, que se llama La Prohibida. A mí no me molesta la pluma para nada. Y me puede gustar tanto un chico que no parezca gay como un chico amanerado. Siempre y cuando sea un chico, claro está, porque si no sería lesbianismo.

¿Y qué es lo peor de convertirte en Nacha?

–Lo que llevo peor es maquillarme. Siempre digo: “Ojalá inventaran una mascarilla que te pudieras poner sobre la cara y listo”. También sueño con ser algún día muy famosa y ganar dinero suficiente como para tener un peluquero personal y una maquilladora y no tener más que tumbarme y que lo hagan todo ellos. Tardo más de una hora entre que me afeito, me maquillo, peino la peluca y me visto. Hubo un espectáculo que hice, titulado La noche de Nacha, en el que al final me desmaquillaba y me desvestía en escena. Un cuadro que es muy tradicional dentro del transformismo, pero que a mí me venía bien porque me servía para ahorrar tiempo. Y a mucha gente le gustaba, pero había fans que iban a ver a Nacha ilusionados con sacarse una foto al final de la función y tenían que conformarse con una foto con Nacho. Y no era lo mismo, obviamente: para el Facebook no rendía.

¿Y cómo sería Nacha si se vistiese de hombre?

–¡Pues sería lo que ves! ¡Sería como yo!

Pero sos vos el que se viste de Nacha...

–¡Claro!

¿Y si Nacha se vistiese de vos?

–Pues simple: se desvestiría.

Patricio Lennard
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