viernes, 16 de julio de 2010

¡Fiesta!


Escuché el resultado entre sueños, mientras Pichetto maltrataba a Negre de Alonso y ella lloraba. ¿Por las miles de horas viajadas que no dejó de mencionar de principio a fin de la sesión y ahora se convierten en nada? Bueno, es un lindo relato para sus nietos. Les puede contar sus visitas a la provincia y lo que piensa la gente del interior, mientras los niños juegan a construir la sexualidad de los dibujos que proveen los cuadernillos de educación sexual (que a ella tanto horrorizan) que si Dios no mete la cola llegarán a las escuelas pronto, muy pronto. Más pronto de lo que todas y todos esperábamos. Vi el 27/33 y me quedé dormida preguntándole a mi mujer si se quería casar conmigo. No recuerdo la respuesta, me dormí de inmediato y esta mañana, cuando nuestro hijito nos despertó a las 8, es decir que sólo había dormido cuatro horas, en lo único que pensaba era “quién me manda a mí a querer una familia”. Así me levanté, malhumorada, llena de mensajes que decían “y para cuándo los confites”, felicitaciones y buenos augurios de todo tipo y tenor, la radio prendida, la tele prendida, mucho ruido, una sensación de irrealidad lo invade todo. Un poco por el sueño, otro tanto porque la realidad hoy es algo que venimos deseando hace tanto que no es fácil asimilarla como algo que ahora está ahí, fuera del cuerpo.

Ella, con la que me voy a casar en los próximos días, ya está organizando una fiesta para festejar la ley. Le digo que no sea tan atolondrada, que ahora tenemos que pensar cuándo nos vamos a casar, cómo, si vamos a hacer fiesta o no, tampoco vamos a organizar dos fiestas en quince días, eso es muy agotador, además de las miles que tendremos de los amigos y amigas que también esperaban esta ley con ansiedad. Y ella, que me viene incendiando con el casamiento y se hace la ofendida cada vez que en una nota a la pregunta de ¿se van a casar? yo contesto “eso se verá después, lo importante no es que nosotras nos casemos sino que se amplíen los derechos”. Hoy, que la posibilidad de casarnos es real, muy suelta de cuerpo me dice que no hay apuro para casarnos...

Me pongo a llorar y le digo “está nevando en Pinamar” y una emoción virulenta, espasmódica, me toma todo el cuerpo y le digo “es que tenés que adoptar a Furio” y lloramos juntas un rato.

Siempre supe que esto iba a suceder, que Marta iba a poder adoptar a nuestro hijo tarde o temprano, pero la verdad que no pensé que esto iba a suceder tan rápido, siendo él un bebé aún. Siempre que pensé en esa escena me la imaginé así: Furio se pone la campera y agarra sus documentos y los nuestros, él ya tiene 17 y más organizado que nosotras, sobre todo en estas situaciones que nos emocionan tanto. Marta llora, desde que se levantó que no deja de llorar, se pone las botas llorando, se maquilla llorando, me dice “ves que estoy gorda, nada me queda bien” llorando, se toma un café llorando. Yo busco la partida de nacimiento y, claro, no la encuentro porque Furio ya la guardó. El está listo hace rato con su campera puesta alimentando a los perros.

–¡Amor! ¿Dónde está la partida de nacimiento?

–En el cajón de los documentos –dice ella llorando.

–No, no está ahí, si te pregunto es porque ya busqué ahí.

–No sé, amor, vos te ocupás de los documentos.

–Yo me ocupo de los documentos. ¿Y los documentos caminan solos? Cuántas veces tengo que decir que dejen las cosas en el mismo lugar. ¡Furio! ¿Vos usaste tu partida para algo? ¿Por qué no está en el cajón..?

–La tengo yo, mamá, ya agarré todo, la libreta también. Voy prendiendo el auto, ¿les falta mucho?

–¡Amor! Estás lista.

–Sí, si encontrara mis anteojos. ¿Cómo puede ser que me muevan los anteojos de lugar? ¿Qué hacen con mis anteojos en esta casa?

–No sé, amor, ¿te fijaste en el bolsillo de tu impermeable? –dice llorando.

–¿Cuándo usé impermeable, Marta?

–Ayer, linda, ¿te acordás que llovió a la mañana?

–OK, me voy así. Los habré dejando en el estudio.

–Pero, amor, los tenés puestos –dice llorando.

Y me quiebro, de la misma manera que me quebré esta mañana y nos abrazamos y lloramos juntas un rato, mientras escuchamos que Furio toca la bocina desde del garage, pero no podemos soltarnos porque la emoción es enorme. Y vamos hasta el auto las dos llorando y él también está emocionado porque su madre, la que lo crió, lo arropó, lo retó, le mostró el mundo, le habló de su patria con pasión y con enojo, le explicó de su sexualidad, le enseñó a decir upa y a decir con orgullo “a veces la Argentina puede ser un lugar hermoso” podrá adoptarlo. En unos minutos nomás, cuando nos pongamos de acuerdo quién de las dos maneja y él diga “maneje quien maneje vamos a llegar tarde porque las dos están transidas”. Y yo voy morir de amor cuando escuche esa palabra de mi hijo porque es una de las tantas que tomó como suya del vocabulario dramático con que suele hablar su madre Marta.

Pero Furio no tiene 17 años, ni siquiera cumplió los dos. Entonces acusa recibo de nuestra emoción con berrinches propios de su edad y alguna que otra carcajada inesperada, como si quisiera decirnos “¿qué pasa, mamis?, ¡soy el hijo menor! Dejen de lagrimear y ocúpense de lo importante: mi comida”.

–Hoy puede comer chocolate de postre. ¡Estamos de fiesta!, amor –dice alguna de las dos, siempre llorando.

Albertina Carri

Y la Tierra sigue girando alrededor del Sol: aleluya. Ganamos nuevamente

Como entonces, como siempre, el movimiento de la historia y los que luchan por sus libertades ganó la batalla contra las verdaderas fuerzas del mal, las que hablan del Plan de Dios y comulgan con el exterminio. Las que desde hace siglos están manchadas de sangre, en muchos casos –muchos– con la nuestra...

Los y las naranjas mostraron sus fauces. No pueden ya mentir, nos odian profundamente. Lo atestiguaban sus caras, sus consignas: Argentina maricona. Sodoma, Homomonio...

Desde hoy ése es el pasado. Pero las caras y los insultos de senadores y senadoras como Negre de Alonso, Sonia Escudero, Olmedo quedarán grabados en la memoria del oprobio del pueblo argentino. Otros cuadros para descolgar y tirar.

Al comenzar el debate Negre de Alonso expresaba: “¿Les vamos a tener que enseñar qué es gay, qué es bisexual?”, refiriéndose a que los chicos y chicas en la escuela tendrían que conocer y aceptar que existimos. Bien por usted senadora, dijo lo que debió decir desde el principio, lo que todo el tiempo flotaba en el aire, lo que cada una de esas remeritas naranjas expresaban: odio, intolerancia, racismo, que no existamos.

Afuera del recinto la multitud gritaba enfervorizada a cada arremetida de esta mujer: nazi, nazi. Todo dicho.

Esa chusma es pasado, la historia ni siquiera los recordará. Por eso olvidemos y hagamos votos para que se inicie de ahora en más una nueva historia para nosotras y nosotros, gays, lesbianas, transexuales, travestis, bisexuales, intersexuales y lo que tenga aún que venir; la lista no se cierra, como el deseo, como la vida misma.

Ya no será la que a nosotrxs nos tocó vivir, condenados a cargar con nuestra hasta hoy “oprobiosa” marca supuestamente por violar la ley natural. Hoy ella se termina. De natural sólo le queda la mueca del odio y la sequedad de una carne yerma.

Esperamos que en poco tiempo sea posible volver a contar las viejas historias que narran el inicio del mundo y que nuestros hijos, hijas, nietos y nietas sean ese motor. Y así entonces podremos escuchar cosas como éstas:

Cuando la profesora le preguntó a Abel cómo se llamaba su madre el niño contestó: “Mi mamá se llama Adán” y ya nadie sintió vergüenza*.l

* Le debo esta frase a un sacerdote marplatense. ¡Qué bueno!


Carlos Figari

Y dale alegría a mi corazón

La histórica noche del miércoles y la madrugada del jueves, mis amigas y yo estábamos en la Plaza del Carmen de Rivadavia y Callao siguiendo la sesión por tv. Mientras escuchábamos algunos de los argumentos tuve tiempo de pensar mucho. Pensé en mi adolescencia, por supuesto, cuando todo empezó. Cuando yo empecé. Pensé en cuando a mi ex novia y a mí nos pegó un tipo en Resistencia en el año ‘98 porque íbamos de la mano. Pensé en que Marta Dillon nos quiso hacer una nota sobre lo que había pasado y que yo no me atreví, no quise hablar. Pensé en el padre de mi primera novia que me echó de su casa y que después cagó a palos a su hija. Pensé en ella, que me vino a ver horas después con un ojo morado. Pensé en cuando a mi querido Luciano, a Alejo y a mí nos agarró una razzia en Experiment, hace 20 años, y nos pasamos unas horas temblando de miedo de que nos llevaran en cana. Pensé en que hace un año me parecía imposible, hace unos meses improbable y que, incluso estando ahí, en Plaza del Carmen la noche del 14 de julio mirando esos horribles plasmas, una posible ley de igualdad me seguía pareciendo increíble. Pensé: ¿qué hace gente como Negre de Alonso o Rodríguez Saá discutiendo sobre un derecho nuestro que, como buen derecho, ni siquiera debería estar sujeto a debate? Pensé si no es demasiada la “tolerancia” con la que nuestra comunidad se ha tenido que armar para soportar que una mayoría se sintiera con el derecho a decidir sobre nuestras vidas. Pensé en muchos de los que conocí de jóvenes y que no llegaron vivos a esa noche. Pensé en mí, en nosotros, dos décadas atrás imaginándonos la vida que se nos venía encima, la que tendríamos que construir. Pensé en que me da orgullo escribir para este medio. Pensé en el 2008, cuando empecé a colaborar, las cosas eran muy distintas, mi vida era muy distinta. Pensé en los diversos modos en que aportamos nuestro granito de arena para este inmenso cambio. Pensé en la liberación de la palabra que es, para mí, la liberación del espíritu. Pensaba rodeada de amig@s cuando entró Alex Freire a la pizzería y anunció que la victoria sería nuestra. Entonces, pensé que deberíamos cruzar Rivadavia, cagarnos un poco de frío con las demás personas que estaban ahí, en la plaza. Por momentos pensé que quizás Alex se había equivocado. Que si eso pasaba no lo sentiría como una derrota, que no lo debería sentir como una derrota, que en ese plano tengo training para soportar que las cosas no salgan bien. Pero pensé también que tal vez sería distinto, que esta vez... ¿por qué no esta vez? Pensé en que ni siquiera quería pensar en una posible amargura. Y cuando el momento llegó, les juro que no pensé. Abracé a mi gente querida, a mi gente amada, y lloré, lloré, lloré como nunca había llorado, con una alegría plena, una alegría nueva que, les aseguro, no sabía, siquiera, que podía existir.

Paula Jiménez

No te la cuento, la viviste a tu manera

A tus 2 años y medio no sabías de tratados internacionales, ni convenciones, ni artículos, pero conocías (y vivías) cotidianamente cada uno de tus derechos; aun los que no tenías formalmente dados antes de que nos casáramos. A tus 2 años y medio conocías el valor de la verdad y la expresabas a tu modo con esa lógica que sorprende y descoloca.

A tus 2 años y medio te diste cuenta de que algo en las semanas de junio y julio de 2010 tensaba el ambiente en tu familia, que había ansiedad. Lo expresaste en berrinches y mal humor. Resulta llamativo que justo en ese momento hayas empezado tu etapa de los porqués. Así que una tarde, mientras nos preparábamos para salir con la cinta multicolor en el pecho, preguntaste por qué, y te dijimos que íbamos a la plaza.

–¡Yo quiero ir a la plaza a jugar! –te entusiasmaste.

Mamu –con toda su ironía– te respondió: vamos a una plaza de reclamos.

En esas semanas, nos levantaste la tarjeta roja varias veces porque en lugar de los dibu, en la tele mirábamos muchas noticias. También preguntaste por qué y te explicamos que esos señores y señoras que hablaban iban a decir que sí o que no; y que queríamos muchos SI porque así, mamu y mami nos podíamos casar.

–¿Por qué se van a casar?

–Porque nos queremos.

–¡Yo me quiero casar con vos y con mamu! –respondiste.

Durante varios días, cada mañana nos preguntaste: ¿ya pueden casarse? Varias veces te dijimos, todavía no. Pero el 15 de julio te levantaste y no preguntaste. Fuimos a tu cama y te dijimos: Juan, ahora sí mamu y mami nos podemos casar.

–¿Por qué? –dijiste.

–Porque ya dijeron que sí.

–Yo quiero ir con ustedes.

–Claro. ¡¡¡Además vamos a hacer una fiesta!!!

Y vos, con toda tu inocencia y tu maravillosa ternura nos dijiste:

–¡¿Va a haber torta?!

Gabriela Campos
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