domingo, 17 de diciembre de 2006

Muñecas rotas


Se sacó el pantalón y lo dio vuelta. Difícil será encontrar mejor metáfora para lo que, de ahí en más, sería su vida. Estaba solo. Y mientras enhebraba con poca destreza la aguja con la que pretendía chupar esos jeans a sus piernas delgadas, pensó que Lorena sonaba bien. Femenino y sin estridencias, como quería. Fue así que él, un chico esmirriado, mezcla de Burrito Ortega y Tortonese, dio su puntada inicial como travesti. Tenía la primaria apenas cumplida y la fantasía de, algún día, trepar a un micro y cambiar Salta por Buenos Aires, donde sería Lorena desde el vamos.

Estaba convencido, además, de que por estos lares, adosarse a la piel el relleno del corpiño que la naturaleza le mezquinó o endulzar el perfil de Peretti que portan todos los varones de la familia es tan sencillo como mentir, como decir que tiene 18 cuando en realidad tiene 16.

"Empecé a trabajar en la calle, en Salta, pero acá se hace más plata y yo necesito plata para cambiarme el cuerpo. Los clientes te lo piden", dice recién llegado/a a una pensión de la calle Humberto I donde cualquier clavo anida a una o más tangas, casi todas negras y rojas. Allí, en la única habitación con entrepiso de este edificio a ciegas con berretines de art decò, Cintia, un travesti que ya pasó los 40, recibe a los expatriados de sus provincias natales en este exilio iniciático con más gusto a infierno que a jardín de las delicias.

Según un informe sobre la situación de la comunidad travesti en la Argentina publicado este año bajo el título La gesta del hombre propio, el 16 por ciento de los travestis de la Capital Federal, algunas localidades del Gran Buenos Aires y Mar del Plata tiene entre 13 y 21 años. El mismo estudio señala que el 73 por ciento de los travestis que asumieron su identidad sexual antes de haber cumplido los 13 vive de la prostitución.

"Yo no miento. Si me preguntás qué hago, te contesto: 'Soy prostituta'. A mí lo que me interesa es la plata." Habla Paloma, garganta con arena, cintura arqueada y plataformas de corcho. Paloma, sólo por hoy. Fue Caricia,Salomé,Candela, Candelaria. Se viste de mujer desde los 12, cuando empezó a prostituírse en Orán, Salta. Tiene 17.

"El mayor problema es que primero son travestis y luego, si tienen suerte, son menores. Las travestis menores no transitan las etapas de la vida de sus pares no travestis. Escuchan música infantil en un hotel que comparten con otras travestis adultas mientras reciben la llamada del cliente y se pintan para salir a la calle en pocas horas –dice Josefina Fernández, antropóloga y coordinadora del trabajo junto a Lohana Berkins, presidenta de la Asociación de Lucha por la Identidad Travesti y Transexual (ALITT)–. De aquel hogar del que son expulsadas con apenas 12 ó 13 años llegan a un mundo de adultos para el que ellas mismas son adultas. Si son travestis, ¿qué importa que apenas estén saliendo de la niñez y sean tan vulnerables como
cualquier otro niño?"

En un libro anterior –Cuerpos desobedientes. Travestismo e identidad de género–, Fernández afirmaba que los travestis entrevistados dijeron haberse dado cuenta de su gusto por los varones entre los 8 y los 10 años. Para Fabio Rapisardi, investigador y activista del área Queer de la UBA, "no hay ni un dato psíquico, psicoanalítico, psiquiátrico o biológico que pueda decir que a determinada edad las travestis se manifiestan como travestis. La identidad travesti es una construcción y depende de múltiples factores. La misma cantidad de factores de los que depende la heterosexualidad."

Lohana, la principal referente de la comunidad travesti, pisó Buenos Aires a los 13. "Las cosas han cambiado pero las travestis menores de edad siguen pasándola mal. Además, en América latina y en la Argentina, en particular, las chicas asumen su identidad sexual siendo muy chicas, diría que antes de los 13 años. Por eso abandonan la escuela, son expulsadas de sus familias y tienen una corta expectativa de vida –dice–. En Estados Unidos y Europa, es una decisión que se toma más cerca de la adultez, con lo cual están mejor preparadas." "Es cierto que en el NOA (noroeste argentino) las travestis se asumen a una edad muy temprana. Puede tener que ver con que allá las personas de diversidades sexuales entran a circuitos donde la sociabilidad travesti ya preexiste como un modo de supervivencia y como un modo de sociabilidad concreta frente a la expulsión familiar –dice Rapisardi–. En zonas urbanas, la elección se da en edades más avanzadas. Si vas a Córdoba, a Rosario y a Neuquén, los otros tres lugares donde tenés fuertes poblaciones travestis, también tenés muchas menores de edad."

SEGUNDO DE GLORIA

"La prostitución es el segundo de gloria de las travestis", dice Lohana. Para la antropóloga Fernández, la prostitución es el único medio disponible para sobrevivir. "Es también el único espacio permitido para actuar el género que han elegido para el resto de sus vidas –dice en Cuerpos desobedientes–. En este sentido, el escenario prostibular tendrá una participación importante en la construcción de la identidad travesti."

Rapisardi cuestiona la asociación necesaria entre travestismo y prostitución. "Hay un discurso que dice que el erotismo travesti pasaría por la prostitución. Eso es falso. Las travestis construyeron alrededor de la prostitución un modo de subsistencia. Tienen un buen sueldo que quizá no tendrían yendo a limpiar una casa –dice–. Es que para ser una travesti, lamentablemente hay que ser prostituta. Eso de realización y plenitud es una condición para la subsistencia pero no una realización personal."

El itinerario de los travestis menores de edad que desembarcan en Buenos Aires es tan esquivo como sinuoso. Cintia suele recibir por unos días a los recién llegados que en cuestión de horas sueltan amarras con vuelo propio. "Las menores viven en sus provincias, se conectan con alguna referente o mai que las hace trabajar en esa zona las puede derivar a las capitales",
dice Rapisardi.

"El pasaje de la familia a la calle se hará siguiendo una modalidad organizativa que las travestis llaman pupilaje y que constituye una manera de regular las relaciones entre las travestis en el ámbito de trabajo. Es también el mecanismo a través del cual se socializa a las más jóvenes en cuestiones relativas a la prostitución. Las madres aconsejan a sus pupilas sobre los lugares donde pueden vivir, dónde pueden trabajar, cómo deben hacerlo, cómo son los clientes y cómo deben conducirse con ellos", explica Fernández.

TE ESCUCHO

"Del universo de chicos atendidos, las travestis menores de edad representan el uno por ciento –dice María Elena Naddeo, presidenta del Consejo de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes de la Ciudad de Buenos Aires–. El grupo de chicas travestis es quizás el grupo donde más obstáculos hemos encontrado para lograr una reinserción. En general, este grupo está atravesado por la explotación sexual como por procesos de desintegración familiar, desarraigos muy fuertes, migraciones. La mayoría proviene del norte argentino, y además son víctimas de discriminación."

Existe un programa que asiste y acompaña a los menores que son explotados sexualmente. Miércoles por medio, Gladys Lavieri, su coordinadora, espera a los chicos travestis en el sexto piso de Roque Sáenz Peña 547 con café y medialunas de manteca. La idea no es tomar el té sino lograr que aflore lo que los angustia. "Acá no hay necesidad de que se definan, trabajamos los matices que hay entre el blanco y el negro, sobre la idea del 'estar siendo'. La pregunta es: '¿Qué estás siendo hoy?'. Las ayudamos a tramitar el DNI y a que no descuiden su salud. Hay chicas que van al médico y no las atienden o cuando las llaman por su nombre de varón, se quedan paralizadas y se van –cuenta–. Muchas se escapan de sus provincias porque otras adultas les contaron que Buenos Aires es una panacea. A veces no se animan a volver. '¿Y si me ven así?', se preguntan, agobiadas."

Ana no es menor pero no se pierde las reuniones del Consejo. Tiene 25 y vino de Cafayate, "un pueblo de Salta donde a las 7 de la tarde te ponen música religiosa en la radio hasta las 9, imaginate". Para Ana, que hoy trajo el desconcierto que le provocó ver que algunas de sus compañeras del bachillerato para adultos no se dieron cuenta de que es travesti, la reunión de los miércoles "es como un grupo de autoayuda. Acá hablamos de lo que nos pasa con la policía, que a veces te para sólo por portación de cara. Yo soy promotora de salud de la Fundación Buenos Aires Sida y a veces no me dejan repartir los preservativos que les doy a las travestis que están por la calle. Acá saben que si no aparezco, estoy en la fiscalía".

"El artículo 81 del Código Contravencional sanciona la oferta y demanda de sexo en los espacios públicos. A las travestis menores no se las puede penalizar, pero igual se las llevan. Son la oferta. ¿Por qué no hay detenidos en la demanda?", se pregunta Lavieri. "Tenemos una fuerte discusión con los fiscales y la policía –reconoce Naddeo, la presidenta del Consejo–. Les hemos dicho que tienen que detener a los clientes. Es cierto que a veces ellos mismos terminan siendo clientes."

De madrugada y regándose el aliento con una petaca de anís, Paloma se vuelve más histérica y verborrágica que nunca. Dice que la cana sabe que es menor pero no le hace nada: "El día que llegué, salí a trabajar y caí presa. Al otro día, también y así, tres días seguidos. Pero ahora los saludo y todo. Algunos son clientes, otros son amigos. Yo soy de terror con los policías. Me pongo a charlar, les hago bromas, les digo: '¿Cuándo vamos al hotel?' Ya sé cómo desenvolverme. No tengo miedo."

En la habitación que comparte con otro travesti en el hotel de Humberto I –según ellos, por $650 al mes–, una cama de plaza y media lagañosa y mal estirada da cuenta de que allí no hay horario para el sueño. La ropa entra y sale de un bolso acodado en una silla y hay un espejo donde Paloma arrastra el labial por fuera del contorno de su boca. Sobre la repisa hay un balde de champán, un dvd desconectado y un Rexona Hombre en aerosol, bastión del cromosoma xy que le daría la razón a quienes sostienen que no se nace mujer, sino que se llega a serlo.

Marina Artusa
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El derecho a elegir el sexo

MIAMI.- ¿Es el sexo de una persona una cuestión de elección o de anatomía? Para los neoyorquinos, por lo menos, la polémica estuvo a punto de resolverse a favor de lo primero.

Hace unas semanas, y tras cuatro años de intenso cabildeo, Nueva York se disponía a permitir que cualquiera eligiera su sexo sin que mediara una operación genital a tal efecto.

La iniciativa surgió por el reclamo de grupos transexuales y fue recomendada por una comisión de expertos, que la remitió al Departamento de Salud e Higiene Mental de la ciudad para su consideración. Se basaba en el hecho de que algunos transexuales no tienen cómo pagar una operación de cambio de sexo, que cuesta entre 35.000 y 75.000 dólares (según de qué a qué vaya), no pueden hacerla por motivos de salud o no la consideran necesaria.

De aprobarse la norma, los nativos de la ciudad tendrían derecho a cambiar el sexo que figura en su certificado de nacimiento con sólo una declaración jurada firmada por un médico y un profesional del área de la salud que explique por qué sus pacientes deben ser considerados miembros del sexo opuesto y que deje en claro que el cambio será permanente. Para oficializar la metamorfosis, los solicitantes tendrían que haber cambiado de nombre y demostrar que han vivido un mínimo de dos años en su condición adoptiva.

El intendente Michael Bloomberg y la mayoría de los comisionados de la ciudad estaban a favor de aprobar la ordenanza, que pondría a Nueva York a la par de España en este tema, cuando, inesperadamente, el Departamento de Salud dio marcha atrás y vetó la iniciativa por "amplias ramificaciones sociales". Por lo visto, eliminar las barreras entre los sexos es más sencillo en la teoría que en la práctica. Sucede que en una sociedad organizada sobre la base de la separación anatómica de los sexos, la introducción de una definición basada meramente en el comportamiento o la preferencia creaba un atolladero burocrático. "¿Cómo meter a alguien con pene en una cárcel de mujeres?", se preguntó alarmado un funcionario del Departamento de Salud. Las dificultades no terminaban allí. Si era posible cambiar legalmente el sexo, nada podría impedir el matrimonio gay, puesto que bastaría con uno de los miembros de la pareja solicitara el cambio de sexo.

Con todo, Nueva York ha tomado en los últimos tiempos una serie de medidas destinadas a borrar gradualmente la frontera entre los sexos, según la definición clásica. Una disposición adoptada en enero establece que la asignación de camas en los refugios se haga teniendo en cuenta la apariencia de las personas y no su anatomía. Y tomando una decisión aún más provocativa, la Autoridad Metropolitana de Transporte acordó permitir que fueran los usuarios los que decidan qué baño quieren usar dentro de las estaciones.

A estas disposiciones se suma una tendencia, recientemente consignada en un artículo de The New York Times , donde muchos padres de niños pequeños que revelan una disposición hacia el sexo opuesto, asumen una actitud más permisiva que se traduce en dejar que los niños se vistan con ropa de mujer (y las niñas con ropa de hombre) si así lo desean. Las escuelas, por su parte, suelen aceptar la voluntad de los padres.

Esta decisión cuenta con el apoyo de muchos educadores y psicólogos que opinan que esta tolerancia ayudaría a controlar la depresión y las tendencias suicidas de los niños que manifiestan tendencias transexuales, aunque todos reconocen que no será fácil impedir las burlas de los compañeros si un niño aparece vestido de mujer o viceversa.

Lo cierto es que, a pesar de que aún se está lejos de aceptar la transexualidad como una condición corriente, los neoyorquinos responden con una mayor tolerancia a sus diferentes manifestaciones. Será porque, en esta Babel de razas, idiomas, acentos, creencias, atuendos y preferencias apretujados a orillas del Hudson, lo normal es precisamente la anomalía.

Mario Diament
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