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martes, 27 de enero de 2009
Apostasía contra la discriminación
Alejandra Portatadino nació como varón, pero reasignó su sexo y obtuvo un nuevo DNI. Hoy irá al Arzobispado a reclamar la apostasía. “No puedo pertenecer a una Iglesia que discrimina a las mujeres y a las minorías sexuales”, argumenta.
Por primera vez en el país, una persona transexual se presentará en el Arzobispado de Buenos Aires para pedir formalmente su desvinculación de la Iglesia Católica. Alejandra Portatadino nació como varón en una familia tradicional del barrio de Belgrano. Y hace dos años se sometió a una operación de reasignación de sexo luego de ganar una batalla legal de tres años, en la que consiguió la autorización para la cirugía y el cambio de nombre en el DNI, que ahora muestra con orgullo. Fue bautizada en la iglesia de San Benito de Palermo siendo un bebé, como la mayoría, y con ese sacramento selló su ingreso al catolicismo. Hoy Portatadino irá a apostatar –así se llama el trámite– y exigirá su desafiliación de esa religión. “No puedo pertenecer a una Iglesia que discrimina a las mujeres y a las minorías sexuales, que niega la palabra género, que dice que la homosexualidad es una enfermedad, y que promueve la segregación de las personas con una orientación sexual diferente a la heterosexual”, fundamentó su decisión en diálogo con Página/12.
Alejandra Portatadino tiene 50 años y es observadora de Derechos Humanos. “Soy mujer y feminista”, se define. Está cursando el segundo y último año de la Diplomatura en Derechos Humanos y Resolución de Conflictos, del Ministerio de Seguridad y Derechos Humanos, que se cursa en el Instituto Universitario de la Policía Federal. Asesora a la Comunidad Homosexual Argentina (CHA). Y es ayudante de Cátedra de Bióetica en Derecho Civil, en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora. En diálogo con este diario, adelantó que hoy irá al Arzobispado, al lado de la Catedral Metropolitana, con una extensa carta dirigida a monseñor Jorge Bergoglio. Su pedido de desvinculación del catolicismo lo acompañará con una durísima acusación a la Iglesia “por apología de la discriminación” a las personas homosexuales o de diferente identidad e identificación de género. Esa actitud, dijo a Página/12, “promueve la segregación, marginalización, el estado de apartheid” e incentiva “con sus dichos a sectores sociales, países, estados, reinos y sultanatos homofóbicos para que cometan crímenes y actos de lesa humanidad (condenados en el estatuto de Roma) contra estas minorías”.
Con la operación y el reconocimiento legal de su identidad sexual como mujer, Portatadino dejó atrás una vida enclaustrada en un cuerpo masculino y se convirtió en una activista por los derechos humanos. En 2008 fue distinguida por la Legislatura porteña entre 20 mujeres luchadoras que han dejado huella con su trabajo. Su caso sentó jurisprudencia y fue abriendo el camino para otras personas que como ella sufren disforia de género.
La sentencia que la liberó de su encierro en un cuerpo equivocado la firmó el juez en lo Civil y Comercial José Luis Tresguerras en 2005. Un año después, entró en el quirófano del Hospital Gutiérrez de La Plata de la mano del cirujano Pablo Maldonado, experto en reasignación de sexo. “Es un artista”, destacó ella, divertida.
Portatadino nació en una familia muy católica y muy acomodada económicamente del barrio porteño de Belgrano. “Con bóveda en el cementerio de la Recoleta”, apuntó. “Mi tatarabuelo, Juan Ayala, fue el primer gobernador de La Pampa, amigo de Julio A. Roca y Lucio Mansilla”, contó para dar cuenta de su abolengo. Hoy con su familia se ve poco. “El mayor inconveniente de personas como yo es la no aceptación de la familia. Nos ven como monstruos o como si estuviéramos locos”, señaló. A partir de su caso, entre la CHA y el Hospital Durand se elaboró un protocolo de atención a personas con disforia de género. “Tenemos ahora 52 casos”, precisó.
Antes de la reasignación del sexo, Portatadino se vestía de varón. Su último trabajo fue como subgerente de la petrolera Texaco. “Pero cuando anuncié que presentaría un amparo para pedir la autorización de la cirugía me despidieron”, recordó. Ahora quiere borrarse de la Iglesia Católica en desacuerdo con sus actitudes discriminatorias a personas que como ella no encajan en el canon heterosexual. Se convertirá así en la primera transexual en apostatar en el país.
“Con sus declaraciones, la Iglesia Católica Apostólica Romana se pone en franca contraposición con el espíritu que impulsa al Alto Comisionado de Derechos Humanos de la ONU. ¿Cómo actuaría la Iglesia Apostólica Romana si un país condenara a muerte a los sacerdotes católicos apostólicos romanos por mantener celibato? ¿Condenaría y rechazaría las propuestas de muchos países para que este crimen no sucediera?”, dice la nota que entregará en el Arzobispado. La Iglesia Católica “está incitando, amparando y protegiendo los actos de lesa humanidad fomentando los crímenes de odio, perpetrados en diferentes partes del mundo” contra homosexuales, señala el texto. Y más adelante, afirma: “Intenté y no lo niego por tradición familiar mantener mi fe bajo el rito Católico Apostólico Romano, pero cuando hoy existen otras alternativas de expresión de la fe, más cercanas al mensaje que transmite los dichos de Jesús y que cualquier lugar es bueno para expresarse sin estar registrada a ningún culto, es una falsedad que figuren mis registros en su organización con los actos cometidos y que se cometen en la misma”.
Un trámite muy poco común
El ejercicio de la apostasía está creciendo en algunos países como España, donde ya se han hecho varias entregas masivas de solicitudes. En Argentina, por ahora es un procedimiento poco conocido aunque va ganando adeptos, fundamentalmente ateos, defensores del laicismo –bautizados a poco de nacer– que no quieren que se los cuente como católicos: las estadísticas, argumentan, significan dinero (en subsidios) y poder político para la jerarquía eclesiástica. Para marzo, desde el movimiento de mujeres se está preparando una apostasía generalizada, en repudio, fundamentalmente, a las posiciones del Vaticano en materia de salud sexual y reproductiva como su condena al derecho al aborto. Para la Iglesia Católica, en tanto, la apostasía es uno de los tres pecados más graves, junto con el cisma y la herejía. En la Edad Media, se castigaba con la muerte en la hoguera. Hoy, se esgrime como un derecho. Pero el clero se resiste a borrar a los apóstatas de sus registros. Alega que el bautismo es un sacramento de carácter indeleble, que dura para toda la vida. Sin embargo, la ley de hábeas data podría amparar el reclamo de los apóstatas, que tendrían el derecho de exigir que se suprima su nombre de los archivos clericales.
La apostasía está definida en el canon 751 del Código de Derecho Canónico como “el rechazo total de la fe cristiana”, recibida por medio del bautismo. Como no existe ningún procedimiento legítimamente establecido para abjurar de la fe cristina o cualquier otra fe y retirar el apoyo implícito a esa institución religiosa, se adoptó ese término clerical. Entre los que se embanderan en este movimiento hay quienes prefieren hablar de “desbautizarse”.
Mariana Carbajal
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