sábado, 14 de junio de 2008

El futuro es hoy


Cargada de libros, bufanda obligada al cuello, tan alta que su mirada siempre parece un tanto velada por sus pestañas, Marlene Wayar es, mal que le pese a la autoridad, la directora de El Teje, el primer periódico travesti de América latina. Activista desde niña, esta mujer trans no sabe todavía si llamarse anarquista o de izquierda; es que ésa es su estrategia: estar siempre en movimiento.

¿Qué es la Cooperativa Textil Nadia Echazú?
—Es una articulación de diferentes organizaciones de trans y travestis para generar trabajo.

¿La idea es hacer ropa para travestis?
—Lo primero que vamos a hacer es blanquería para asegurarnos la posibilidad de venta en un arco que va desde hospitales hasta hoteles o geriátricos, una venta masiva. Una vez que se vea que el proyecto es sustentable podemos pensar en hacer ropa, ropa fina, corsetería, lo que sea. Y acaban de inaugurar la casa... ¡Ay, sí! Estamos chochas, la compramos a través de un crédito del Inaes (Instituto Nacional de Activismo y Economía Social). El viernes se firmó todo, nos fuimos corriendo a verla, el domingo ya la challamos... Challar es como un bautizo en honor a la Pachamama, una tradición muy norteña, Lohana Berkins estuvo ahí conduciendo, comida, bebida y agradecimiento a la tierra porque esto significa realmente otra etapa.

¿Podés trazar una cronología particular para este hecho tan importante?
—Es una cronología compleja que para mí empieza en séptimo grado, cuando me vi haciendo mi primer acto militante para defender los fondos que habíamos recolectado para el viaje de egresadas y siguió cada vez que me apelaba frente a un juez cuando me detenían.

¿Por qué te detenían?
—Porque yo estaba en la calle con mi grupito de pares que me había costado horrores conocer, conseguir, acercarme. Yo no necesitaba prostituirme, pero para pertenecer necesitaba hacer el acting. Entonces me acercaba a los autos y les decía que yo no hacía esto, no hacía aquello y que cobraba carísimo. Los tipos desistían y me decían: “llamá a tu amiga” y ellas iban. Todavía cursaba a la noche el profesorado de cerámica y de ahí me escapaba a buscar el mundo que me faltaba.

¿Cuándo fundaste el colectivo Futuro Transgenérico?
—Yo trabajaba con Nadia Echazú (militante travesti fallecida en 2004) contra los editos policiales, pero en cuanto cayeron los edictos entendí que entonces ya no era necesario ni estratégico seguir teniendo a la policía como interlocutora, sino plantarnos frente al resto de los actores sociales y del Estado e imponer el diálogo ahí.

¿Usás “futuro” como utopía?
—Como topía, como lugar posible para trabajar y pensar. Yo, por ejemplo, nunca había avizorado que los edictos policiales iban a caer. Pero sucedió, al menos acá en Capital Federal. Entonces se puede reconocer la potencialidad de la lucha y la impotencia también frente al sistema. Sobre eso quería trabajar.

¿Por qué elegís la identidad trans y no travesti?
—De las pocas lucideces que he tenido a lo largo de mi vida, la primera ha sido reconocer que soy una excepción a la regla porque a lo largo de mi historia puedo decir que no he sido violada de menor, elegí mi primera relación, elegí con quién, qué y cuándo; fui cuidada, contenida, en mi familia, en el colegio, en el barrio. Tengo un montón de herramientas que a las chicas en general les son arrebatas incluso antes de llegar a manifestar su discordancia en cuanto a identidad de género: hablo de pobreza, familias muy machistas... entonces sé que he sido privilegiada. No es una escala de valores; aun así reconozco mis privilegios por poder sentirme un ser social, político, civil y cultural. Entonces me parece que la categoría travesti nos excluye sin violencia y seguir usurpándola o no visibilizar esto me parecería poco ético.

También tuviste las herramientas necesarias para maternar un niño...
—Tuve un niño a mi cargo pero ahora está en situación judicial y sigo intentando una revinculación, un régimen de visitas aunque no tenga la tenencia.

¿Tenías el deseo de criar antes de esa situación?
—Era una fantasía que cada vez más se hacía una necesidad y que estaba muy presente. Y se dio en el momento justo, él necesitaba de alguien que cumpliera la función materna y yo estaba dispuesta. Estuvo tres años conmigo, desde bebé. O sea que vivimos un período muy intenso de su crecimiento, de la construcción de su propio yo. La primera palabra, el primer pasito... fue tan intenso como dolorosa la separación. El no tenía otra persona a quien le tirara los brazos. No había comida, helado, pelotero o calesita que disfrutara si yo no lo llevaba; yo era su mama.

Y ahora, siguiendo la cronología, sos directora de una revista.
—Sí, y es una experiencia de mucho aprendizaje y en tanto aprendizaje dolorosa. Porque la propuesta en sí es jerárquica, está inmersa en una institución jerárquica y no se puede plantear, al menos hoy, que sea de otra manera. Entonces se da una tensión en los vínculos con mis compañeras y yo tengo que luchar contra mi propia resistencia a convertirme en una directora concreta y que el poder no se distribuya de otra forma... es un aprendizaje intenso en muchos sentidos.

¿Podés definir a esa revista, El Teje?
—Lo defino como uno de los primeros momentos de organización de nuestra historia. Es empezar a pasar de la cultura oral para concretar en primera persona un relato propio. Tener historia, primero para vernos y después para separar trigo de paja: analizar lo que tenemos de positivo para nosotras y para el resto de la comunidad y sobre todo para vehiculizar nuestros gruesos errores que tienen que ver con reproducir lo mismo que criticamos. Así podríamos generar un relato para que las niñas nos lean, se lean y no cometan los mismos errores. Para pararse de otra manera.

Siempre el relato primero y más común entre todas es empezar a autopercibirte y saber que sos diferente y no saber cómo justificar esa diferencia y a la vez tener introyectado que hay que justificarse, que la libertad se paga justificando que no sos mala, que no sos perversa... Que no naciste en un cuerpo equivocado...
—(Risas.) –Claro. Por eso, es decir “somos muchas, parate con orgullo y empezá a caminar, buscate y no me tengas como paradigma porque con mi 90-60-90 y mis labios prominentes he cometido miles de errores sobre mí misma y sobre otras”. Por ejemplo, poder decir “fui a Europa” y en lugar de hablar de dinero poder contar que en ningún otro lado te vas a sentir tan sudaca, trabajando como esclava a cama caliente.

¿Cuánto de la identidad trans está anclado únicamente en el cuerpo?
—En el presente hay mucho, la identidad es una construcción especular. Una se mira en los espejos de los demás y hacia donde vos querés tender es a la feminidad y la feminidad tiene radicalmente un cuerpo diferente y una performatividad distinta.

Pero también es cierto que ese modelo de cuerpo está en cuestión.
—Sí y yo creo que podemos habitar cuerpos diversos. Hay chicas que no avasallan su cuerpo, que trabajan sobre lo andrógino y, sin embargo, conforman una identidad femenina que no pierde su atractivo, su erotismo, su sensualidad. Lamentablemente, no todas tenemos herramientas para conseguirlo en lugar de salir desesperadas a una edad temprana, donde realmente has visto poco del mundo, a buscar las tetas, el culo o las caderas. Nuestro propio relato de éxito está anclado en el cuerpo, ninguna de nosotras, al menos hasta no hace mucho, ha empezado a contar la agonía y el dolor del cuerpo exuberante.

¿Vos lo sufriste?
—Yo tengo sólo tetas y unos pomulitos y me he resistido a seguir por ver las consecuencias. Pero si en su momento hubiera podido hacer todo junto, lo hubiera hecho.

¿Y cómo entra Fernando Peña en la tapa de El Teje?
—Bueno, él nos avasalló un poquito, fue un vocero de El Teje, se copó mucho con el proyecto y nos parecía bueno abordar ese personaje, porque hay en él cosas que reconozco como nuestras: la homofobia dentro de las travas, la travestofobia en los gays, la misoginia en travas y gays. Son estas cosas las que tenemos que ver para erradicar y trabajar en nosotras mismas. Fernando Peña tiene cosas que llevamos todas y por eso no tenemos que tener miedo de sentarnos a reflexionar, porque no es el enemigo sino, en todo caso, es el enemigo interno que todas llevamos dentro.

Marta Dillon
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