jueves, 13 de noviembre de 2008

Ser o no ser


La pasajera, un documental chileno que nunca termina de filmarse por las sucesivas –y a veces encubiertas– prohibiciones y la falta de apoyo financiero, pone en escena la discusión sobre si Gabriela Mistral era lesbiana o no, en un país, Chile, donde su figura es la de una heroína impoluta y asexuada, digna de adornar los billetes de cinco pesos. El debate, que para los más conservadores es sólo una manera de enlodar a la Premio Nobel, sirve para preguntarse por qué para las mujeres la única sospecha que podría confirmarse es la de ser heterosexuales.

Cuando a mediados de 2003 salieron a la luz un puñado de cartas y manuscritos, de entre los muchos papeles que el chileno José Donoso había dejado tras su muerte como legado a la Universidad de Iowa, en los que hablaba del conflicto que para él significaba sentirse atraído sexualmente por hombres (¡si hasta hay cartas en las que le hacía referencia a su futura mujer de su temida bufarronería!), la campaña por sacar del armario a Gabriela Mistral ya estaba en funcionamiento. Algo que hasta ahora no ha sido nada fácil en un país reconocidamente pacato como Chile, toda vez que la Mistral es, además de una gloria de sus letras y la primera escritora latinoamericana en ganar un Premio Nobel, un verdadero prócer cuyo rostro adorna los billetes de 5 mil pesos y su nombre bautiza calles, plazas, universidades, escuelas. Por eso la pregunta sobre si Gabriela Mistral era o no lesbiana marca una de las controversias más escandalosas de la que se tenga memoria en la cultura chilena. Con el agravante no menor de que, a diferencia de Donoso, de quien no es difícil suponer que si incluyó esos papeles comprometedores era porque no le importaba que después de muerto se conocieran, en el caso de Mistral no hay pruebas concluyentes sobre su sexualidad, sino sólo chismes, suposiciones, ocultamientos, intrigas.

Un nuevo avatar de la escabrosa polémica tuvo lugar este año, cuando fue subido a Youtube el avance de una película que gira en torno de la relación amorosa que Mistral habría tenido con su secretaria estadounidense Doris Dana (quien la secundó varios años hasta su muerte, en 1957, y fue declarada por la poeta su heredera y albacea), y en el que se incluye una escena en la que ambas aparecen besándose. Protagonizada por la actriz Claudia Celedón (cuyo parecido físico con Gabriela Mistral es notable), y dirigido por el artista Francisco Casas, quien en los ’80 formó junto a Pedro Lemebel el colectivo "Las Yeguas del Apocalipsis", La pasajera es un film que todavía no se rodó en su totalidad, aunque el proyecto existe hace más de ocho años. "Este work in progress fue duramente censurado, años atrás, por el Estado chileno y también por la prensa chilena", reza en su comienzo el trailer de la película, que dura nueve minutos y puede verse en la Web. Una denuncia que no sólo desnuda los problemas que el proyecto tuvo desde sus inicios (no sólo no pudieron obtener financiamiento en Chile sino que el gobierno mexicano, que se había comprometido a financiar la película, luego decidió no hacerlo) sino también los enormes resquemores que existen a la hora de indagar en la sexualidad de la poeta.

Uno de los gestos más audaces, en este sentido, es sin duda el libro titulado A Queer Mother for the Nation: The State and Gabriela Mistral (título sin traducción al español), escrito por la norteamericana Licia Fiol-Matta, profesora de Cultura Española y Latinoamericana en la universidad de Barnard, y sobre cuyas ideas Casas se valió para escribir el guión de su película. Allí, Fiol-Matta considera que "Mistral era una lesbiana de clóset" y conjetura que su largo exilio (en 1922 ella emprende un viaje a México, convocada por el gobierno para colaborar en un proyecto de reforma educativa, y desde entonces no vuelve a residir en Chile) "es bastante posible que sea, en parte, un exilio sexual". "En mi libro no trato de probar que Mistral sea lesbiana, aunque su vida tiene muchas señales de lesbianismo", declaró Fiol-Matta, para quien, si bien no se han conocido hasta ahora evidencias concretas, es bastante probable que se hayan ocultado o destruido cartas que oficiaran de prueba de la homosexualidad de la poeta.

Muchas han sido las voces que se han levantado en este tiempo para defender a Gabriela Mistral de los intentos por "lesbianizarla". Sin contar la catarata de críticas que el libro de Fiol-Matta suscitó en el periodismo chileno (el diario El Mercurio consideró una "lástima enorme" que se pretendiera convertir a la poeta en "estandarte para los derechos de los homosexuales, mermándole su importancia de escritora con una causa que ella jamás amadrinara"), un crítico de la talla del recientemente fallecido Volodia Teitelboim, autor de una de sus biografías más importantes, expresó su rechazo a la idea de que una película ventile el supuesto romance que la poeta habría tenido con su última secretaria arguyendo que "enloda la memoria de una gran mujer chilena y latinoamericana". No en vano Teitelboim ni siquiera menciona en su biografía, titulada Gabriela Mistral, pública y secreta, las especulaciones que al respecto existían cuando publicó su libro en 1996, más allá de que sí se mete con otros aspectos de su leyenda negra, como el abuso sexual que Mistral habría padecido a los siete años y el horror al sexo que se dice que sufría.

La selección de su diario íntimo que Jaime Quezada publicó con el título de Bendita mi lengua sea ha sacado a la luz una llamativa anotación (que deja ver que los rumores ya corrían en vida de Gabriela) que a más de uno le ha servido para desacreditar sospechas. "Y hasta me han colgado ese tonto lesbianismo, que me hiere de un cautiverio que no sé decir. ¿Han visto tamaña falsedad?", escribía Mistral con tono de enojo. Frase que constituye, según Quezada, la única ocasión en que la poeta realiza una reflexión o una queja sobre el tema del lesbianismo en su diario, y en la que quienes adscriben a la teoría de la mascarada no ven otra cosa que el fastidio que seguramente le producía que se murmurara a sus espaldas algo que ella se cuidó de mantener en secreto.

Acaso a esa frase bien podría confrontársele esta otra, de una carta de Gabriela a Doris Dana fechada en diciembre de 1948: "Cuando tú vuelvas, si es que vuelves, no te vayas enseguida. Yo quiero acabarme contigo y quiero morirme en tus brazos". Palabras en las que Mistral formula un deseo que finalmente cumplirá en su lecho de muerte, y que destilan algo de la pasión que las actrices del film La pasajera imprimen, hasta donde se puede ver, a sus personajes. "Ya era hora de romper con la imagen de profesora rural de Gabriela. Ella era gozadora, le gustaba el trago y fumaba muy masculinamente. Su lesbianismo era demasiado evidente. Ella y Doris grababan en cintas sus conversaciones y toda su intimidad. Obviamente, ella quería que todo su país supiera que era lesbiana", dijo Claudia Celedón en una entrevista. Una manera un tanto extrema de interpretar el asunto, ya que es bastante cuestionable que Mistral, pudorosa como era, haya querido exponer por motu proprio su sexualidad, siquiera póstumamente.

Pero algo raro hay, de eso no hay duda. Por más que quienes pretenden mantener a la Mistral en el pedestal de maestra de todos los niños de América, de madre asexuada y mujer religiosa (una imagen que ella misma se encargó de forjar a lo largo de su vida), no quieran saber nada con la posibilidad de que se sepa cuán lesbiana fue o dejó de ser, o pudo haberlo sido. Más allá de lo necesario que es hacer honor a la verdad y dejar de lado cualquier planteo homofóbico que pueda infiltrarse en el asunto, también hay que decir que las lecturas en clave queer de su obra, sin contar lo inútiles que puedan llegar a ser, corren el riesgo de caer en el craso biografismo, buscando una corroboración literaria de una aspecto de su vida signado por la discreción y el decoro. "Toda obra es autobiográfica, pero no de la manera que ustedes creen", dijo alguna vez Gabriela Mistral. Y el resto, como sabemos, es literatura.

Patricio Lennard
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miércoles, 12 de noviembre de 2008

Sorpresas


“¿Y por tener qué comer delante de una perra no hay descuento…?”. Ésa fue la frase con la que una mujer sentada en la mesa de enfrente de mí atacó a la moza en La Baranda, un restorán en Martínez donde voy a comer a menudo. La perra en cuestión era Mono, mi caniche toy. El caniche toy irrita mucho a la gente, es común escuchar –sobre todo a los hombres– que odian esos perritos de mierda y que les gustan los perros grandes y que lo primero que tienen ganas de hacer cuando ven un caniche toy es pegarle una patada y que no aguantan a los perros chiquititos y que les gustan los perros grandes y que los chiquititos no sirven para nada y que son histéricos y que los grandes cuidan la casa y son más inteligentes y más tranquilos.

Un día tuve un problema eléctrico en mi casa, entonces llamé a un electricista. No me gusta meterme con la luz, le tengo pánico. Llegó Javier, el electricista. Un hombre de unos cuarenta y pico, claramente heterosexual, hosco, corto. Le expliqué el problema que había en casa. Durante la explicación se mantenía seco y asentía con la cabeza. Sabía lo que estaba pasando… yo, Peña, figura incómoda, lo ponía incómodo. Sé lo que despierto en la gente, hasta en vos que estás leyendo… sé que me odiás, que me tenés envidia, que me amás, que me admirás, y que pensás que soy un tarado. A Javier le estaba pasando lo mismo. Cuando esto sucede prefiero ser práctico. Ya estoy acostumbrado al lastre conveniente e inconveniente de la fama. Entonces me aclaro y me digo: “Él es un trabajador. Me sirve. Le sirvo. Le pago. Cobra…”. Terminé la explicación, fui claro, tun tun tun, y casi sacándomelo de encima empecé a subir las escaleras de mi casa… “¡Uuuuuuuuyyyyyy no lo puedo creer tenes un caniche toy!”, me dijo. No podía creer lo que estaba viendo. Ese hombre tan heterosexual, tan hosco, tan seco, tan asustado de Peña se había convertido en una señora melosa, tierna... en un nene.

Bastó con verla a Mono para que no parara de hablar. Habló casi una hora. Habló de cómo había odiado a los caniches toy. Habló de cómo se había enfermado. Habló de cómo habia tenido que estar durante casi un año postrado. Habló de cómo en ese año un caniche toy no se bajaba de su cama. El caniche toy de su mujer. No de él. Habló de cómo él no sabía qué hacer para sacarlo de su cama. Habló de cómo lograba sacarlo de su cama y también habló de cómo el caniche toy volvía por su cuenta. Habló hasta por las tapas. Habló tratando de explicarse, tratando de explicarse la parábola, la paradoja, la paradoja de cómo había podido ser que un hombre tan machazo, tan recio, tan hosco, tan electricista y tan en contra de los caniches toy había sucumbido; se había entregado. Seguía hablando; yo, mudo; él se explicaba y se explicaba la burla, la sorpresa, lo que nunca había visto venir: yo mudo, él feliz explicando. Y seguía, y no había quién lo parara. De repente sonó su celular, su celular que sonó y que lo paró, ring, lo atendió, volvió a la realidad. Habló, habló, cortó.

Acarició a Mono casi con vergüenza, casi disculpándose. “Bueno, ¿entonces qué es lo que había que hacer?”, me preguntó componiéndose sin ganas. Le expliqué lo que había que hacer y lo hizo… y volvió… y volvió... y volvió a hacer lo que había que hacer, haciéndose el electricista, muriendo por Mono… componiéndose… descomponiéndose… aceptándome… tragándome… por Mono… por él… por su enfermedad… por estar sano… por un caniche toy que lo desarmó, que lo volteó, que lo tumbó, que lo desmoronó, que lo salvó.

Nunca entendí a Picasso. Nunca me interesó Picasso. Me acerqué a Picasso, lo entendí y lo empecé a disfrutar después de leer su biografía. Después de saber de él. Después de entrar en su vida. Después de compartirlo y comprenderlo.

Sólo después de eso, porque antes Picasso era Picasso: un pintor, un cubo cubista, un objeto casi molesto, casi un sustantivo, casi una cosa, una cosa que nunca hubiera llegado a ser si no me hubiera acercado como Javier al perrito y como la vieja a su queja.

Fernando Peña
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martes, 11 de noviembre de 2008

El Opus tiene quien le escriba


Miembro del Opus Dei y columnista de un diario cercano al Partido Popular, Pilar Urbano acaba de sacudir a la abúlica realeza española. En su último libro, La reina muy de cerca, la periodista lleva agua para su molino fanáticamente católico haciendo hablar a doña Sofía en contra del aborto, la eutanasia y el matrimonio gay. La polémica recién empieza.

”Jubílate ya, Pilarica.” Así decía un blog dedicado a uno de los tantos best sellers de supermercado que anualmente publica la periodista española Pilar Urbano. Títulos sugestivos —Yo entré al Cesid, Jefe Atta—, de gran tiraje y lanzamientos a todo trapo, estos libros de liviana y sesgada investigación periodística suelen terminar en las mesas de saldo del Corte Inglés. Con gran sentido de la oportunidad, esta valenciana de cuidados 68 años y pelo corto y esponjoso recupera personajes y temas polémicos que siempre dan que hablar. A la biografía del paladín anticorrupción español, el juez Baltazar Garzón —El hombre que veía el amanecer, tituló esta señora con acertado ojo cinematográfico—, se suma el recientemente publicado La reina muy de cerca, que ha provocado malestar en La Zarzuela. Es que en esta compilación de las conversaciones que durante dos meses Urbano mantuvo con la reina Sofía, no deja bien parada a esta última (claro, según quién lo mire). En el libro, lanzado este mes para que coincidiera con el 70º cumpleaños de Doña Sofía, ésta rompe el principio de neutralidad que se espera de ella y se declara en contra del aborto —una importante y relativamente reciente conquista de las españolas—, la eutanasia y el matrimonio entre personas del mismo sexo. Incluso, días antes de que Estados Unidos eligiera a su primer presidente negro, en sus páginas la reina se pregunta “¿qué importa el color de la piel?” de Barack Obama.

No bien se conoció el contenido del libro, varias agrupaciones de gays y lesbianas calificaron de “xenófobos” los comentarios de la reina, que oficialmente no puede tomar partido, votar, ni opinar sobre las leyes aprobadas en el Parlamento español. Precisamente, ése es el caso de la ley sancionada por el gobierno de Zapatero en 2005, que autoriza el matrimonio entre personas del mismo sexo. La Federación Estatal de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales (Felgtb) incluso exigió a La Zarzuela una rectificación formal, que llegó a las pocas horas y fue levantada por todos los medios españoles. En el comunicado, la Casa del Rey lamentó “la inexactitud de las palabras” atribuidas a Doña Sofía, quien, en los encuentros con Urbano manifestó su “respeto” por las uniones entre homosexuales, pero que no aceptaba que se las llamase “matrimonios”. “La reina es valiente y no se puede acobardar por un pollo que han montado ahora los gays”, espetó Pilar Urbano en un conocido programa de radio español, Hora 25. Para qué... Enseguida llegó otra andanada de críticas provenientes de varios colectivos de defensa de los derechos de minorías sexuales, que reprobaron las palabras poco felices de esta “fundamentalista del Opus Dei”, como calificaron a esta socia numeraria de la controvertida organización católica. No fue casual que Urbano haya sido también la biógrafa del cura José María Escrivá de Balaguer, fundador del Opus y canonizado en tiempo record en 2002 por Juan Pablo II.

En un primer momento, la suerte de Pilarica, que ya había publicado un libro sobre la reina, parecía echada. Sus conversaciones con Doña Sofía nunca fueron grabadas, con lo que le sería imposible probar sus dichos si el asunto llegara a mayores. “En una batalla contra la Casa del Rey, Urbano debería durar lo que un caramelo a la puerta de un colegio”, aseguraba hace unos días el periodista radial Javier Casal. Pero la polémica, acicateada por declaraciones que llegan de todos los bandos —la izquierda, la realeza, los colectivos gays, las feministas y el Partido Popular—, claramente favorece las ventas del libro, cuya primera edición ya se ha agotado.

Ante los medios españoles, Urbano aseguró que en su libro transcribió todo lo que vio y oyó en La Zarzuela, que por otro lado habría aprobado las “galeradas” —pruebas— que la periodista le envió antes de que el material fuese enviado a la imprenta. Según Urbano, la reina sólo pidió que se pulieran comentarios que hubieran podido interpretarse como “despectivos” hacia la Corona británica. Las otras correcciones, asegura la autora, se referían a la foto de la tapa y a la primera opción para el título del libro, La reina confidencial, que finalmente fue cambiado por el menos explosivo La reina muy de cerca. En medio de la polémica que desde fines de octubre sacude los cimientos del abúlico y tranquilo Palacio de La Zarzuela, Urbano se permitió cuestionar incluso la redacción del comunicado real, que atribuyó a “algún edecán” demasiado celoso de la imagen de la reina. También rechazó que los dichos de Doña Sofía fueran de carácter privado, como aseguró la Casa del Rey. “Si las declaraciones son supuestas, pero en todo caso pertenecen al ámbito privado, como dice el comunicado, ¿en qué quedamos? Lo ha dicho o no lo ha dicho?”, se impacientó. “La reina sabía que esas conversaciones iban a aparecer en mi libro”, dijo la columnista estrella del diario conservador El Mundo, próximo al Partido Popular. “Mi redactor jefe se llama Verdad”, concluyó Urbano, calificada por sus simpatizantes como “cronista de la democracia”. Es que el 23 de febrero de 1981, cuando se consumó el intento de golpe de Estado que mantuvo en vilo a todos los españoles, la periodista estaba apostada en la Cámara de Diputados. “Tuve una metralleta a un palmo de mi cintura. No me tiré al suelo. Aquella tarde y aquella noche supe de un modo definitivo que la libertad vale más que la vida. En pie, seguí escribiendo mi crónica: la más viva y palpitante que he escrito jamás”, dice con prosa marketinera en el libro que publicaría más de dos décadas después, Yo indagué el 23-F. Con estética similar y un contenido decididamente autorreferencial, antes había publicado Yo entré al Cesid, escrito en pocas semanas y donde se narra un novelesco cóctel de espionaje y contraespionaje con escenario en el Centro Superior de Información de la Defensa, el servicio secreto español, que en 2002 pasó a llamarse Centro Nacional de Información. No se la puede culpar: esta periodista se ha ganado el mote de “sacacorchos”, término no siempre positivo que ha prendido como pólvora entre la opinión pública local para referirse a los reporteros incisivos, pero que a veces privilegian el tono amarillista a la escurridiza y por momentos quimérica imparcialidad periodística.

M.B.
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miércoles, 5 de noviembre de 2008

Vida mía


María Elena Walsh rara vez da entrevistas. Ultimamente, ha vivido fuera de la escena pública. Pero ahora, con motivo de la publicación de Fantasmas en el parque (Alfaguara), un libro con alto componente autobiográfico, que funcionaría como continuación de aquel memorable Novios de antaño, aceptó charlar con Radar. En su casa de Palermo, cerca del parque Las Heras, donde transcurre el libro, habló de la vida bajo el peronismo, de su legendario dúo con Leda Valladares ante el público más selecto de Europa, del acecho de la dictadura, de por qué dejó de componer canciones para niños, de la enfermedad con la que luchó cuando era joven, de su inmenso amor con Sara Facio y del pudor con que se ha guardado de hablar de todos estos temas hasta ahora.

Ya que la cita es a las 5 de la tarde en la casa de María Elena Walsh, no está mal salir con tiempo para honrar así la puntualidad de la que la hora del té es sabido arquetipo. Pero la impaciencia y la celeridad del colectivo y el risueño desgano que provoca la idea de repetir esa escena de adolescencia en la que María Elena es invitada a tomar el té a casa de los Bioy Casares, y porque llega tempranísimo, decide dar varias vueltas a la manzana antes de tocar el timbre... para evitar justamente eso y no tener que andar calculando la cantidad de vueltas en función de los minutos que restan para que sean las 5, el descenso se produce dos paradas antes con la idea de dar un paseo por el escenario que la Walsh ha elegido para su último libro. Qué mejor manera de ir entrando en tema, después de todo. Qué más apropiado que hacer el intento de divisar detrás de los palos borrachos del parque Las Heras la estela de alguno de los fantasmas de los que ella habla en Fantasmas en el parque. Fantasmas que en un primer momento arrastran tras de sí un pasado del que ya no quedan rastros, y que la máquina del tiempo que MEW pone a funcionar descubre entre los desaparecidos murallones de la Penitenciaría Nacional que se erigía allí hasta que, en 1962, fue demolida, pero que también adquieren el rostro de sus seres queridos y la estampa de sus propios y entrañables difuntos, alrededor de los cuales se va hilando aquello que de autobiográfico posee este libro (que, por cierto, es bastante) así como su tono crepuscular, su afán introspectivo, sus aires de despedida.

Mito viviente, prócer cultural, blasón de casi todas las infancias (cuántos grandes han escuchado sus canciones siendo padres y la han adoptado retroactivamente), María Elena Walsh cumplió el 1º de febrero 78 años. Y si bien se acaban de editar por primera vez en formato de libro sus célebres obras de teatro Canciones para mirar y Doña Disparate y Bambuco, es Fantasmas en el parque su verdadero regreso a la literatura desde que en 1990 publicó Novios de antaño, su primera novela. A este libro, en el que cuenta en clave de ficción sus años de niñez y su primera adolescencia, parece venir a completar Fantasmas en el parque, aunque de un modo fragmentario y siguiendo los caprichosos vaivenes del recuerdo. Vaivenes que desde nuevos ángulos echan luz sobre momentos clave de su biografía, como sus tempranos inicios en la poesía y su acceso vertiginoso al círculo literario que orbitaba entre el diario La Nación y la revista Sur, el padrinazgo de Juan Ramón Jiménez y su estadía en los Estados Unidos bajo su tutela, su viaje a París junto a Leda Valladares en 1952 y el inicio de su carrera como cantante, la muerte de sus padres y la conflictiva relación con su única hermana, el cáncer óseo que le diagnosticaron en 1981 y del que se curó luego de muchos padecimientos, junto a un larguísimo etcétera. Recuerdos que en Fantasmas en el parque se entreveran con anécdotas jugosas, citas de libros, semblanzas de personalidades y pensamientos que parecen provenir de un desahogo a vuelapluma que remeda, de a ratos, el cuaderno de notas, y que cuadran en un relato más grande, que le da unidad al todo, en el que una viejita en la que es imposible no figurarnos a la propia Walsh va todos los días al parque Las Heras a leer o a conversar con algún que otro conocido. Una viejita que se rehúsa a ser como esos otros viejos que se sientan a ver pasar la vida en un banco a la sombra, dispuesta como está a observar atentamente qué sucede a su alrededor y a desempolvar el desván de la memoria cuando la ocasión se presta, y ante la cual se ciernen como cruentos monigotes, como espantajos que agitan las profundidades de su ser, los fantasmas de la vejez y de la muerte.

A las 5 en punto el dedo índice se precipita sobre el portero eléctrico del edificio de la calle Scalabrini Ortiz y quien baja a abrir es el escritor Leopoldo Brizuela, amigo de María Elena y artífice de que ella haya aceptado (renuente a dar notas por su estado de salud) hacer esta entrevista. Con su cabellera blanca y esa mirada de rayos X ante la que de golpe uno se siente como desnudo, y que es atribuible a su ojo fotográfico, Sara Facio abre la puerta de arriba. María Elena está cinco pasos más allá, con una blusa amarilla, visiblemente nerviosa, sentada en la silla de ruedas desde la que se ha acostumbrado a hacerles pito catalán a sus fatigadas piernas. Y al final del living, cuyas paredes albergan nutridas bibliotecas, está la mesa dispuesta para el té que permitirá romper el hielo, y en cuyo transcurso Facio cantará sin poder cazarle el tono ni una sola vez una canción de Antonio Tormo titulada “Amemonós” –así, con acento al final–, cuya letra les ha llevado vaya uno a saber por qué Leopoldo Brizuela.

Para el que no sepa qué hace allí la fotógrafa Sara Facio, quizá sea bueno aclarar que ella y María Elena viven juntas desde hace casi treinta años. Y que Sara, según se dice en la página 63 de Fantasmas en el parque, es su “gran amor, ese amor que no se desgasta sino que se transforma en perfecta compañía”. ¿Para qué seguir ocultándolo? ¿Para qué ocultar que Sara Facio no es tanto “el primero de los muchos ángeles que secundan a María Elena Walsh” (como dijo un periodista en la presentación del libro) sino su compañera de ruta, su pareja, al igual que lo fueron Leda Valladares y María Herminia Avellaneda en otros momentos de su vida? Y con esto no se peca de chismoso ni se cae en la indiscreción. Sólo es informar que María Elena Walsh ha decidido hacerlo público en Fantasmas en el parque. Un gesto sobre el que sería desubicado y superficial aplicar la consolatoria frase “más vale tarde que nunca”, ya que a ella jamás le interesó hablar de su vida privada, dueña como es de un pudor victoriano. Y eso es algo que hay que respetárselo, a ella y a cualquiera, en la medida en que el pudor, que es una forma del secreto, no es un don que cultiven los cobardes.

Después del té, en un cuarto contiguo donde será posible hablar en privado, María Elena se acomoda de un lado del escritorio, toma un sorbo de agua y dice estar lista. Antes, Sara Facio –que se nota que la cuida–- adelanta que ella puede cansarse si la charla se prolonga, y que en ese caso habrá que parar la entrevista. Pero de lo que se trata ahora es de empezar. De hacer la primera pregunta. Puntualmente, una que es casi de rigor y que la invita a contar cómo surgió la idea de escribir Fantasmas en el parque.

–De mis paseos por el parque Las Heras, que tiene algo fantasmal porque allí hubo una cárcel. En algún momento, era un montecito en los confines de la ciudad en donde estaba la Penitenciaría Nacional, y recuerdo una temporada que pasé en una pensión desde cuya terraza veía cómo los guardias cumplían en las torres sus rondas de vigilancia con las armas al hombro. Y así fue que, una vez desaparecida la cárcel, de la que por supuesto no quedó ni un ladrillo de recuerdo, como es nuestra costumbre, quizá porque allí hubo fusilamientos y quisieron borrar toda cuota de ignominia, persistió ese aire fantasmal que cuando yo iba al parque me tomaba por asalto. Hace mucho que vivo en los aledaños del parque. Desde que me vine a vivir a la Capital, con poco más de veinte años, siempre viví en Palermo o en las cercanías. Y en aquel entonces la Penitenciaría era ya un lugar mítico dentro del barrio. Mítico y temible. Pero no temible porque fuera a escaparse algún criminal, aunque es célebre la fuga que ocurrió en 1923, sobre la que Eduardo Mignogna hizo una película, en la que catorce presos huyeron por un túnel muy angosto que tenía más de veinte metros de largo, y en el que uno de ellos se quedó atascado por tener unos kilos de más, malogrando el escape de los que iban detrás suyo. El hecho es que a nadie le gusta vivir cerca de una cárcel, más allá de que esa extraña obsesión que me dio a mí con el parque haya tenido que ver con perseguir sus huellas. También con evocar mis propios fantasmas. Yo he andado mucho por sus veredas, y lo que quise contar en este libro es que me daba cuenta de que caminaba por un lugar lleno de fantasmas. Los viajes en tranvía por la calle Las Heras con mi padre, por ejemplo, se me aparecían teñidos de esa pátina. El es uno de los fantasmas que me salían al paso. Y hoy siento que yo misma lo soy también un poco.

María Elena dice haber escrito una historia sin nostalgia por el tiempo pasado. Y si bien la ficción es una parte importante, también allí se deja oír una voz de una sinceridad despiadada. “Ese es el problema de la gente reservada como yo: a la hora de hacer confidencias, se da cuenta de que escribiendo es más fácil. Y eso sucede porque en la escritura uno está como escondido, no muestra la cara, y les puede dar forma a las ideas y a los recuerdos como mejor le parezca. Sin duda hay una transformación cuando uno sale a escena, cuando se expone ante los otros. Recuerdo estar viendo a Tita Merello tras bambalinas, un ser chiquito y medio pordiosero, que apenas si tenía garbo para caminar, y que cuando pisaba el escenario parecía alta y despedía luz y era una maravilla. Y todo porque al salir al ruedo hay quienes se invisten de algo que no sabés bien qué es ni de dónde viene. Aunque en la escritura es diferente. En Fantasmas en el parque hay un esconderse detrás de la ficción, pero también hay otra zona que es todo lo contrario, en la que hago strip-tease y me digo: ‘Bueno, yo en este libro me juego, no tengo nada que esconder, no hay nada que me parezca ominoso ni terrible’. Y te aclaro, por si hiciera falta, que no partí de la premisa de que éste era un buen momento para escribir mis memorias. No, no... En Novios de antaño había hecho mis memorias de niñez y primera juventud, pero ese proyecto que alguna vez pensé continuar me terminó aburriendo y decidí dejarlo. Por eso Fantasmas en el parque no es un libro propiamente autobiográfico, sino apenas un relato en el que pongo a salvo algunas reliquias dispersas entre los recuerdos.

¿Y por qué creés que quienes han escrito sobre tu vida han sido tan pudorosos a la hora de hablar de tus amores?

–Porque es una actitud mía que se contagia. A mí no me gusta hablar no sólo de mis amores sino de cualquier otro tema personal o íntimo. Soy una persona pudorosa, muy inglesa, y por eso hay cosas de las que no se habla.

Pero en Fantasmas en el parque confesás que Sara Facio es tu gran amor y lo hacés en el marco de una conversación en la que alguien habla de ustedes como si fueran hermanas. ¿Por qué pensás que sigue siendo tan común confundir con otra cosa el amor entre mujeres?

–Porque es un gran tabú que todavía existe. El amor entre hombres está más liberado, porque ellos son piolas y liberan todo en su favor, pero a las mujeres nos cuesta más, y cuando nos sancionan nos dan con todo. Con la desaparición pública, por ejemplo. Aunque yo no veo mal mantener allí una cuota de secreto. No creo que haya que andar ventilando las cuestiones íntimas o hacer de la sexualidad una pancarta. Me gusta lo secreto, la cosa ambigua, porque también es una forma estética de mantener un estilo de vida y un estilo de escritura.

Si pensamos en escritoras como Silvina Ocampo o Alejandra Pizarnik, cuyos diarios fueron prácticamente expurgados de todo contenido homosexual cuando salieron a la luz, está claro que ese tabú aún impera...

–Sí, por supuesto. Y más si se trata de una obra de características tan particulares como son los diarios de una escritora, que en el caso de Pizarnik cayeron en manos de un pariente que no quiso saber nada con que su sexualidad quedara expuesta. Era obvio que los iban a censurar. ¡Si hasta tienen terror de mencionar el tema! Pero una cosa es el pánico homosexual y esa forma terrible de discriminación que es la censura, y otra muy distinta el silencio y la reserva asumidos voluntariamente. En este sentido, creo que las mujeres seguimos siendo poco perdonadas. Si no decime cuántos no verían con malos ojos que una mujer se niegue a la maternidad y diga: “Me revienta ser madre y tener hijos”. La verdad, muy pocos. Y ahí es donde se nota que en nuestro país no ha habido feminismo. O que si lo ha habido, ha sido una versión tímida, blandengue, autoencerrada por miedo, por pudor, por lo que sea. En países donde existió y existe el feminismo, se habla de estos temas con mucha más franqueza. Y en la Argentina, mal que nos pese, aún estamos lejos de arriar la bandera del machismo.

Cuando en el país le llegó el turno al general Perón, María Elena Walsh ya era una poeta de renombre y sus textos aparecían en las páginas del suplemento cultural de La Nación y en la revista El Hogar. A los 17 años había ganado el Segundo Premio Municipal de Poesía (le dijeron que era demasiado joven para darle el primero), y en 1947 había publicado su primer poemario, Otoño imperdonable, autofinanciado con lo que ella extrajo de “una alcancía en forma de libro donde mis padres me habían ahorrado monedas y billetitos”. Ese primer libro fue celebrado nada menos que por Pablo Neruda y Juan Ramón Jiménez, que de paso por Buenos Aires la invitó a quedarse en su casa de Maryland, en los Estados Unidos, donde le oficiaría de maestro. De vuelta de ese viaje, en donde alcanzó a visitar a Ezra Pound en el hospicio y tuvo que padecer el mal genio de Juan Ramón, a pesar de lo que éste la ayudó a mejorar su poesía, María Elena aterrizó en plena efervescencia peronista, con las caras de Evita y Perón hasta en la sopa. Y ese clima, que ella juzgó dictatorial, poco a poco se le hizo irrespirable.

Como una paloma blanca que traía en su pico una ramita de olivo, en 1951 una carta de otra poeta, Leda Valladares, por entonces desterrada en Costa Rica, le cayó con una invitación a seguirla en su aventura. Y MEW, cansada de lidiar con los celos de sus pares y de no hallar su lugar en el mundo, decidió volver a partir desoyendo los rezongos de su madre. Leda y María Elena se encontraron en Panamá y desde allí se embarcaron rumbo a Europa en el Reina del Pacífico, barco cuyos días y noches fueron testigos de los primeros pasos de MEW como cantante. A bordo, ella probó su voz en zambas de Yupanqui y los hermanos Abalos, en chacareras, bagualas y vidalitas anónimas, al son de los instrumentos que Leda llevaba consigo a todas partes.

Una vez instaladas en el Hôtel du Grand Balcon, una desvencijada pensión de artistas a la que una enorme crecida del Sena había infestado de roedores, el dúo de Léda et Marie fue pisando cada vez más fuerte en los escenarios parisienses con su exótico repertorio de canciones folklóricas. Con sólo decir que Pablo Picasso, Jacques Prévert y Joan Miró estuvieron alguna vez entre su fascinado público, y que en una ocasión hasta compartieron camarín con Charles Aznavour, por entonces un simple debutante...

“París era no sólo la universidad de los jóvenes, sino la ruta a la libertad individual, a los amores extraídos del almario (digo bien, almario, con palabra de Lope)”, leemos en Fantasmas en el parque. “París era la libertad; la libertad con todo lo que esa palabra significa”, amplía una María Elena a la que recordar aquellos tiempos le ilumina el rostro. “Además pensá que acá había dos presiones muy grandes para cualquier joven, y más para una chica: una era la familiar, y la otra la de la sociedad en que vivíamos. Estábamos en una dictadura donde la Iglesia tenía como siempre una pata metida, y era lógico que una se sintiera presionada por todos lados. Y en París, que ni idea de estas cosas, una podía hacer eclosión en lo artístico y en lo personal porque la mentalidad era otra. No en vano los artistas siempre fueron a buscar libertad a París. Algo en lo que hubo siempre una cuota no menor de indiferencia, porque si allí te dejan libre es porque no te ven ni les importás. Ese era un pequeño precio que había que pagar, y que a mí no me costó en lo más mínimo.”

Igualmente ese anonimato total en París no les duró mucho. Y cuando volvieron a la Argentina directamente se esfumó, porque enseguida se convirtieron en protagonistas de esa enorme renovación del folklore argentino que tuvo lugar a comienzos de los ’60. ¿Te produce nostalgia el idealismo de esos años?

–No. En general, no soy dada a la nostalgia. Lo único que me produce nostalgia es no poder vivir en un mundo un poquito menos poblado, donde no todo sea multitudes y empujones. Pero de eso en especial no tengo nostalgia, porque siempre contradije la ocurrencia de que con la poesía o con el arte o las letras de las canciones se podía modificar a las personas, inculcarles algo, ser docentes. Nunca me sentí atraída por ideas como ésa. Y eso se ve en mis trabajos para chicos, en donde alcanza con usar un lenguaje rico y que los versos estén bien medidos para cumplir con la “docencia”. Nunca pensé que hiciera falta agregar moraleja al final de una canción ni decirles a los nenes que se porten bien. Nunca me interesó ponerme en el papel de madre.

En Fantasmas en el parque hay muchos recuerdos de distintas situaciones de tu vida, pero llama la atención que no haya ninguna referencia a los años en que componías y cantabas para chicos. ¿Es una omisión deliberada?

–Es que no cabe en este libro. Yo siento que todo lo referente a los chicos va en cuaderno aparte. Es una separación que hago yo y que hace la gente.

¿Y en qué te hace diferencia?

–No sé... En los temas, quizá. Con los grandes, vos podés usar los temas que quieras, incluso hablar con el léxico que quieras. Con los chicos, en cambio, tenés que utilizar los temas que ellos quieren, o que suponés que quieren. Son cosas muy distintas. Y sí, tenés razón, ahora que lo pienso en el libro no me meto con eso.

¿Y por qué dejaste de componer canciones?

–Porque me pareció que era una etapa terminada y me di cuenta de que trabajaba por etapas. Y porque me dio miedo estirar lo de los chicos y terminar estropeándolo. Después me pasó lo mismo con las otras canciones, las canciones para adultos. Eran etapas, series de cosas para hacer y no para dilatar más de la cuenta. De hecho, yo tenía el ejemplo de artistas que iban estirando su obra, que la iban repitiendo con escasas variaciones, y eso me parecía empobrecedor y facilista. Además, se venía una censura tremenda. Fue en julio de 1978, si mal no recuerdo, que decidí no seguir componiendo ni cantar más en público. Y eso fue el fin de una serie de cosas que habían ido limitando mi libertad de expresión y la de tantos otros. Como el día en que iba a venir a verme el general Videla y alguien me hizo llegar una amenazadora sugerencia: “Mire que hoy viene el General, no cante tal canción, ¿estamos?”. Pero a decir verdad no recuerdo haberlo visto, creo que al final no fue, pero sí que habían preparado toda la mise en scène por si llegaba... Todo eso fue antes del golpe. El era comandante de las Fuerzas Armadas, y entonces capaz que ni se le cruzaba por la cabeza llegar a presidente. Aunque, si te digo algo, yo ya lo veía venir nada más que por la pinta.

Más de una vez has tenido opiniones sobre la vida política del país que levantaron polvareda. ¿Hay alguno de esos dichos de los que hoy te arrepientas?

–No. Para nada. Al contrario. Muchas veces los repito y me dicen: “Mirá, lo que vos dijiste hace diez o veinte años ahora pasa exactamente igual”. En general, no me arrepiento de nada de lo que publiqué, porque lo que publico pasa antes por un tamiz. Un tamiz mío, interior, que me permite meditar. Y porque escribiendo es más difícil irse de boca, para mí es más improbable arrepentirme después.

A fines de los ’70 hiciste varios viajes, ¿no es cierto? Preferirías no estar tanto acá, me imagino...

–No, no era eso. Yo en general he viajado todo lo que he podido, pero no por décadas. Buscándome pretextos o razones, hice varios viajes a Europa y a los Estados Unidos. El que sí recuerdo como una huida fue el primero, porque ese peronismo facho no me lo aguantaba, y además no podía trabajar en casi nada porque no tenía el carnet de afiliada al partido. Y fijate qué curioso: cuando vino Madonna a la Argentina a filmar Evita, me mostró muy orgullosa el carnet de la primera afiliada a la rama femenina del partido. ¡Se lo habían regalado! Ahí ves la frivolidad, la estupidez de la gente, la ignorancia. Cuando en realidad podrían habérselo dado a alguien que realmente se hubiera jugado por la causa, o ponerlo en un museo. Pero el show puede a todos, evidentemente.

Se la ve cansada. Hace un silencio. Pone cara de circunstancia. Tose un poco. Suspira.

–Bueno, esto iba a ser corto, corazón. ¿Qué entendés por corto?

Falta un poquito. Cinco o seis preguntas. Si estás cansada, paramos un rato.

–No. ¡Terminemos con esta farsa!

Sara Facio, que ha oído desde el living, entra a ver qué pasa.

–¿Estás cansada?

–Sí. He querido echarlo pero se resiste.

–¿Le pegamos?

–¡Después! Ahora dejemos que termine.

Además de su costado cascarrabias, en más de una oportunidad María Elena Walsh ha asumido su temperamento melancólico y cierta inclinación a pensar en la muerte. “Esa tendencia depresiva que tengo va y viene –decía en una entrevista–. A veces la gente no entiende eso. Que una escriba para chicos y sea así. Pero también se espera que los cómicos sean gente divertida. Y yo he conocido a varios de los grandes cómicos y eran amargos y malhumorados y deprimidos.”

Fantasmas en el parque es un libro sobre la vejez y la muerte. Un libro que ella acepta haber escrito al abrigo de esos pensamientos taciturnos que tantas veces tiene. “La muerte sobrevuela sus páginas como un gran pajarraco –dice con el tono que acaso le pondría a la primera frase de un cuento de misterio–. Y eso me hace recordar una película de Leonardo Favio, que no sé si viste o si se vio, porque él un día me la trajo a casa, en la que aparece un pajarraco enorme, feísimo, que da mucho miedo, y que si algo queda claro es que nos va a comer a todos. Bueno, eso es. Eso está en el libro.”

Algo que también está en Fantasmas en el parque es la referencia al cáncer óseo que le diagnosticaron en 1981 y del que se curó al cabo de dos años de tratamiento. Esto le permitió a María Elena trazar un paralelismo entre su enfermedad y la situación que entonces atravesaba el país, de un modo análogo a como Martínez Estrada le había atribuido al peronismo esa extraña enfermedad de la piel que lo tuvo postrado durante casi cinco años y de la que se curó una vez que Perón fue derrocado.

¿Qué pensaste cuando supiste que estabas gravemente enferma?

–Lo primero que pensé fue: “No. Yo no. Esto no puede ser cierto”. Y después, cuando lo acepté, sentí mucha bronca, mucho fastidio. No porque dijera: “¿Por qué a mí?”, sino por mi edad, por lo joven que era. Entonces tenía cincuenta años... La flor de la vida. Fue difícil de aceptar pero posible gracias a los amigos, a algún médico y al apoyo de los que estaban cerca.

¿Qué cosas de tu carácter cambiaron con la enfermedad?

–Creo que uno no vuelve a ser el mismo después de tener cáncer. Diría que la enfermedad me volvió más pensativa, más dolida por dentro, más retraída. Y otras varias cosas que ahora mismo no puedo resumirte.

¿Cuánto de dicha y cuánto de infortunio ha implicado envejecer, en tu caso?

–La dicha reside en que uno se va desprendiendo de ciertas responsabilidades, de ciertas presiones, de ciertas angustias. Y el infortunio es la semiinmovilidad, en mi caso, que es lo que me tiene más loca, y también el dolor. El dolor físico es terrible. Más allá de que ahora existen muchos paliativos. De hecho, a mí me están dando un calmante que no sé bien qué es pero que hace que no me esté quejando todo el tiempo.

¿Qué sentimientos te despierta la palabra póstumo?

–Es como una burla. Creo que lo póstumo, si uno lo piensa en función de su propia posteridad, es una especie de chiste. Pero en otro sentido pienso que es una palabra simpática, porque hay mucha obra póstuma por la que hemos conocido a grandes autores o artistas. No sé... Quizás es una palabra que a esta altura debería estudiar un poco.

¿Y cómo te gustaría que te recordaran?

–Como alguien que quería dar alegría a los demás, aunque no le saliera siempre.

Patricio Lennard
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sábado, 1 de noviembre de 2008

El Vaticano quiere frenar los escándalos de curas pedófilos prohibiendo el ingreso de homosexuales


El Vaticano quiere evitar el ingreso de homosexuales a los seminarios y prevenir así posibles casos de pederastia perpetrada por sacerdotes de la Iglesia Católica. Para ello, recurrirá a psicólogos para que evalúen a los aspirantes. La decisión, anunciada a través de un documento, fue fuertemente rechazada por comunidades de homosexuales, por considerarla racista y homofóbica.

El documento, publicado por la Congregación para la Educación católica, sostiene que el empleo de psicólogos puede ser útil para detectar "las dependencias afectivas fuertes", la "identidad sexual incierta" y "la tendencia arraigada a la homosexualidad".

La "rigidez de carácter" figura también entre las preocupaciones de la jerarquía de la Iglesia al momento de seleccionar los futuros sacerdotes. Los psicólogos, que no formarán parte del cuerpo docente, podrán dar un diagnóstico e indicar terapias en casos de que se manifiesten problemas psicológicos.

El documento, que lleva el título "Orientaciones para el uso de las competencias de la psicología en la admisión y la formación de los candidatos al sacerdocio", fue preparado durante seis años y aprobado por el papa Benedicto XVI. Las medidas fueron ordenadas por el fallecido papa Juan Pablo II, luego de que estallaran varios escándalos de pederastia perpetrada por sacerdotes de la iglesia católica.

Los escándalos, en particular en Estados Unidos, América Latina y Europa, afectaron la imagen de la Iglesia Católica, que en algunos países tuvo que pagar millonarias indemnizaciones.

La doctrina católica considera a la homosexualidad como algo intrínsecamente equivocado y la nueva disposición considera que los homosexuales practicantes no podrán convertirse en sacerdotes. "Muchas incapacidades psicológicas más o menos patológicas se pronuncian sólo después de la ordenación como sacerdotes", admite el librito, de 17 páginas. "Los errores para discernir la vocación no son raros", subraya.

El Vaticano advierte, además, que los psicólogos deberán adherir a "la concepción cristiana de la personalidad humana", sobre todo en materias como celibato y sexualidad. Las terapias necesarias deberán ser efectuadas antes de entrar al seminario, precisa el documento.

"Eso es puro racismo, la típica obsesión homofóbica de la jerarquía eclesiástica", reaccionó Franco Grillini, presidente de la asociación homosexual italiana, Gaynet. "La orientación sexual de un sacerdote debería ser irrelevante ya que la Iglesia lo que exige es castidad. Una medida así contribuye sólo a alimentar la exclusión", agregó.

Para algunos el deseo de alejar la cultura gay de los seminarios, donde se ha manifestado ese fenómeno, termina por esconder el problema sin resolverlo. Por su parte, otra asociación italiana de homosexuales, Arcigay, se ofreció como asesor para detectar a los homosexuales latentes en un comunicado divulgado a la prensa. "Si el problema existe en los seminarios, también está entre los sacerdotes consagrados. Nos ofrecemos a ayudar a reconocer a todos los homosexuales que se refugian en el Vaticano. Los palacios sagrados van a temblar", anunciaron con tono provocador.

Desde que asumió Benedicto XVI, la Iglesia católica comenzó una singular batalla contra el sexo y el reconocimiento de los derechos de las minorías sexuales en todo el mundo.

Fuente: AFP
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Benedicto XVI: los gays y la batalla del sexo

La Iglesia católica está librando, desde la figura de Benedicto XVI, una singular batalla contra el sexo y el reconocimiento de los derechos de las minorías sexuales en todo el mundo. Su discurso llevó al extremo la condena de la homosexualidad y el lugar simbólico que juega la sexualidad en la partida entre materialismo y religiosidad que, según el Papa, decidirá la suerte de Occidente.

El pensamiento de Joseph Ratzinger es político “y resulta eficaz porque se centra en un interés concreto: ofrecer un fundamento autorizado y aparentemente inmutable al terror creciente de ver el declive de un modelo de vida que durante siglos ha garantizado bienestar y superioridad”, según se explica en “Contra Ratzinger”, el polémico libro de autor anónimo que desnuda todos los secretos del actual líder de la Iglesia católica.

El tema de las diferencias sexuales siempre fue un dilema para la Iglesia y, por supuesto, su tratamiento fue modificándose con el paso del tiempo y las jerarquías eclesiásticas. En 1979, Karol Wojtyla (Juan Pablo II) afirmó en su primer viaje pastoral a Estados Unidos que “la actividad homosexual debe distinguirse de la tendencia homosexual porque es moralmente perversa”. Pero con Benedicto desapareció esta distinción: no sólo se condenó la actividad, sino también la naturaleza de la persona. Es decir, lo perverso no es ya el acto homosexual, sino el homosexual en sí.

El 31 de agosto de 2005, el Santo Padre aprobó una Instrucción acerca de los criterios de distinción vocacional respecto a las personas con tendencias homosexuales con vistas a su admisión en el seminario y en las órdenes sagradas, que fue publicada por la Congregación para la Educación Católica. En ella se distinguió entre el homosexual profundo y el transitorio, poniendo especial énfasis en aclarar que la Iglesia no podía admitir a quienes “practican la homosexualidad, presentan tendencias homosexuales profundamente enraizadas o apoyan la llamada cultura gay”.

Desde la carta pastoral Homosexualitatis problema, de 1986, Ratzinger no hizo sino repetir el mismo concepto: “Es imposible aceptar la condición homosexual como si no fuese desordenada”.

Para el actual Sumo Pontífice, un hombre que ama a un hombre, una mujer que ama a una mujer, son condenados como un excedente de la divina (o natural) economía del universo y como un peligro para la sociedad. “Su pensamiento en este caso roza el darwinismo social y el mecanicismo más burdo”, se afirma en “Contra Ratzinger” (Debate).

Sexo. El amor es el tema central de Deus caritas est, la primera encíclica de Benedicto XVI. A través de la distinción filosófica entre dos tipos de amor, agape y eros, amor y sexo, el Papa no solo definió la concepción cristiana de la conducta sexual correcta, sino que corroboró su propia crítica al pensamiento moderno y reafirmó, en implícita oposición a la teología de la liberación, la doctrina social de la Iglesia.

Al basar su discurso en la oposición entre eros (el amor egoísta que pretende apoderarse del objeto de su deseo) y ágape (el amor que “busca, en cambio, el bien del amado: se convierte en renuncia, está dispuesto al sacrificio, incluso lo busca”), hizo que todo el análisis girara en torno a la disciplina.

“No podemos dejarnos vencer por el instinto”, “El eros ebrio e indisciplinado no es ascensión, “éxtasis” hacia lo divino, sino caída y degradación del hombre, sería su razonamiento.

En el pensamiento de Ratzinger, el único camino posible para decir no a las comodidades y frivolidades que nos ofrece la modernidad es el adiestramiento del eros. “Esa forma de exaltación del cuerpo que contemplamos hoy día es engañosa. El eros degradado a puro sexo se convierte en mercancía, una simple cosa que se puede comprar y vender; es más, el propio hombre se convierte en mercancía”.

En su concepción es fundamental que el sexo se discipline, porque sólo así los hombres aceptarán de nuevo considerarse engranajes obedientes en el diseño de Dios. El acto sexual es el lugar simbólico donde se juega la partida entre materialismo y religiosidad que, según Ratzinger, decidirá la suerte de Occidente.


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Flor de la V y su boda de US$ 100 mil


Después de once años de noviazgo, se casa con el odontólogo Pablo Goycochea, padre de tres hijos. La comediante llegará al altar del brazo de Gerardo Sofovich, la ceremonia será oficiada por el modisto Jorge Ibáñez y los perros llevarán las alianzas. Cómo será la fiesta con 5 mil rosas, candelabros de la India y las paredes del Tattersall forradas de terciopelo negro.

“Yo viví con muchos prejuicios y jamás me había permitido soñar con un vestido de novia”, aseguraba hace dos meses a Caras. Florencia de la V tendrá esta noche su boda soñada, con casi 300 invitados y cinco mil rosas blancas decorando el imponente salón del Tattersall.

Como en una película, su novio la llevó a París para pedirle casamiento. Navegando por el Sena, el odontólogo Pablo Goy-cochea volvió a hacerle la propuesta que ella muchas veces había rechazado. “¿Por qué hay que dejarle solamente el vestido blanco a las heterosexuales?”, pensó Florencia: después de once años de relación, tendrán una ceremonia informal oficiada por Jorge Ibáñez, que también diseñó el traje de novia. El altar está montado en el jardín izquierdo del Tatter-sall, bajo añejos sauces llorones. Habrá una tarima alfombrada en blanco y una glorieta de hierro con flores a la que Florencia llegará del brazo de Gerardo Sofovich. “No recuerdo ni cómo me lo pidió –aseguró el conductor a PERFIL–. Era natural por nuestra relación que yo fuera su padrino.” Llegarán juntos en un Bentley de colección que la diva alquiló. Los encargados de llevar los anillos serán Cayetano y García, sus perros, que entrarán con Pía (14) y Martina (16), las hijas de Pablo, también papá de Gonzalo (18).

La fiesta. El eje del salón será una gran pista de baile rectangular en blanco y negro. Florencia le pidió al DJ Alejandro Massey expresamente que no haya ni un solo tema de música electrónica: prefiere mostrar sus dotes al ritmo del reggaeton. El show en vivo estará a cargo de La Mosca, que tocará en el escenario delante de una pantalla plasma de nueve metros de largo.

Colgarán 60 bolas de espejos, las paredes estarán forradas en terciopelo negro y habrá un telón de fondo, también en terciopelo, con cientos de luces de fibra óptica. En los livings se alternan modernos sillones de cuero con muebles estilo Luis XVI, todos en blanco. El sector VIP para los novios y 14 amigos estará enmarcado por un pórtico espejado de cuatro metros de alto, que su ambientador, Martín Roig, mandó a hacer especialmente hace un año. Los almohadones de terciopelo labrado con arabescos en blanco y negro los trajo desde Londres. La ambientación la completan diez arañas de caireles de más de dos metros de alto y 20 candelabros de cristal importados desde la India. “Florencia nos sorprendió a todos por su gusto e ideas finísimas”, aseguró Roig. La wedding planner es Bárbara Diez, que tiene por costumbre ir a los casamientos que organiza con su marido, el jefe de Gabinete porteño Horacio Rodríguez Larreta.

La comida está a cargo de Eat Catering, que preparó una recepción de bocaditos de salmón ahumado, trucha, ricota asada, quesos y aceitunas, y bifecitos de pollo marroquí. La entrada será en crab cake de centolla, ensalada de choclo ahumado, tomates y palmitos grillados con emulsión de mango y albahaca. Habrá tres opciones de platos principales: chupín de cordero con cous cous de verduras y batatas crocantes, gremolata de hierbas frescas y miel, o pollo thai marinado en leche de coco y curry, salteado con mangos, echalottes, y espárragos con ensalada de berro y arroz hindú. Para los vegetarianos, rigattonis salteados con verduras del Mediterráneo. El postre será un verin citric con crema mascarpone, sorbet de frambuesa y mix de cítricos.

La previa. La despedida de soltera fue muy sencilla, apenas algunos amigos el jueves a la noche en Moshi Moshi, un coqueto local de sushi en Las Cañitas. Una cena muy frugal: Florencia se mantiene a estricta dieta para lucir el vestido de Jorge Ibáñez, supuestamente un modelo en beige muy ceñido al cuerpo, pero que no han podido ver ni los íntimos. Hasta esta semana, la comediante se debatía con su peinador Joaquín Persson entre llevar una corona de flores o una tiara de brillantes. “Florencia es una novia re clásica con todas las cábalas y tradiciones”, asegura su maquilladora Mabby Autino. “Creo que voy a usar tonos dorados y violeta que le dan luz a sus ojos color miel. Le voy a poner muchas pestañas y un labial muy clarito”, adelantó a PERFIL. Antes usará una máscara descongestiva y refrescante para preparar la piel. Florencia alquiló una suite en el Hotel Alvear para prepararse lejos de Pablo y encontrarse nuevamente recién en el altar, ante los más de 250 invitados

Los amigos. Marcelo Tinelli le aseguró al aire su presencia, y también se espera a Adrián Suar y Mirtha Legrand. Estarán Marley, Georgina Barbarrosa, Moria Casán y Natalia Oreiro, que se quedó con las ganas de hacerle el vestido de novia. Todos los invitados recibieron el aviso de la lista de regalos en La Corte. Considerados, Florencia y Pablo eligieron desde velas de marfil de $ 20 a una cama de $ 14 mil. El total suma US$ 72 mil, apenas un poco menos de lo que costó la boda, estimada en US$ 100 mil. Mirtha se decidió por una bandeja de plata, pero Gerardo y Moria se corrieron de la consigna: él eligió una vajilla para doce personas de Morph y ella un diseño de María Burani.

Hace algunas semanas el grupo de íntimos estuvo al borde de poner en peligro el casamiento cuando le hicieron notar a Florencia que la fiesta sería en la madrugada del domingo, Día de Todos los Muertos. La comediante incluso averiguó para cambiar la fecha, pero el Tattersall no tenía otras noches disponibles. La casualidad quiso que su boda también coincidiera con la XVII Marcha del Orgullo Gay, que esta noche –a la misma hora en la que ella esté dando sí– llegará a la explanada del Congreso. Florencia decidió no hacer unión civil y lo explicó a : “Los travestis, los gays, los homosexuales, las lesbianas, las milanesas de soja, las plantas, todos tienen derecho a hacer lo que quieran. A mí me gustaría que hubiera igualdad. Me agota que me pregunten siempre sobre mi derecho a casarme: ¿no basta con amarse simplemente? Mirás a los ojos a tu pareja y le decís ‘yo te amo y quiero compartir toda la vida con vos’. Después brindás y listo”.

Marina Abiuso
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¿Quien era Harvey Milk?


La vida y la muerte de Harvey Milk, el primer funcionario público abiertamente gay de los Estados Unidos, se ha convertido en una de las historias más esperadas de Hollywood para este año. La versión de Gus van Sant interpretada por Sean Penn se estrena en estos días en Estados Unidos. A 30 años de su muerte, “el caso Milk” sigue expresando una metáfora de la experiencia homosexual en muchos lugares de este planeta.

Hay eventos que por su impacto cultural, por su enorme significado, trascienden las meras consecuencias y se convierten en signos de un cambio de época. El asesinato de Harvey Milk fue un hecho así, y su extraño “olvido” después de apenas treinta años también revela que ese 1978 en San Francisco fue un momento bisagra, la puerta al neoconservadurismo de Ronald Reagan, al nacimiento de la Mayoría Moral que, para colmo, iría acompañado de la epidemia del sida. En 1984, el director Rob Epstein dirigió The Times of Harvey Milk, un documental extraordinario que ganó el Oscar y se las arreglaba para mostrar al hombre, su época y las fuerzas que, si necesitan usar la violencia para mantener el estado de las cosas, lo harán sin dudarlo. Y este año, a 30 de su muerte, Gus van Sant estrena Milk (esta semana, con preestreno en San Francisco), su biopic sobre el “supervisor” (no es lo mismo, pero digamos que su trabajo era el de una especie de concejal) interpretado por Sean Penn, en el regreso del director de Mi mundo privado y Elephant a Hollywood. Es otro momento bisagra, de polarización, el mejor momento para intervenir políticamente con la historia del primer funcionario público abiertamente gay de los Estados Unidos.

El alcalde de Castro

Harvey Milk había nacido en 1930 en Long Island, hijo de una familia judía tradicional. Se unió a la marina, participó de la guerra de Corea y a fines de los años ‘50 era bastante exitoso como consultor para una firma que operaba en Wall Street. Sus primeros años no anticipaban, al menos en los papeles, cuál sería la dirección de su vida. Pero en los años ‘60, cuando ya estaba viviendo su sexualidad libremente, se dejó seducir por la contracultura. Abandonó su trabajo como hombre de negocios, y empezó a trabajar en Broadway. Milk vivía una alegre crisis: de joven conservador se convertía en hippie que participaba de todas las marchas contra la guerra de Vietnam y renunciaba a los empleos cuando los jefes le pedían que se cortara el pelo. A principios de los años ‘70 conoció a Scott Smith, y se enamoró. Juntos se mudaron a San Francisco, entonces casi el único centro gay de los Estados Unidos, y con apenas mil dólares de inversión abrió un negocio de venta y reparación de cámaras en Castro St. Fue allí donde Harvey Milk descubrió su verdadera vocación, y se lanzó con confianza y entusiasmo. Todos los testigos y biógrafos coinciden: Harvey Milk era puro desborde, involucraba a todo el barrio en sus acciones y en sus campañas, tenía el apoyo de las viejitas que lo adoraban, sabía manipular a la prensa, hacía escándalos si era necesario, logró seducir a los duros y viriles sindicatos, repartía panfletos él mismo, se instalaba en las esquinas a darle la mano a la gente y conversar.

El clima era apto para el activismo: durante toda la década del ‘60, venía trabajando en San Francisco la Society for Individual Rights que, para la época en que Harvey Milk llegó a la ciudad, estaba ocupada en detener la persecución policial a los hombres gays. Y había muchas organizaciones más: la ciudad hervía de politización y diversidad, no sólo en el barrio gay de Castro sino en los barrios negros y en muchos distritos donde vivían inmigrantes chinos, árabes, latinos.

El momento adecuado

En 1976, George Moscone fue elegido alcalde de San Francisco. En 1976, Moscone promovió un cambio en las elecciones de representantes: desde entonces se harían por distrito. Era la oportunidad de Milk, que se convirtió en el candidato natural del Distrito 5, obviamente en el que estaba incluido Castro. No era el único candidato a supervisor, claro: lo acompañaban nada menos que 17 y nueve de ellos eran gays. Ganó por el 30 por ciento sobre los otros candidatos y la noche de la victoria, cuentan las crónicas, se roció en champagne y se emborrachó, cosa que rara vez hacía. Poco después, ya como supervisor que tenía su propia oficina en el City Hall, le decía a un periodista: “Estoy en una posición increíble. El establishment muy blanco y muy poderoso tiene que lidiar conmigo”. Decía entonces Milk, que estaba enfrentado a la organización demócrata Alice B. Toklas Memorial Democratic Club, integrada por gays, por considerarla blanda: “No necesitamos liberales comprensivos, necesitamos gays que representen a gays. Yo represento al gay de la calle, al chico de 14 años que se escapó de San Antonio, Texas. Tenemos que recuperarnos de años de persecución. Le tenemos que dar esperanzas a ese chico de San Antonio. ¡Van a los bares porque en las iglesias los repudian! Necesitan esperanza, y también necesitan un pedazo de la torta”. Se eligieron otros supervisores ese año: una mujer negra, una madre soltera y feminista, y un hombre chino-estadounidense. El quinto supervisor, sin embargo, representaba al más rancio conservadurismo: era Dan White, ex policía y bombero. Milk y White entraron en una sorda guerra que terminaría de la peor manera.

Las dos primeras “ordenanzas” firmadas por Milk fueron: 1) prohibir la discriminación basada en la orientación sexual; 2) obligar a los ciudadanos a recoger la mierda de sus perros o serían multados. Enseguida se enfrentó a la Iniciativa Briggs, un caso parecido al de la Propuesta 8 que se vota ahora en California. John Briggs, senador por el estado, proponía que se mantuviera la discriminación por orientación sexual en cuanto a los maestros. Y agitó el fantasma de la pedofilia. Milk salió a enfrentarlo públicamente junto a la activista lesbiana Sally Gearhart. A fines de noviembre de 1978, la Iniciativa Briggs perdió las elecciones, y fue todo júbilo. Milk pronunció, en el Castro, su discurso más famoso: “Todos los gays deben salir del closet, por difícil que sea. Cuando se den cuenta de que somos realmente sus hijos, que estamos en todas partes, todas las mentiras y los mitos se acabarán para siempre”. Esa misma semana, el conservador enemigo político de Harvey Milk, Dan White, renunció.

El lunes negro

Pero White se arrepintió de su renuncia (dijo que la había presentado porque el sueldo era bajo, pero que había cambiado de opinión). El alcalde Moscone aparentemente no quiso aceptarlo de vuelta. La ciudad estaba conmocionada, y el horno no estaba para bollos: en Jonestown, Guyana, el reverendo Jim Jones había llevado a la muerte a 900 de sus seguidores en un suicidio masivo; la Iglesia de Jones tenía base en San Francisco. Dan White enloqueció: el 27 de noviembre de 1978 entró al City Hall por una ventana, con un arma y gran provisión de balas. Una vez dentro, le disparó al alcalde Moscone tres veces, en la cabeza; después fue hasta la oficina de Harvey Milk, y lo asesinó de cinco balazos. Milk tenía 48 años, y Moscone 49.

Esa noche, la ciudad vivió una vigilia de velas: 40 mil personas salieron a la calle y cubrieron Market Street. La conmoción ante tanta muerte era enorme. Sería mayor, y se convertiría en furia, cuando Dan White fuera llevado a juicio. Ya los policías de la ciudad apoyaban a su ex compañero usando, por la calle, como si nada, remeras que decían “Liberen a Dan White”. El jurado que se encargó del caso de White estaba integrado por ciudadanos blancos, católicos, de clase media: se buscaba con esta selección que tuviera un “juicio justo”. La sentencia fue escandalosa: recibió siete años (de los que cumpliría tan sólo cinco). Esa misma noche, un grupo de vecinos del Castro marchó hacia el City Hall, y por el camino se les unió más gente. Incendiaron autos policiales e intentaron incendiar el City Hall. Los disturbios duraron toda la noche, y los protagonizaron más de 3 mil personas. Dan White cumplió su breve condena, y se suicidó en su casa en 1985. Harvey Milk fue cremado y sus cenizas arrojadas a la bahía de San Francisco, aunque una pequeña parte se conserva bajo una baldosa de la vereda de su negocio de fotografía en el Castro. Su biógrafo Randy Shilts (autor de la investigación sobre los primeros años del sida Y la banda siguió tocando) escribió: “La inevitable injusticia de la sentencia para White es una metáfora de la experiencia homosexual en Estados Unidos”. La biografía de Shilts, The Mayor of Castro Street, es el texto que Van Sant usó como base para el guión de su película, que todavía no tiene estreno en la Argentina.

Mariana Enriquez
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Para quererte mucho


Docente, investigador especializado en Literatura francesa y valioso intérprete de tangos, Walter Romero grabó Guapo, su segundo disco, para el cual seleccionó, con metodología académica, un repertorio que deconstruye el mito del guapo y cuestiona el estereotipo del tango macho.

¿Cómo surgió el disco Guapo?

–Después de mi disco anterior, Charlemos, que tenía una impronta más Manuel Puig e iba en busca del melodrama y de tangos que contaran historias que cerraban algunas mal, quería que éste fuera un disco más conceptual. Además encontré que si mi relación con el tango era a través de la literatura, tenía que hacer un disco en donde trabajara con los distintos sentidos de guapo. Era el tango como extravagancia y como cosa chic y sofisticada y un poco glam, y la literatura como algo más académico o que venía, para mí, de un lugar de estudio.
¿Cómo elegiste el repertorio?

–Había un cruce entre las letras y el tango que yo podía hacer, y elegí temas que tuvieran como dos mundos. Cada uno de estos tangos tiene un doblez atrás, una dualidad: mostrar una cara y mostrar la otra. Pensé en guapo, apareció el nombre e hice toda una indagación. Hay un montón de tangos que se refieren a “guapo”. Eso era lo más obvio que podría haber hecho: “Ventarrón”, “Malevaje”, “El último guapo”... Pero preferí trabajar textos, tangos, que tengan que ver la guapeza, la hombría, y que pongan en tensión la virilidad en el tango, que es un tema a debatir. Así que el disco abre con “Bailarín compadrito”, que es un tipo al que le cuesta llegar de la orilla al centro, y cuando llega ya se encuentra como envejecido... Es como una guapeza que está destartalada. Y en verdad, todos los tangos sobre guapos son sobre guapos que ya no son guapos, que están degradados o desacomodados del lugar. Por eso, para la imagen del disco trabajé con los perfiles. Hay como un desacomodo entre la figura y el fondo y cierra directamente con “Quién hubiera dicho”, que es un tipo que se cree muy guapo y cuando la mina se fue la llora “como una mujer”. Hay un gesto paródico que también quise encontrar. Y encontré también la “Sonatina”, de Celedonio Flores, que es una parodia feroz de la sonatina maricona de Rubén Darío, trasladada al conventillo de acá.
¿Cuándo empezaste a interesarte por el tango?

–No tenía que ver con mis estudios académicos. Toda mi lectura de autores que tienen que ver con el tango como González Tuñón o Nicolás Olivari o los poetas del tango como Manzi vinieron después. Yo llegué a través de la música. Y el cruce fue a partir de la voz porque, para mí, si hay un punto en que el tango y la literatura se cruzan es el problema de la voz. Para mí la literatura es sobre la voz, a mí lo que más me interesa de la literatura es la poética de la voz, creo que en la literatura hay alguien que está hablando, al leer estamos escuchando a alguien. Para mí es como decía Barthes, que la voz tiene algo de alucinante. La propia voz, la voz del otro. Finalmente entendí, cruzando tango y literatura, que a mí lo que me interesa es la voz.
Los criterios de selección entonces tienen que ver con la apariencia, los dobleces y la parodia del “Guapo”...

–Yo digo que es una celebración y una parodia. Por un lado celebro al guapo y por otro lado lo parodio. Y si hay una figura que no quise poner pero está detrás de todo, esto es la figura de Gardel. El tipo que se constituyó como artista de ser un tipo gordo que cantaba con la guitarra a transformarse en una suerte como de icono... Que él mismo hizo esa construcción de artista que tiene que ver con lo estético. El se pasó por la puerta estética, por hacer del tango una cosa más melodramática, más italiana, más lírica, más del aria de ópera, además de todo lo que hay de la sexualidad de Gardel, que es un tema que en el tango es sagrado y no se puede hablar. Eso de que nunca tuvo novia, tuvo una novia que fue Isabel Martínez del Valle... Hay algo de la construcción de la figura mítica que es Gardel que no se sabe bien dónde nació, si fue Tacuarembó, París o Buenos Aires; si hubo un crimen en su pasado o no; si estuvo en la cárcel o no. Está todo deconstruido y dentro de lo deconstruido está su sexualidad, de la cual la gente ortodoxa del tango no quiere hablar. De eso no se habla.
El tango, en general, no habla de la sexualidad...

–No se habla, queda en el ridículo. Sin embargo, cuando ves algunas descripciones de cómo estaba construido el guapo, yo a veces lo comparo con cómo estaba construido el dandy. La etimología de dandy es como el sonido de una campana, que va de una punta a la otra, que está entre lo masculino y lo femenino.
El metrosexual...

–El metrosexual sería de lo que hablaríamos hoy. Si te fijás, todas las descripciones que rodean al guapo son el pelo, la tintura, polvos en la cara, gemelos, todo lo que yo trato de mostrar en la gráfica del disco... El traje cruzado, la solapa, las botas altas, las canillas, que lindan con lo amanerado... No puedo llamarlo gay porque no es gay, para la época sería un término anacrónico, pero lo llamaría amanerado o algo que es una construcción profundamente femenina. Eso está en el tango. Y tomé el tema de Alberto Castillo, “Así se baila el tango”, que se usaba al comienzo de los carnavales para reírse de los pitucos y de los petiteros. El repertorio no es obvio y hay que reconstruirlo.
¿Creés que hablar de un guapo como algo deconstruido rompe un poco con una visión del tango como algo muy auténtico, fuerte o estereotipado?

–Yo creo que se confunde. No hay una cosa pura, no hay un guapo puro. Los tangos referidos al guapo lo muestran como una persona ya decadente, como un fantasma de sí mismo. Está destartalado y está corrido hasta de su sexualidad porque ya no tiene sexualidad, no tiene identidad, no tiene nada. Guapo es un término clave para entender que el tango es mezcla, es lo no puro, es mélange, nació como mezclado entre inmigración, prostitución, malevaje, términos del hampa, lunfardo, argentinidad, está todo ahí. Es una sustancia espesa. Meterte es meterse en toda la mélange. Justamente los grandes momentos del tango tienen que ver con reconocer esa impureza. Es un lenguaje que está todo el tiempo contaminado.
¿Y cuál es el lugar de los estereotipos?

–Son cristalizaciones para tranquilizarnos. “El guapo”, “el tango es macho”, “el tango es malevo”, “en el tango la mujer es una cosa”... Después, en verdad, el hombre es un llorón, el hombre la llora a la mujer, hay tangos de mujeres que son de armas tomar. Hay que rascar un poco en el acervo y encontrar que hay otra versión. Son formas tranquilizantes porque en realidad el tango es, de las formas argentinas, una cosa muy conservadora. Entonces necesitaban algunos iconos, y que esos iconos fueran tranquilizadores para no rasquetear en las formas y encontrar que en verdad hay un tembladeral. Ese icono tan tremendo que es Gardel, si empezamos a estudiarlo y no quedarnos con la fotito, ¿qué nos preguntamos? Cómo se construyó como cantante, cómo se construyó su sexualidad, etcétera.
Entre las cristalizaciones, la figura del guapo vendría a ser un icono macho...

–Lo que creemos que está cristalizado está deconstruido. En realidad, como te digo, el guapo es un fantasma de sí mismo, es alguien que ya no está. O cuando se cree guapo es porque ya no tiene un marco que lo acompañe, no tiene un contexto. A la vez, eso de que se dice guapo pero se construye tanto iconográficamente, de manera performativa en el afuera, con afeites, con polvos, que ya decís no, no es guapo, ¡es una mujer! O una construcción a la manera del dandy.
¿El tango actual mantiene esa relación compleja con la virilidad?

–Creo que no es fácil para un tipo meterse en el tango para interpretarlo. Ahora, por ejemplo, hay muchas más mujeres que varones cantando tango. Pararse como un frontman es más difícil, tal vez porque la tradición es más dura... Me parece que la mujer esta más liberada en ese sentido. Se lo apropia, hace suyo el discurso del varón y se lo pasa por la voz de la mujer. Para el varón, cargarse la tradición tan macha es más jodido.
¿Eso es porque al varón hoy en día le cuesta ponerse en el lugar del llorón o porque, al revés, no se identifica con un varón tan “macho”?

–Hoy meterse a cantar tango o producirlo también manifiesta las marcas que hay de la crisis de la masculinidad. El varón ya se para haciéndose cargo de una crisis de masculinidad que atraviesa todos los estamentos de lo que podemos llamar el sujeto. Entonces ahí me parece que la mujer está más liberada, es más espontánea. Pararse a cantar sobre un hombre que llora por una mujer puede llegar a herir una virilidad que, de todos modos, ya está herida de muerte.

Natali Schejtman
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lunes, 27 de octubre de 2008

Santiago Otheguy: “Con el cine a otra parte…”


Santiago Otheguy vive en Francia desde 1994, aunque él se define a sí mismo como un “nómade”. Viajó allá para estudiar y decidió quedarse “con la que hoy comparte su vida”. Trabajó como asistente de dirección de Juan Solanas en Nordeste (2005) y allí empezó a pergeñar el que hoy es su primer largometraje La León (2006) con el que recibió una mención especial del jurado, ni más ni menos, que del codiciado FESTIVAL DE BERLÍN.
Con él quisimos hablar de su visión sobre el panorama del cine argentino, la temática gay lésbico travesti transexual en la pantalla, la discriminación homosexual y el racismo en Europa, el resurgimiento de grupos neo nazis y fascistas, entre otros temas; para que nos ubique, desde su perspectiva y nos situé a la Argentina en relación con el mundo.


GR: Santiago ¿Cómo fue el proceso de gestación y desarrollo de La León?

SO: Filmamos una primera parte en el 2005 durante unos 10 días. Era una reducción de la idea final de La León, algo asi como un corto que nunca llegó a existir como tal, pero que sirvió de plataforma, para seguir adelante hacia el largo. Un año después volvimos a la Tercera Sección del Delta, a filmar unas cuatro semanas mas y completar la historia. La película contiene finalmente escenas e imágenes de las dos etapas

GR: ¿Cómo fue filmar en el Delta Argentino, trabajar con actores no profesionales residentes de las islas?

SO: Fue un rodaje muy exigido por las condiciones naturales del lugar y la escasez de medios de producción. Pero el Delta es un terreno cinematográfico tan fértil e intenso que finalmente los problemas no lograron afectarnos tanto. La película necesitaba cierto rigor formal que no fue fácil implementar. El agua lo hace todo más engorroso y produce mucho aislamiento. La película se filmó cerca de la frontera con Entre Ríos. La gente de la zona contribuyó en todos los aspectos del proyecto. La película se nutrió de lo que los isleños nos iban contando o mostrando. Algunos trabajaban con nosotros en el equipo. Otros solo actuaban. Trabajar con no actores no plantea tanta dificultad siempre y cuando se cree un clima de confianza. Casi todos los no actores, son gente que fuimos conociendo a medida que avanzábamos con la película. Poco a poco, se fueron convirtiendo en sus personajes.

GR: Cuando nos encontramos en el BAFICI, elogié el tiempo de tu película, las pausas que te permitías. Donde la imagen era protagonista del relato e ibas construyendo la historia mostrando la fotografía del paisaje del Delta Argentino y su contexto socio-cultural ¿Crees que la velocidad de la televisión y esta cultura de “video-clip” contagió la estética del nuevo cine?

SO: No creo que la estética de "video clip" haya contagiado en particular al cine argentino. Diría más bien lo contrario. Lo que si es evidente es que la velocidad de la que hablás es el ritmo generalizado de la transmisión de la información, sea cual sea su contenido. El cine es uno de ellos, pero un noticiero, por ejemplo, va tan rápido que uno, no tiene tiempo de producir una idea sobre la imagen que esta viendo. Pienso que una imagen debe ser un objeto afectivo pero también un espacio de pensamiento, justamente. Quien hoy por hoy, no se pliega al ritmo dominante, se encuentra inmediatamente fuera del sistema. Pero eso no impide que siga habiendo todo tipo de cinematografías. Lo que es difícil, es encontrar medios para financiarlas. Los cineastas de la Nouvelle Vague, eran hijos de le liberación y de la cinemateca. Hoy por hoy, los nuevos cineastas son los hijos de la globalización y de la televisión. Pero no se, si una cosa es mejor que otra. Somos producto de nuestro tiempo. Lo que es nefasto es la ignorancia y la prepotencia.

GR: Leí una nota que te hicieron en Pagina 12; dónde donde discutías con Camila Toker sobre el nuevo cine. La era digital, permitió que muchos jóvenes cineastas llegaran a la realización de sus proyectos, pero junto con este beneficio, vino el perjuicio de que se filma, sin un respeto ni cuidado por la imagen, sin compromiso estético…

SO: La pregunta es qué hacer con los medios que ofrece el cine. El cine puede ser cualquier cosa y hacerse con medios muy diversos. Puede ser: una obra de arte mayor, una simple distracción, un objeto publicitario, una gran mentira o una gran verdad, un cuento poético inofensivo o propaganda nazi. Agarrar una cámara y filmar una historia, implica pensar el mundo y elegir que y como transmitir algo. Para mi, es una cuestión de lenguaje o de estilo por así decirlo. Y los estilos son tan variados como las miradas.

GR: ¿Por qué elegiste la temática homosexual para realizar tu primer largometraje?

SO: Es sumamente interesante y revelador lo que provoca la homosexualidad en el otro, en el que la rechaza. En definitiva, me interesaba filmar algo sobre las pulsiones. Creo que en la película, se ven algunos de los mecanismos de la discriminación, del poder y de la dominación, de la frustración y de sus efectos devastadores. Es una película sobre los hombres. La homosexualidad contribuye en el relato a percibir las fuerzas en oposición, con simpleza y claridad. Creo que el miedo (el miedo a lo distinto, al otro, a nuestras pulsiones etc.), es el principal alimento de la opresión y es la base de toda discriminación.

GR: La mayoría de las películas sobre la temática gay, del cine comercial, no pasan de plantear la problemática sobre asumir la propia homosexualidad (salir del closet) ¿por qué crees que no se ahonda en el tema? ¿No se plantean otro tipo de conflictos?

SO: Es que el cine comercial justamente no ahonda en nada. Lo único que hace es homogeneizar y crear estereotipos. Si no se plantean otros conflictos ligados a la homosexualidad, es que, para poder pensar la homosexualidad, hay que aceptarla. Y la aceptación de las diferencias, no es lo que predomina en el pensamiento actual en general, ni en el cine comercial en particular. Todo lo contrario, el cine al que te referís, es la vanguardia del comercio y el comercio necesita estereotipos.

GR: Incluso en comparación a las películas sobre temática gay, hay muy pocas películas hechas con seriedad sobre lesbianas; y muchas de ellas son con un trasfondo condenatorio (la mujer casada con hijos que deja a su marido para irse con otra mujer).

SO: Yo no ví “Spider Lilies de Zero Chou“, la película que ganó este año el Teddy Award en Berlín, es sobre dos lesbianas Chinas y parece ser buena. (Nosotros obtuvimos con La León la mención especial del jurado).

GR: ¿Por qué elegiste radicarte en Francia?

SO: Me vine a estudiar siguiendo los pasos de la que hoy comparte aun mi vida. Después empecé a filmar y a trabajar acá. Pero vivimos una vida nómade, yendo y viniendo entre los dos países.

GR: ¿Cómo vive la sociedad Europea el tema de la homosexualidad? ¿Cómo es la vida en el “barrio rosa” de Paris? ¿Hay una mayor integración o la discriminación funciona igual en todas partes?

SO: En Europa hay mayor aceptación e integración que en la Argentina. En el Marais, barrio central de Paris, los homosexuales se expresan abiertamente. Las Gay Pride, convocan multitudes y temas como el casamiento o la adopción tienen un espacio relativamente importante en el debate público. Asi y todo, el nivel de discriminación que se vive aquí es muy alto comparado con el avance social y el nivel educativo de los Europeos. Filmando La León, pudimos ver como ciertos mecanismos que uno cree ser producto del desarrollo, son en realidad, asuntos más primarios y generalizados. La no aceptación de la diferencia es casi universal. El extranjero, por ejemplo, es un catalizador de todos los males propios. Esto sucede entre el francés y el musulmán, de igual modo, que entre los isleños del Delta y los misioneros o paraguayos que vienen a buscar trabajo. Uno querría creer que, en la micro sociedad precaria y aislada del isleño, reina la solidaridad. Pero la tolerancia y la aceptación, no tienen nada que ver con la condiciones de riqueza o de desarrollo. Tienen que ver con nuestras pulsiones y miedos más profundos.

GR: ¿Se siente un resurgimiento de movimientos neo nazis o fascistas?

SO: No tanto. En las últimas elecciones francesas, el Front Nacional, retrocedió bastante. Pero la realidad es que, la discriminación y el odio racial, están muy arraigados en Europa. Francia vive un clima de constante tensión social.

GR: ¿Qué estás haciendo en París ahora profesionalmente?

SO: Estoy con las ultimas etapas de esta película y pensando un poco en la próxima. El 11 de julio se estrena en Francia La León y recién hace 10 días pudimos terminar la copia fílmica. (Esta nota se realizó durante la primera semana de Julio).

GR: En comparación a la producción en Europa ¿Cómo ves la industria cinematográfica argentina? ¿Hay una industria? ¿Cómo se ve nuestro cine en el exterior?

SO: No creo que pueda decirse que haya actualmente una industria cinematográfica. La Argentina tuvo un nivel industrial en los 50'. Representaba en aquella época, la tercera cinematografía en volumen, detrás de los EE.UU. y de México. Eran casi todos melodramas de exportación, pero fue una época, en que se constituyó una experiencia y un savoir-faire técnico importante. Creo que la Argentina, tiene mucho para contar y que, contrariamente a otros países, tiene el conocimiento, los medios y la energía para contarlo. Eso interesa y hace que se lo sigan con atención.

GR: Yo muchas veces veo en teatro, por ejemplo, que hay mucha oferta, muchas salas del circuito off, pero que los grupos de teatro independientes, no cuentan con una estructura que los contenga, no tienen difusión, no encuentran incentivos y terminan haciendo teatro para los familiares y amigos que los van a ver y luego, agotada esta instancia, deben bajar la obra de cartel. Esto también le ocurre al cine independiente. Se filma con mucho esfuerzo una película y luego, por falta de un mercado que lo sustente, los films duran pocas semanas en pantalla.
¿Crees que hay una política, un plan cultural, en Argentina?

SO: En todo caso, no creo que sea una política cultural la propuesta de ley de una diputada, que consistía en exigir que en toda película que tuviese el apoyo del INCAA, deba aparecer un plano de la bandera argentina. El proyecto de ley no prosperó, pero deja constancia que, una política cultural, no es algo bueno o malo en sí. Todo depende en manos de quiénes esté y al servio de qué.

GR: ¿Qué directores argentinos te gustan y por qué?

SO: Me gustan las películas que encuentran un lenguaje propio como las de Lucrecia Martel.

GR: Pasamos del cine mudo al cine clásico y su contrapartida con el cine Ruso, luego el surrealismo, el dogma… ¿Hacia dónde va el cine? ¿Hay una nueva imagen?

SO: El cine de autor vive grandes dificultades. Financiar las películas resulta sumamente difícil. Si embargo sigue resistiendo. No se hacia dónde va. No creo que el cine vaya hacía algún lado.

GABRIEL RUGIERO PARA REVISTA IMPERIO DE BUENOS AIRES, ARGENTINA.
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sábado, 25 de octubre de 2008

Un poco de amor francés


Pierre y Gilles son una pareja de artistas franceses que exploran y reinventan imágenes populares que van mucho más allá del kitsch y la cultura gay, destinadas, según ellos mismos, a ver la vida de manera más amplia, a “tratar de comprender las diferencias”.

A Roland Barthes le gustaba decir que la función de la fotografía no era la representación sino la memoria, ayudaba a recordar aquel mundo perdido que ya no es. En estos tiempos en que la Europa más reaccionaria apuesta por la homogeneización y el estereotipo, hay una pareja de artistas franceses que intenta romper ese paradigma, trabajando con las imágenes del mestizaje y la pluralidad, un mundo perdido que habla de la mezcla y la diversidad. Desde hace más de 30 años, Pierre y Gilles subvierten la ilusión kitsch y las tradiciones iconográficas para hablarnos de nosotrxs mismxs, de nuestras aspiraciones, de nuestros valores, de nuestros sueños, de nuestros banales anhelos de lujo, poder y, sobre todo, de la diversidad sexual. Cuerpos, lugares, culturas, tabúes, mitos, deseos, todo se agita y se mixtura en sus retratos para construir una memoria fotográfica de la tolerancia.

París era una fiesta

Pierre Commoy vivió toda su infancia en un claustrofóbico pueblito de la región del Loira y llegó a París en 1974. Tenía 24 años y había estudiado fotografía en Ginebra. “Cuando era niño, tenía plantas artificiales de colores y fotos de Sansón y Dalila en mi cuarto, y eso era una provocación dentro del mundo cerrado que era mi entorno: mis padres eran el paradigma del buen gusto francés.” A los pocos meses de haber llegado, Pierre empezó a trabajar para revistas como Interview o Rock & Folk, donde retrataba a estrellas de la talla de Andy Warhol o Yves Saint Laurent. Casualmente, ese mismo año, Gilles Blanchard también llegó a la capital francesa desde Le Havre, un puerto de Normandía, y comenzó a trabajar como ilustrador y decorador. Pierre y Gilles pasaron dos años moviéndose por las mismas calles sin llegar a conocerse, hasta que un amigo en común los presentó en el otoño de 1976, en un desfile de modas. “Nos advirtió que íbamos a tener mucho en común. Y, efectivamente, nos pasamos toda la noche hablando.” Amor a primera vista. A las pocas semanas de conocerse ya compartían un departamento en la calle Blancs-Manteaux y nunca más se separaron.

La historia cuenta que por aquellos años, en paralelo a sus trabajos en prensa, Pierre solía fotografiar a sus amigos como hobby y que, cansado porque los colores de los retratos no terminaban de obtener la intensidad que esperaba, se le ocurrió que Gilles pintara encima, lo que fue la semilla de su particular estilo. Su primera serie a dúo, Muecas (1977), con el desquiciado retrato del salvaje Iggy Pop travestido cual Kent de oficina, les trajo una inesperada popularidad en los cerrados círculos de arte. “Es cierto que cuando empezamos lo que se imponía era el arte conceptual, imágenes en blanco y negro, muy intensas. En ese contexto, nuestro discurso era rupturista; pero, en todo caso, ser iconoclastas nunca fue el objetivo. Pese a las críticas, encontramos nuestro verdadero lugar en las revistas y en la moda.” Campañas gráficas para los desfiles de Thierry Mugler, colaboraciones para revistas como Marie Claire o Playboy y artes de tapa para discos de Etienne Daho, Amanda Lear o Marie France fueron algunos de sus primeros trabajos. Pierre y Gilles comenzaban su meteórica carrera.

Artesanía pop

Herederos de la tradición estética de los provocadores ingleses Gilbert & George, desde sus inicios, la pareja apostó por el trabajo artesanal a cuatro manos: Gilles construye los decorados y Pierre ilumina y hace la foto; y una vez revelada, Gilles pinta minuciosamente, pincelada a pincelada (cero uso de procesos digitales) una única copia hasta conseguir su particular aura de irrealidad. “Creemos que el artista sólo se expresa cuando controla todo el proceso creativo y por eso nos sentimos herederos del trabajo artesanal. Las máquinas digitales de ahora ya no permiten volar. Son mucho menos románticas.” Su exuberancia, su barroquismo, los decorados de plástico y su reciclaje de la utilería sadomasoquista de muchas de sus obras conectaban con una estética más amplia que se de-sarrolló durante la segunda mitad del siglo XX, desde la cultura queer y el Orgullo Gay hasta el estilo de diseñadores como Jean- Paul Gaultier, con quien compartían el gusto por la iconografía marinera como una de sus principales fuentes de inspiración.

Durante los años ’80, sus barrocas e hiperbólicas fotopinturas saltaron las fronteras del arte comercial al que habían sido inicialmente confinadas. “No nos suele gustar el reflejo de nuestro estilo en la publicidad. El resultado acostumbra a ser vulgar, tosco y superficial. Es una caricatura de lo que somos y de lo que hacemos. En cambio, el mundo del arte siempre es bello y desprejuiciado.” De las portadas de discos, las publicidades y las revistas, pasaron a las galerías. Su primera exposición fue en 1985 y los ecos de sus radiantes puestas en escena se colaron por los resquicios del cine, el teatro y la música. Sus obras reinventaban el arte del retrato. De pronto, las principales celebridades del espectáculo hacían cola para aparecer en sus fotos. Desde Boy George hasta Marc Almond, pasando por Madonna, Erasure y Catherine Deneuve, ninguna quería quedar fuera del foco de la pareja. Incluso Michael Jackson, en la cima de su popularidad post Thriller, les propuso trabajar en un libro íntegramente dedicado a su imagen, aunque finalmente Pierre y Gilles rechazaron su propuesta. El vanidoso Rey del Pop no sabía que cada obra se retocaba a mano, y no podía imaginar que completar las 70 imágenes que ansiaba hubiera significado tres eternos años de trabajo.

Retratos de la tolerancia

En los ’90, la pareja dirigió su mirada hacia el santoral cristiano: retratos de Nina Hagen caracterizada como una Virgen María sacada de una superproducción bíblica de Hollywood, o la de un musculoso joven musulmán recreando la leyenda de San Sebastián les valieron cientos de elogios y críticas. “Fuimos censurados por algunos intolerantes, pero también recibimos cartas de curas y de personas muy religiosas a las que les gustaban mucho nuestros cuadros de santos. Incluso nos hacían propuestas para que los expongamos en iglesias.” Pero la voracidad de su lente no se limitó sólo al cristianismo: el Islam, el budismo, el hinduismo, las divinidades griegas y los mitos también fueron explorados por el dúo. Sin dejar de centrarse en el personaje retratado, que siempre es el eje de la imagen, empezaron a introducir escenarios más elaborados y a añadir capas y capas de referencias simbólicas. En su famosa obra El abrazo entre David y Jonathan, el erotismo a flor de piel de un joven judío y otro musulmán parecen derrotar el conflicto entre ambos pueblos.

En los últimos años, el foco de Pierre y Gilles también se ha posado sobre la violencia y la intolerancia en el mundo, donde la guerra en Irak y el Holocausto han sido sus grandes temas. Construyen imágenes de cuerpos que habitan un espacio intencionalmente artificioso, poblado de brillantes lentejuelas y luces de neón, como si a través del artificio intentaran engañar al tiempo oscuro que nos toca vivir. “Hay gente que nos tacha de provocadores, pero creo que más que una provocación, nuestras obras expresan una forma de ver la vida de forma más abierta y comprensiva. Nuestro trabajo se dirige a todo el mundo y trata de comprender las diferencias. Es un alegato por la tolerancia.”

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